Años de drogas y rebeldía
Juan Trejo, escritor: "Hoy podemos contemplar con más justicia a los miles de jóvenes que murieron por la heroína"
El autor barcelonés rescata en 'Nela 1979' la figura de su hermana, fallecida cuando él era un niño y cuya memoria borraron sus padres

El escritor Juan Trejo acaba de publicar un libro sobre su hermana Nela, fallecida en 1979. / Irene Vilà


Elena Hevia
Elena HeviaPeriodista
La historia es sencilla y triste. Manuela, ‘Nela’, Trejo, 21 años en 1979, enganchada a la heroína, una droga apenas conocida por entonces, muere en Valencia apartada de su familia, emigrantes extremeños en Barcelona incapaces de entender sus inquietudes por una vida distinta. Había marchado de casa -‘She’s leaving home’, que dirían los Beatles- a los 17 años y en el domicilio quedaron unos padres, que tuvieron que lidiar con esa muerte y tejieron un muro de silencio en la familia para intentar protegerse de ese dolor. El escritor Juan Trejo (Barcelona1970), por entonces un niño de 9 años y el menor de los cuatro hermanos, ha reconstruido y dado carne al fantasma de aquella muchacha rebelde en ‘Nela 1979’ (Tusquets), un trabajo de investigación que sigue las escasas huellas dejadas por aquella chica, ofreciendo además una nueva luz a los silenciados años de la contracultura barcelonesa.
Cuando decidió escribir sobre Nela, su madre, desconfiada, le preguntó: ¿Por qué desenterrarla ahora? ¿Puedo dirigirle ahora esa misma pregunta?
Yo no pretendía desenterrarla pero sí llegó un momento en mi progresión como persona y como escritor, como hombre maduro y con hijos tardoadolescentes, en el que entendí que necesitaba escribir sobre mi hermana y mirar directamente ese agujero negro en mi historia. Nela cayó en un olvido premeditado en mi familia, convertida en una ausencia poderosa, en un fantasma.
Y empezó a recabar información, algo difícil porque muchos que la conocieron o estaban muertos o bien ya la habían olvidado.
El trabajo fue arduo y tuve que lidiar con la frustración. Los miembros de mi familia solo me ofrecían retazos, pequeñas pinceladas de su historia. Nela no era Janis Joplin. Tuvo una vida breve sin tiempo de hacer cosas importantes. Así que me dediqué también a entrevistar a gente que vivió la contracultura, la que va desde poco antes de la muerte de Franco hasta finales de los 70, para crear un marco en el que situar a mi hermana.
¿Eso le ayudó a materializar a Nela?
Sí, al ahondar en su caso vi que representaba a una generación, sobre todo a esos jóvenes que quedaron en el anonimato, que lo único que podían aportar al movimiento contracultural, al ‘rrollo’ que se decía entonces, era su energía, su cuerpo, su ilusión. No tenían capacidad para ofrecer apenas nada más.

El escritor Juan Trejo acaba de publicar un libro sobre su hermana Nela, fallecida en 1979. / Irene Vilà
Aquel era un momento especial porque las viejas reglas habían caducado y las nuevas estaban por construirse. Eso hacía que la brecha entre padres e hijos fueran inmensa.
Mis padres venían de un pueblecito de Extremadura, tenían un pensamiento muy rígido, como casi todos los que estaban en ese estado, digamos, de inmigración. Aquel fue un extraño momento, en el que un sector de la juventud consiguió una libertad de movimientos anómala para lo que era el país. Mi hermana creyó en eso y no hubo manera de conciliar sus ideas con las de mis padres. Y el choque entre el oscurantismo franquista y los nuevos aires europeos fue muy bestia.
Suele decirse que la heroína entró en España a principios de los 80, pero su hermana murió un poco antes.
Entonces el consumo era muy minoritario y en un ámbito de clase media alta. Lejos del consumo masivo de los 80 por parte de los hijos de la clase trabajadora. A finales de los 70, la heroína tenía un aura asociada al jazz o a la generación beat.
Así que en la adicción también había clases.
Es que para consumir tenías que conocer a alguien que pudiera ir a buscarla a Afganistán, Tailandia o Amsterdam, no había un mercado establecido. Y quien viajaba evidentemente tenía dinero y cultura y cuando la traía la servía a sus amigos. Era algo que no buscaba el lucro sino que estaba todavía vinculado al hecho de dar un paso más en la rebeldía.
Y sin embargo la heroína mató la contracultura.
Sí, entrevisté a gente como Pepe Ribas, Canti Casanovas o Pep Bernades, gente más mayor que mi hermana, que se dieron cuenta de que aquella no era el mismo tipo de droga se había consumido hasta el momento. Si el hachís y el LSD invitaban a lo comunitario, la heroína tendía al solipsismo.
Nela, de todas formas, hija de emigrantes, sin estudios, era una anomalía.
Sí, pero en lugares como la plaza Reial y Sant Felip Neri era muy fácil mezclarse. Además, en estos movimientos alternativos que se pretenden más transversales, no era raro que se estableciera un orden más vertical en el que los que saben y los que tienen van a tomar las decisiones. Por eso digo que en este contexto, mi hermana era carne de cañón.

El escritor Juan Trejo. / Irene Vilà
Pepe Ribas, autor de 'Los 70 a destajo', tiene la teoría de que la llegada de la heroína fue orquestada para acabar con aquel movimiento libertario.
Eso es difícilmente contrastable. Yo sé que en Estados Unidos está probado que la CIA impulsó la droga para acabar con los Panteras Negras y que posiblemente sucedió algo parecido con el movimiento abertzale en Euskadi, pero en Barcelona no fue así. Es más bien una cuestión de mercado: entra la droga y se mezcla con el desencanto de unos jóvenes que muy pronto comprueban que no se van a producir los cambios con los que soñaron. Así que la heroína es un refugio para ellos.
Luego llegó la Movida madrileña y barrió la acracia barcelonesa.
Ese fue un movimiento más bien teledirigido en el que lo que no podía ser monetizable se dejó de lado. Alguien tan transgresor, al menos en sus inicios, como Pedro Almodóvar, se convirtió en el banderín de enganche de lo que vino después, algo más lúdico y materialista y así la Movida hizo que lo que no se podía reconducir en términos socialdemócratas y de bienestar económico se borrase. Y los supervivientes de la contracultura, como Pau Riba, quedaron en el limbo durante años.
¿Finalmente, qué ha intentado en este libro? ¿Hacer justicia?
Hay mucho estigma en relación con los miles de jóvenes que murieron por la heroína y no solo ellos, también sus familias, para las que fue una vergüenza y un secreto. Quedaron desatendidos por la historia y han sido víctimas de un momento y de un relato maximalistas. Hoy podemos contemplar aquello con más justicia. No por buscar culpables, eso no tiene ningún sentido. Pero sí para restañar heridas.
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