Crítica de 'Té negro': una infusión que provoca somnolencia

En el nuevo largometraje del maliense Abderrahmane Sissako, tanto la planta aromática titular como el ritual que la convierte en infusión aspiran a funcionar a modo de metáfora del embelesamiento que sienten sus protagonistas, un divorciado chino y una inmigrante marfileña cuyo amor florece en la localidad de Guangzhou. Pero ni todos los susurros románticos y poéticos que intercambian ni el amaneramiento del que la película hace gala mientras los observa con el fin de parecerse a ‘In the mood for love’ (2000) impiden que ese romance resulte apático y tedioso, ni logran dotar a la pareja de la personalidad necesaria para hacerlos mínimamente interesantes. Quizá con la esperanza de suplir esas carencias, Sissako los rodea de subtramas centradas en personajes secundarios por las que, eso sí, no tarda en dejar de interesarse.

La falta general de vitalidad de ‘Té negro’ también se manifiesta de otras maneras. Pese a que Guangzhou es el centro de comercio portuario más importante del planeta y un crisol en el que la población africana es casi tan numerosa como la local, la versión del lugar que propone la película es poco más que cartón piedra. Y la blandura con la que retrata el choque entre ambas culturas -por lo visto, en realidad el racismo en la ciudad es un asunto muy serio- resulta especialmente decepcionante si se tiene en cuenta la agudeza política que Sissako mostró en sus mejores películas, ‘Bamako’ (2006) y ‘Timbuktú’ (2014).