Auge después de la pandemia

La noche en Barcelona vuelve a bullir con nuevas ideas: fiestas, puntos lila, politización y hasta psicólogos en la sala

Las discotecas, amenazadas antes de la pandemia, resurgen como lugares de conexión y espacios de afirmación comunitaria, con una clientela más exigente y la implantación generalizada de protocolos para acosos, violencia de género y LGTB-fobia

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Studio 54: la discoteca que revolucionó la noche en la Barcelona de los 80

Ambiente en la fiesta Milkshake de la sala Apolo, el pasado jueves

Ambiente en la fiesta Milkshake de la sala Apolo, el pasado jueves / MANU MITRU

Jordi Bianciotto

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Barcelona
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No hace mucho parecían amontonarse las razones para pensar que las discotecas podían estar en la cuerda floja en el mapa de hábitos de estas alturas del siglo: restricciones horarias, controles de alcoholemia, grifo cerrado para las nuevas licencias (particularmente en Barcelona) y esas aplicaciones para ligar sin tener que hacer contorsiones en la pista de baile. Pero un suceso imprevisto, la pandemia, movió la foto y rearmó las motivaciones para salir y llenar los clubs, entendidos como templos hedonistas, pero también como lugares de encuentro y de agitación cultural y social.

Sí, las discotecas han resurgido poniendo en valor la interacción comunitaria. “Con la pandemia, la gente se ha dado cuenta de que la echaba de menos. El auge de las ‘apps’ no puede sustituir la experiencia social completa”, defiende, resumiendo la voz de todo el sector, Jorge Bordas, director del grupo Costa Este, a cargo de Opium y Pachá, en el frente marítimo, y Bling Bling, en la calle Tuset. Se ve de un modo parecido desde otro punto del circuito nocturno, la sala Apolo, cuyo director, Albert Guijarro, pone el acento en la comunicación. “Ir a una sesión de club, con un ‘dj’ creando su obra y un público expresándose con el baile, crea un diálogo y una noción de comunidad, y eso es algo muy fuerte”. 

Ambiente en la zona del paseo Marítimo de Barcelona, a las puertas de Coconut y Pacha, en agosto de 2024.

Ambiente en la zona del paseo Marítimo de Barcelona, a las puertas de Coconut y Pacha, en agosto de 2024. / JORDI COTRINA

Guiris y autóctonos

Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de la noche en Barcelona? Una diferencia respecto a otros tiempos es la diversificación y la fragmentación de la realidad, con estilos muy diferentes entre clubs y zonas. Una cosa es el paseo Marítimo, junto al Port Olímpic, donde Opium, Shoko, Carpe Diem y el eterno y cambiante Pachá operan con clientelas con un 60% de guiris. Otra, la en otro tiempo rampante ‘Tuset street’, de público más autóctono (cruzado con ejemplares Erasmus), que vive una nueva juventud y en la que, a la sombra del clásico Sutton y del ya asentado Bling Bling, han emergido nuevas ofertas, como La Biblio. No muy lejos, otro nombre venerable, Luz de Gas, y unas calles más abajo, ya en el Eixample, el juvenil Twenties, que ocupa el local del ochentero Nick Havanna.

Luego, tanto Apolo como Razzmatazz, salas de conciertos con su potente oferta de club, son epicentros en sí mismos que concentran multitudes (también locales de su área de influencia, como Laut, Wolf o Vol). En la plaza Reial están Jamboree y el Club Sauvage, exSidecar, y en el Raval, La Paloma, felizmente recuperada. Otra esfera es la latina, con plazas como Antilla, en el Eixample, y salas del Clot como La Oficina. Todo ello, y más, configura un circuito en el que no entran en escena nuevos locales y donde a lo sumo una marca es sustituida por otra. 

¿Qué comparten todas esas zonas? Primero, un nivel de exigencia al alza. “Ahora ya no vale con poner un ‘dj’, hay que ofrecer una experiencia, con una puesta de escena y un espectáculo, como vemos en los megaclubs de Eivissa o Las Vegas”, cuenta Jorge Bordas. “Hoy la gente tiene un mayor conocimiento del ocio internacional”, apunta Robert Massanet, director de Sutton, “y exige más en tecnología, servicios y espectacularidad”. En Tuset, ese público local acude ahora más temprano que antes de la pandemia. “Antes, hasta las dos de la madrugada teníamos poca gente, y ahora a partir de las doce ya están haciendo cola”, añade Massanet.

Otra cosa es la moda del tardeo y el emergente “ocio diurno y al aire libre, con gastronomía”, añade Bordas, con ejemplos como el flamante Bastian Beach (también del grupo Costa Este), situado delante del hotel W, en la Barceloneta. Las zonas vip son, en Tuset, otro gancho para atraer a cierto tipo de clientela, con precios que escalan a partir de unos 300 euros para una mesa de cinco personas, ‘ticket’ que luego se canjea por consumo en copas y botellas.  

