Libros
Éric Vuillard: "Es pronto para pedir perdón a México, la conquista todavía no ha terminado"
El escritor francés, siempre crítico con el poder y los poderosos, publica en castellano 'Conquistadores', una crónica brutal de la conquista de Perú a cargo de Pizarro que no deja en un buen lugar a los españoles, como en sus libros anteriores hizo con su propio país y otras potencias del norte rico del mundo

El escritor francés Éric Vuillard. / EPC
El encuentro con Éric Vuillard se produce la mañana en que conocemos que Trump ha arrasado en las elecciones americanas. Imposible no preguntarle por ello al autor, uno de los mejores ejemplos actuales del intelectual engagé francés. En cada uno de sus libros, el escritor lionés, nacido exactamente en mayo de 1968 de padres burgueses pero militantes, se ha ocupado de dejar en ridículo a las élites de diferentes países (el suyo incluido) al evocar algunos de los episodios más bochornosos de sus pasados. No solo eso: cuando en Francia prendió la mecha de los chalecos amarillos, él fue de uno de los pocos que dijo que quizá convenía escuchar a esa franja del pueblo cabreada. Últimamente ha estado prologando libros de Marx y Engels, y tampoco ha dudado en posicionarse al lado de Mélenchon en algunas de las últimas convocatorias electorales. Así que, Vuillard: ¿qué nos dice la victoria de Trump del mundo en que vivimos?
“Lo que dice es que las desigualdades económicas y de todo tipo son tan abismales, tan chocantes, que los ciudadanos están totalmente desorientados, desesperados. Y esto tiene consecuencias reales”, responde enérgico, como queriendo subrayar cada frase. “Por otra parte, vemos cómo tantos años de propaganda antisocial tienen consecuencias terribles sobre el electorado. Una gran parte de los votantes de Trump piensa que Kamala Harris es comunista. Es decir, el diablo. Vemos ahí cómo un discurso puede tener consecuencias desastrosas. Pero lo que más me ha impresionado ha sido esa gigantesca colecta de fondos, 2.500 millones de dólares. Podemos llamarlo democracia si queremos, aunque sea un sistema tan complejo y casi incomprensible. Pero si hablamos de 2.500 millones de dólares, no estamos hablando de financiación. Estamos hablando de inversión. Y de hecho lo hemos visto con Elon Musk: lo suyo es una inversión”. Es la tesis de casi todos sus libros: detrás de todo lo que destroza el mundo está el dinero.
Cuando coges la crónica de Francisco de Jerez, comienza con 'a la gloria de dios, etc', pero dos páginas después ya solo habla del oro
Eric Vuillard ha llegado a Madrid para presentar su nuevo libro en castellano, que sin embargo ya es ‘viejo’ en francés: se publicó originalmente en 2009 y fue, después de una novelita un tanto experimental y dos volúmenes de poesía, la primera de sus novelas de no ficción histórica. Esa serie en la que, con el tiempo, se integrarían La batalla de Occidente, sobre la Primera Guerra Mundial como una masacre innecesaria fruto del capricho de unos aristócratas; Una salida honrosa, en la que cuenta cómo Francia se retiró de la guerra colonial de Indochina; o El orden del día, la que le dio el Goncourt y la fama mundial con el relato de cómo la alta burguesía alemana, los fundadores de célebres empresas cuyos productos todos tenemos en casa, decidieron apoyar a Hitler y su carnicería.
Pero antes de todos ellos estuvo este Conquistadores (Tusquets, como casi toda su obra en castellano) que llega ahora a nuestras librerías. El primer dardo ‘histórico’ de Vuillard fue para España, y en concreto para su proceder en la conquista de América. Ese proceso que algunos aquí todavía se empeñan en defender como heroico y civilizatorio pero que el autor francés presenta como una muestra perfecta de la barbarie y la avaricia humanas, encarnadas en unos hombres que partieron en busca de oro y gloria y acabaron arrasando sin piedad un continente, sus pueblos y su cultura para conseguirlos. Un relato monumental y ambicioso que por momentos chorrea sangre, y que es mucho más largo que sus libros posteriores.
Si decidió escribir sobre la conquista de América, cuenta, fue porque es “el primer acontecimiento de esta magnitud en el que contamos con testimonios directos de los actores”, aunque con la particularidad de que solamente los hay de un lado. “Es un libro construido sobre esa asimetría: unos hablan mucho y otros no hablan nada. Por eso lo llamé Conquistadores, con el término antiguo que dieron los europeos a su conquista, y no otros posteriores como ‘invasores’ etc, que nos exonerarían en cierta forma”. Dice que el discurso de la otra parte no lo ha querido usurpar, porque para eso tendría que haberse metido en la piel de un antropólogo y no ha querido hacerlo, y porque además él no habla quechua ni es peruano, así que “no tengo ninguna legitimidad para hacerlo”. Por eso todo el libro está visto desde el lado de los españoles. Y no nos deja nada bien.
No tengo nada en contra del perdón. ¿No fuimos a América a llevar el cristianismo? Pues el perdón es una virtud cristiana
Antes de la conquista, explica un Vuillard profesoral, “la historia se leía en plural: ‘las historias’. Herodoto, o las Vidas paralelas de Plutarco, son en plural. Aquí en cambio ‘crónica’ es en singular”. Para el autor, es en ese acontecimiento y su consiguiente relato cuando se unifica “lo que llamamos historia, el universalismo de la historia, la unidad del género humano. Empieza ahí, con dos aspectos contradictorios: la violencia de la conquista y el discurso de Bartolomé de las Casas. Los dos son simultáneos en cierta forma. Pero sí, lo universal está marcado por una brutalidad muy grande en su nacimiento”. Desde ese momento, dice, el curso de toda la historia se puede identificar con este acontecimiento. “La conquista tiene lugar en el siglo XVI pero sigue hoy, no ha terminado. La globalización es el otro término para hablar de colonización. Lo que empieza en Cajamarca, esa unidad mundial impulsada por occidente, tiene su eco hoy”.
