Música clásica
La Filarmónica de Viena, brillante con Daniele Gatti en el podio
La laureada orquesta vienesa inauguró la temporada del Palau de la Música Catalana con Stravinsky y Shostakóvich
Pablo Meléndez-Haddad
Pablo Meléndez-HaddadEl ciclo Palau 100 arrancó anoche la temporada del coliseo modernista contando con los admirados Filarmónicos de Viena, en una notable actuación bajo la dirección de Daniele Gatti. Considerado como uno de los conjuntos sinfónicos de mejor sonido del planeta, la Filarmónica de Viena regresaba para dejar muy clara su excelencia mostrando que la química con el maestro italiano funciona a la perfección.
La velada sorprendió por eludir del repertorio más habitual al no centrarse en los grandes sinfonistas de tradición vienesa para mirar a la literatura musical rusa con dos creaciones del siglo XX, el poco programado ballet ‘Apollon Musagète’ (1928) de Igor Stravinsky, y la monumental ‘Décima Sinfonía’ de Dmitri Shostakóvich (1953). Un apunte a destacar: que solo se incluyan obras del pasado siglo es un síntoma de la normalización que se está notando entre los programadores respecto de la renovación del repertorio, que durante décadas casi no se movía del período romántico, detalle que se agradece tanto a la orquesta como al Palau por mantener el programa propuesto.
Poco puede decirse de la rotunda versión que se interpretó del ballet de Stravinsky; las cuerdas estuvieron soberbias, con una unidad y coherencia admirables y una afinación inmaculada. Danile Gatti, de memoria, apostó por acentuar las ligerezas y trasparencias en esta joya con muchas luces y pocas sombras, una de las obras capitales del apartado neoclásico del compositor. La concertino brilló en la variación de Apolo de la segunda escena, todo dulzura, y nada desentonó en un discurso en el que las musas fueron haciendo acto de presencia en el escenario una a una sin prisas y sin pausas, caminando por esas disonancias sutiles que le brindan tanta modernidad a este ballet casi centenario.
La autorreferencial ‘Sinfonía Nº. 10, en Mi menor, op. 93’ de Shostakovich sonó rotunda, generosa, coloreada, una obra que, por su monumental estructura –de casi una hora de duración–, especialmente en el oscuro y denso ‘Moderato’ inicial, se mostró como un contraste ideal con la ‘blancura’ exhibida en la primera parte. Porque si ‘Apollon’ es todo luz, la ‘Décima’ de Shostakóvich está plagada de sombras, y Gatti así lo entendió ante un conjunto entregado, de precisa acción de conjunto que lucía solistas de lujo, subrayando los momentos graves y profundos. Así y todo, no pecó exagerando la lentitud de la agógica (todo lo contrario), y se lo pasó bien en el edificante y casi infernal segundo movimiento, un ‘Allegro’ breve y de ritmo vertiginoso, propio de una danza, para saltar al ‘crescendo’ del tercero a ritmo de vals y a la resolución final, toda una prueba de fuego superada con creces por esta orquesta sencillamente fantástica.
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