LA ENTREVISTA
Enrique Juncosa, escritor y curador de arte: "El mundo se ha vuelto beato: los artistas son funcionarios que trabajan desde los museos con un discurso político oficial"
Años después de dejar la dirección del Museo Irlandés de Arte Moderno para dedicarse a la narrativa, añorando aún la rebeldía artística de los años 80, publica su segundo volumen de relatos: 'Los lagartos divinos' (Galaxia Gutenberg)

El escritor y curador de arte Enrique Juncosa. / Pascal Borzelli
Los relatos sin etiqueta de este erudito curador de arte se digieren como un buen vino atemperado: siempre hay un candor apreciable en sus historias nada amables y de final abrupto. De Marina Abramovic a los hippies de Ibiza, de Nietzsche enajenado y su hermana nazi a la parodia nacionalista, de la escena artística a la tragicomedia (real) en el váter de un avión. Mallorca, 1961, Enrique Juncosa es sobrino nieto de Joan Miró, a quien frecuentó en la infancia y de quien tal vez heredara su primera vocación. Fue subdirector del Museo Reina Sofia y del IVAM, y dirigió el Museo Irlandés de Arte Moderno, oficio que compaginó con la poesía y el ensayo hasta que la uniformidad y la corrección, el discurso político de los artistas/funcionarios de museo le desencantó tanto que optó por dedicarse a la narrativa.
¿Le sienta mal si digo que sus relatos me parecen “bonitos”? Bonito es un atributo denostado en el arte…
Me parece bien utilizado como lo has hecho. Los relatos tienen finales duros, pero así es la realidad que nos rodea. Cuido mucho el estilo, lo que creo que ayuda a meterse en la historia, y procuro ser generoso con los personajes: tienen que caer bien al lector, aunque algunos correspondan a personajes reales no muy agradables.
¿Hay algo más brutal que quemar con fuego la memoria de otros, como sucede en el primero de sus relatos?
Representa a la hermana filonazi de Nietzsche, Elisabeth, quemando los diarios del filósofo. Está sacado de un libro del musicólogo y ensayista alemán Joachim Köhler, quien sostiene que Nietzsche era una persona muy extrovertida y muy gay, motivo por el que fue rechazado en la universidad pese a ser la gran promesa. Wagner le insistía en que tenía que casarse, aunque nunca se habló de ello abiertamente porque entonces no sólo era insultante sino peligroso, podían condenarte. Lo que el autor dice es que la idea nietzscheana de “superhombre” no era sino la salida del armario de los homosexuales. En el relato, mientras él delira de locura, porque terminó su vida perseguido, aislado y enajenado, su hermana está quemando unos diarios íntimos que supuestamente él había escrito, así como su correspondencia personal. Tras su muerte, Elisabeth cambió y falseó gran parte de sus textos y ocultó toda la verdad.
¿Sostiene, tal y como pone en boca de otro de sus personajes reales, el pintor norteamericano Paul Jenkins, que “el artista que se cree que dice algo es un idiota”?
Esta frase resume muy bien aquel momento del arte de los 80: la gente se bebía unas copas y hacía declaraciones de este tipo, mientras hoy todo es políticamente correcto, profesional, ambicioso. Jenkins es el último modelo de artista romántico, que desde la inocencia se atrevía a todo y dejó su carrera artística en lo más alto, cuando entendió que ya no era posible comportarse así.
Un asunto recurrente en muchos de estos cuentos es el abandono o la pérdida de los padres en la infancia, ¿de dónde surge?
No lo había pensado, pero tal vez tenga que ver con mi separación sentimental, y de ahí también mis finales abruptos, porque la realidad no avisa y de pronto un accidente mata a tu ser querido, o te detectan un cáncer, o te echan de tu casa… Está visto desde el punto de vista del adulto que abandona a su pareja para huir de la opresión social, o del que es abandonado de repentinamente, como el pianista que sólo creando puede resolver su herida.
¿Qué le transmitió su padre de la memoria de su tío Joan Miró?
A Miró lo frecuenté mucho de niño: íbamos a su casa a bañarnos en verano y, aunque no me atrevía mucho a hablar con él, porque me imponía, sí era consciente de que todo lo que le rodeaba era inusual: en su casa había obras de Léger, Calder, Giacometti… lo que no había en otras casas. Murió cuando yo tenía 21 años y, a los 28, su mujer, mi tía abuela Pilar Juncosa, me dejó hacerle muchas preguntas sobre aquellas personalidades que había conocido junto a él: Picasso, Braque, Kandinsky, Mondrian…
Lo que supongo tiene mucho que ver con su vocación de curador artístico. ¿Qué significa en realidad esa rimbombante acepción de “comisario independiente”: son realmente independientes del mercado los programadores y creadores de exposiciones?
