Estreno
‘Siggi, el niño espía del FBI’: un monstruo con osito de peluche que se infiltró en Wikileaks
Filmin estrena el documental ‘Siggi, el niño espía del FBI’, centrado en el adolescente islandés que se infiltró en la organización WikiLeaks de Julian Assange
Perfil | Julian Assange, el Espartaco 'wiki'

Nacido en 1992, Siggi tenía 17 años cuando le presentaron a Assange. / EPC


Quim Casas
Quim CasasPeriodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Los informes que proporcionó el joven islandés Sigurdur Thordason fueron capitales para la detención de Julian Assange y el desmantelamiento de WikiLeaks. Conocido como ‘Siggi el hacker’, este adolescente rollizo y mofletudo se infiltró en la organización de Assange, se ganó su confianza y después fue el testigo clave de la acusación del FBI, aunque todo parece indicar que mintió.
El documental que le ha consagrado Ole Bendtzen, quien grabó distintas entrevistas con Siggi desde 2014 hasta 2022, es un trepidante juego dialéctico entre lo que dice él y lo que dicen los demás. Y no solo en cuanto al caso Assange, ya que además de infiltrado, Siggi ha sido acusado y encarcelado en distintas ocasiones por abusos sexuales de menores, fraudes fiscales, blanqueo de dinero, estafas, falsificación de extractos bancarios y otros delitos financieros. Una auténtica pieza. Un monstruo –el título original del filme es ‘A dangerous boy’–, pero a medida que avanza el documental aparecen resquicios de que puede ser, de vez en cuando, una víctima.

En la primera entrevista registrada en el filme, en 2014, Siggi se encuentra en la cárcel acusado de agredir sexualmente a un chico. / EPC
En el inicio se trata del retrato documental de un informante adolescente, pero Bendtzen se apresta a decirnos que es mucho más que eso. Nacido en 1992, Siggi tenía 17 años cuando le presentaron a Assange. Su pericia informática le precedía. Con solo nueve años había hackeado el ordenador de la escuela para cambiar las notas de los alumnos que no le caían bien. Esto lo cuenta su madre, así que no parecen haber dudas sobre sus primerizos actos delictivos. Años después, al arreglar los ordenadores de varias compañías bancarias, filtró a los medios de comunicación los datos de un fraude económico que acabaría repercutiendo en la crisis financiera de Islandia.
En un momento del documental compara su infiltración en WikiLeaks con una película de Hollywood y habla del placer que se experimenta al leer información clasificada. También confirma que durante meses viajó por todo el mundo con la información obtenida por la organización de Assange y su osito de peluche. Esta imagen de niño grande y juguetón –aunque sea con cosas serias– se ve rápidamente zarandeada por sus otros delitos.
En la primera entrevista registrada en el filme, en 2014, Siggi se encuentra en la cárcel acusado de agredir sexualmente a un chico. Nueve adolescentes acabaron denunciándolo por abusos varios. En 2016 salió en libertad condicional y con un grillete electrónico. En una entrevista de 2018 cuenta cómo entró en WikiLeaks y cuál era su relación con Assange, “una gran persona que se metió en mierda muy jodida”, según definición del infiltrado.

La entrada en prisión de Siggi coincidió con la salida a la fuerza de Assange de la embajada de Ecuador en Londres donde se había recluido. / EPC
El relato se va haciendo cada vez más oscuro e inquietante. Tan inquietante como uno de los entrevistados, un sacerdote llamado Dan, en teoría el padre espiritual de Siggi; en la práctica su guardaespaldas cuando estaba en WikiLeaks, un tipo curtido en todos los conflictos violentos, de Irak a Somalia, sin miedo a matar. Todo lo concerniente a los delitos sexuales, que Siggi sigue negando –tan solo acepta el de haber pagado dinero para que los jóvenes se prostituyeran con él–, resulta abrumador. Su intervención decisiva en el proceso contra Assange acaba siendo en comparación casi una anécdota.
Según relata un agente de policía, Siggi pedía favores sexuales a chicos a cambio de un dinero que no tenía: les engañaba enseñándoles el extracto de una inexistente cuenta bancaria en Suiza. Después los rociaba con gas pimientas, los esposaba y agredía sexualmente. Cuando en la secuencia siguiente el director le pregunta a Siggi sobre estos hechos, él le muestra varios videos que conservan en su móvil. En ellos se ve como les rocía los ojos con el gas pimienta y los mantiene esposados, pero sin ningún tipo de violencia sexual. Se vanagloria de ello. ¿Es menos monstruo al explicar que nunca los violó? No, pero poco a poco descubrimos que sus antagonistas también mintieron.
En 2022 volvió a ser encarcelado por delitos fiscales. Su entrada en prisión coincidió con la salida a la fuerza de Assange de la embajada de Ecuador en Londres donde se había recluido, y el posterior proceso de extradición a los Estados Unidos. Para Siggi resulta una divertida paradoja. Tanto como descubrir, por medio del director del documental, que el periodista islandés Bjartmar Alexandersson, autor de varios reportajes que pretendían demostrar que Siggi mintió en sus informes al FBI, había sido contratado por la mano derecha de Assange en WikiLeaks para difamarle. Todos mienten, el monstruo y los que no dicen serlo.
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