Ambiente en la entrada de la sala Sutton, en marzo de 2022

Ambiente en la entrada de la sala Sutton, en marzo de 2022 / ZOWY VOETEN

Psicóloga en la sala

Pero si hay una clave compartida y que distingue al ocio nocturno actual es la sensibilidad por garantizar la seguridad a la clientela, con protocolos para acosos, violencia de género y LGTBI-fóbica, y políticas inclusivas. Razzmatazz y Apolo disponen de sus ‘puntos lilas’. “Este es un cambio muy fuerte, sí. Algunas discotecas lo hacen a regañadientes, o por obligación, porque luego su dinámica y su publicidad no tienen nada que ver con eso”, hace notar Albert Guijarro, de Apolo. Sea por vocación, o no tanto, lo cierto es que ya parece difícil esquivar esa perspectiva. Apolo cuenta todas las noches con una psicóloga vinculada al Observatori contra l’Homofòbia para atender acosos y situaciones violentas, y organiza “cursos sobre feminismo y patriarcado para todo el personal”. La máxima es “que todo el mundo se pueda sentir seguro y divertirse sin molestar ni ser molestado”. Guijarro sitúa la sala en una dimensión alternativa de la oferta nocturna. “No nos identificamos mucho con el concepto de ‘la noche’. Somos más cultura de club”. 

Pero se trata de una concienciación “que todo el sector tiene muy clara”, subraya Jorge Bordas. “Casos como el de Dani Alves nos salpican un poco a todos. No hay tantos, pero cuando se dan, se hacen mediáticos”. En 2018, el ayuntamiento elaboró el protocolo ‘No callem’ contra acosos y agresiones en el ocio nocturno, señalado como crucial en el episodio de Alves, que tuvo lugar en un reservado de Sutton. Massanet, director de esta sala, recuerda que en su día participó en la elaboración del reglamento. “Sutton es parte activa de ese protocolo de seguridad. Que los clientes sepan que están en un espacio seguro y de calidad es muy importante para nosotros”.

Ambiente de la fiesta Milkshake en la sala Apolo, el jueves pasado

Ambiente de la fiesta Milkshake en la sala Apolo, el jueves pasado / MANU MITRU

Fiestas de colectivos

Conectada con esta realidad está la proliferación de fiestas vinculadas a colectivos que tienen que ver con la comunidad LGTBIQ+ o FLINTA (siglas en alemán de mujeres, lesbianas, interesexuales, no binarias, trans y agénero). “En Barcelona hay en gran medida las mismas salas de cuando yo tenía 18 años, y la renovación está sobre todo en las fiestas, muchas en clave ‘queer’ montadas por colectivos”, cuenta Patrizia di Filippo, periodista colaboradora de este diario, que ahora tiene 29 y cita ejemplos como Me Siento Extraña, en Upload (Poble Espanyol), o Churros con Chocolate, en Apolo. La también periodista y gestora cultural Aïda Camprubí habla de “politización de la noche” porque “ya no se va tanto a ligar como a conectar”, entendiendo el club como un “lugar de encuentro y un núcleo cultural”. Se trata, añade, de “romper el estigma de la noche como espacio chungo de gente perdida”.

Pero fiestas hay de todo tipo, y son estables en salas de variado espectro, incidiendo en la idea de multiplicidad de perfiles (humanos, ideológicos, musicales). En Apolo, hay reguetón y perreo los miércoles con la marca Bresh, o pop y dance con público universitario los jueves con MilkShake. Noches, muchas, a cargo de operadores externos “que funcionan casi como socios, familia, porque estamos en el mismo barco”, precisa Albert Guijarro. En Razzmatazz, la fiesta Dirty, los miércoles, anuncia “pop sin prejuicios, bailes despendolados, disfraces y muchas ganas de partir la semana en dos”, mientras que Fuego, los viernes, cierra filas con la electrónica y las músicas urbanas “con un público inclusivo y abierto de miras”. 

Señores blancos que no bailan

Cada noche, una película distinta, reflejo de esa foto general tan parcelada. “En la época de Studio 54, años 80 y 90, no había internet, no se compartía tanta música y había olas más concretas. Ahora puedes estar conectado con muchas ramas musicales de todo el mundo, con la influencia añadida de las migraciones y diásporas”, cavila Aïda Camprubí, que ve, en la parcela más alternativa de la noche, una liberación de complejos y una mayor libertad de movimiento. “Antes esto iba de señores blancos que no bailaban y ahora hay más mujeres, y colectivo ‘queer’, se baila más y se tiene la seguridad de que nadie vendrá a tocarte el culo ni a molestarte”. El propio rol del ‘dj’ ha evolucionado en los clubs más avanzados. “Ya no es el pope, el gurú. En muchas salas baja a la pista y es el público el que sube al escenario a bailar”.

La fiesta Common People, en la sala Razzmatazz de Barcelona, es una de las sesiones de éxito entre personas de más de 40 años

La fiesta Common People, en la sala Razzmatazz de Barcelona, es una de las sesiones de éxito entre personas de más de 40 años / ZOWY VOETEN

La noche barcelonesa se refresca y practica nuevas formulaciones acordes con el signo de los tiempos, y se diría que lo hace forzando sus propias costuras, dado que apenas irrumpen salas nuevas al 100%, que no sean recambios con una nueva marca. No como en Madrid, “donde cada seis meses abre un local y la gente sale a descubrirlo”, indica Jorge Bordas. El sector suspira por una política de licencias más abierta. “Que se puedan abrir más locales, quizá no en el centro de la ciudad, pero que la oferta se reparta más”, señala Robert Massanet, de Sutton, que ve señales esperanzadoras en el actual equipo municipal, “más abierto a entender que hay una necesidad de locales de ocio, por una cuestión social y cultural, y también económica”. 

Se percibe un apetito de fiesta y socialización que hoy colisiona con la creciente sensibilidad vecinal en materia de ruidos y otras molestias. Pero, a la espera de que se resuelva, o no, la ecuación, parece claro que ‘apps’ como Tinder, Meetic o Quiero Rollo no han podido acabar con la cita colectiva bajo la bola de espejos.

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