Quiere decir no asociado a un museo; pero sí, es difícil mantenerse independiente. Por eso yo, cuando iba a cumplir 50 años, sentí una necesidad urgente de dejar de pertenecer a un museo y dedicarme a escribir narrativa. Sigo haciendo una o dos exposiciones al año (este: las cerámicas de Barceló en la Pedrera y las esculturas de Susana Solano en la Fundación Vila Casas, Barcelona), pero nada que ver con las 21 que montaba como director del Museo Irlandés de Arte Moderno en Dublín, donde trabajé hasta 2011.
Un buen museo debiera promover el debate no sólo artístico sino cultural y social. ¿Lo hacen los museos españoles o prefieren el TikTok?
No estamos en un buen momento para los museos, pese a que tienen una gran respuesta del público. Se han vuelto muy uniformes, tienen todos las mismas ideas, lo que limita la realidad artística. Me parece muy bien que se recupere a artistas mujeres y de otras minorías, pero el arte debe mostrar lo que es en sí mismo, y debe salir de una necesidad real. Hoy hay mucho arte político. Lo que antes era controvertido hoy es la norma, y lo que antes surgía del underground hoy sale de la propia institución, y esto me parece una impostura. El tipo de artistas que nos gustaban en los 80, Pasolini, Fassbinder, Mishima, eran radicalmente transgresores, ofendían sin pretenderlo. Ahora los artistas son funcionarios que trabajan desde los museos con un discurso político oficial, pero mientras tanto se quiere prohibir Lolita de Nabokov, y estoy seguro que un personaje como Jean Genet estaría en la cárcel, porque era ladrón. El mundo se ha vuelto beato.
¿Las redes sociales han malbaratado la cultura o la han puesto al alcance de todos?
Yo las usaba, para enterarme rápido de las noticias, pero me las hackearon y no pienso volver a utilizarlas: no me parecen necesarias. En cuanto al arte, no es algo que pueda consumirse en una pantalla: el arte hay que verlo y vivirlo.
Volvamos a su escritura, tan tintada de poesía. Considera que la poesía es una forma de conocimiento y, también, un acto mágico, y ¿es así porque va más allá de lo racional?
Porque cambia el sentido de las cosas y te permite ver lo que nunca antes habías visto.
¿En qué punto cardinal se cruzan la poseía y la locura?
Es posible que la poesía tenga algo de locura, sí; es una sensibilidad parecida. La locura, el arte y la espiritualidad están vinculados. Mircea Eliade decía que el sentido religioso es algo físico que surge en el ser humano al enfrentarse a la muerte. Por eso las culturas orientales nos resultan tan atractivas a los que no somos religiosos confesionales, porque son lecciones y filosofía de vida, espiritualidad por encima de religión canónica. El chamán es artista, brujo y médico al mismo tiempo. Para el artista, crear es una necesidad de entender el mundo y objetivar las cosas; no lo hace para llamar la atención, le sale sin querer.
Destilan sus historias amor, desamor, pasión, ruptura… ¿Hay algo más allá en literatura que amor y muerte?
Amor y muerte/vida van siempre juntos y son los dos grandes temas de la literatura, y el interés por ellos crece con la edad. Es el sentido de todo esto.
También hay mucho de su generación, cosecha de los 60, ¿fue una generación maldita y condenada o acaso murió de tanto placer? (De hecho su primer libro de relatos se titula Los hedonistas).
Hablo de una generación anterior a la mía, aquellos jóvenes que en los años 60 y 70 se instalaron en Ibiza; una época de sectas, creencias de lo más extrañas… Aún quedan algunos por allí, entras en la panadería a por un bollo y un hippy te asalta y te dice: “Hoy tienes el aura muy amarilla”; es muy interesante lo que aquella gente llegaba a creerse. Las décadas entre los 20 y 30, y 60 y 70 fueron las más interesantes del siglo XX. La gente quería ser diferente, mientras que hoy quieren ser todos iguales.
A España ese momento sociocultural llegó en los 80, cuando usted era joven… ¿Malditos o divinos?
Las dos cosas. Nos lo pasamos muy bien. Yo llegué a Barcelona en el 79 para estudiar la carrera, y en el 84 me fui a Londres a trabajar; Inglaterra era entonces un país deprimido, mientras en España se vivía un optimismo muy grande: era todo una eclosión de museos, exposiciones, traducciones, música… Fue una época fabulosa en este país, sí.
Enrique, ¿qué es abrazar el vacío?, ¿qué se siente?
Es la experiencia mística que vive una de mis protagonistas, una mujer muy deprimida que viendo a Marina Abramovic en escena entra en un éxtasis espiritual y catártico que le permite salir del agujero. Quería poner de manifiesto el poder de sanación de la experiencia artística, eso es todo.
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