Unos siete años antes de escribir este libro, Eric Vuillard atravesó América Latina y estuvo en Perú. Visitó Cuzco e hizo amigos allí. Vió "una gran pobreza y una segregación social y racial lacerante". Especialmente en Lima, donde cada barrio es un mundo adscrito a una case social concreta y segregado del resto. “La estructura colonial se reproduce exactamente hoy en día”, afirma. Luego leyó a Riberyro y a Arguedas. Quedó muy impresionado con la novela más celebrada de este último, la indigenista Los ríos profundos: dice que identificó enseguida la tristeza que flota en el ambiente de esa narración con lo que él vio en Perú y con el choque terrible que fue la conquista, “que desestructuró totalmente la sociedad andina”.
Los pueblos colonizados dicen que la petición de perdón está tardando demasiado en llegar, pero yo más bien pienso que es al contrario: todavía es demasiado pronto, porque en realidad la conquista no ha terminado. Cuando miras la lista de grandes empresas de Perú, son todas extranjeras: multinacionales francesas, españolas, nortemaricanas...
En Consquistadores seguimos los pasos de Francisco Pizarro desde que parte de Panamá con un pequeño ejército y dirige sus barcos hacia el Sur. Va en busca de un reino perdido en unas montañas en el que se cuenta que abunda el oro. La odisea de esos españoles será la mayor parte del tiempo pesadillesca, enfrentados a una naturaleza salvaje -la selva casi carcelaria y llena de peligros, la montaña inclemente- y a unos pueblos indígenas, en particular el inca, que parecen débiles pero no lo son tanto.

El escritor francés y premio Goncourt, Éric Vuillard. / ALBERT BERTRAN
Para conseguir sus objetivos, Pizarro y los suyos -Hernando de Soto, Pedro Martín de Moguer, Agustín de Zárate, Vicente de Valverde, Diego de Almagro, sus propios hermanos Hernando y Gonzalo Pizarro- arrasarán todo lo que encuentren a su paso, con una crueldad extrema que Vuillard describe con detalle quirúrgico y un punto gore. También robarán todo lo que encuentren en aquella sociedad teocrática pero razonablemente próspera y bien organizada: hasta la más mínima pieza de oro será fundida para guardarla como patrimonio o traerla de vuelta a España. Los conquistadores están sedientos de fortuna y la corona de Carlos V necesita pagar sus deudas. No habrá nadie que se pueda resistir a esos deseos. Los indígenas mueren por decenas de miles, aunque los españoles también pagarán un alto precio.
La novela tiene a ratos tono de aventura, y son frecuentes las reflexiones en torno a la política o la organización social de la época. Pero sobre todo hay una profunda indagación psicológica en el personaje principal y en algunos de los que le rodean. Vuillard nos mete en la piel de Pizarro, en la mente de Pizarro. Nos asomamos a sus recuerdos de una infancia pobre con un familiar que le maltrata, de las mujeres que conoció, de una España que para él ya es poco más que neblina. Es un hijo bastardo de clase humilde que ambiciona ser rey.
"Me he ceñido a los hechos para tratar de reconstruir la subjetividad, la personalidad de un conquistador. Fijándome mucho, sobre todo, en el discurso. Por ejemplo, cuando coges la crónica de [Francisco de] Jerez, comienza con 'a la gloria de dios, etc', pero dos páginas después ya solo habla del oro. Y así seguirá hasta el final, durante toda la crónica”. Si nos tomamos demasiado en serio los discursos sobre Dios, dice Vuillard, no entenderemos la conquista. Estudiando todos aquellos hechos, lo que él acabó descubriendo fue “una subjetividad moderna: pragmática, formidablemente eficaz, sin escrúpulos, interesada, codiciosa. La única solución para acceder al poder que tenían aquellos personajes, que no eran de buena familia, eran la violencia y el oro”.
Todo ese expolio, no solo el del oro u otro tipo de recursos, sino también del arte, la cultura etc, es lo que se demanda ahora desde los países que fueron colonias que se devuelva o se compense. El discurso de la descolonización está cada vez más presente en los museos, pero también en otras disciplinas como la literatura, el cine o el patrimonio: en la portada del libro, un activista derriba la estatua del conquistador Diego de Mazariegos en Chiapas. Vuillard tira de esa ironía que ha estado tan presente en sus novelas -no en Conquistadores- para mostrar su posición al respecto: "Si durante la conquista nos dedicamos a fundir todas las joyas y esculturas que encontramos para hacer lingotes de oro sin ningún tipo de escrúpulo, la verdad es que me conmueve que ahora los europeos queramos preservar las obras de arte de los incas que están en nuestros museos".
¿Qué le parece entonces la postura del gobierno mexicano, que no invitó al rey de España a la toma de posesión de Claudia Sheinbaum porque todavía están esperando que España les pida perdón por las tropelías de la conquista? "Lo primero es que no tengo nada en contra del perdón. ¿No fuimos a América a llevar el cristianismo? Pues el perdón es una virtud cristiana", dice con una media sonrisa. Después precisa: "Los pueblos colonizados dicen que la petición de perdón está tardando demasiado en llegar, pero yo más bien pienso que es al contrario: todavía es demasiado pronto, porque en realidad la conquista no ha terminado. Cuando miras la lista de grandes empresas de Perú, son todas extranjeras: multinacionales francesas, españolas, nortemaricanas... Lo que tenemos que hacer es detener esto. México ya no puede ser el botín de la conquista. Perú ya no puede ser el botín de la conquista".
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