Teatro

El Festival de Aviñón renace como denuncia

La edición 77 de la muestra de teatro más importante de Europa recupera músculo político con la nueva dirección de Tiago Rodrigues, un programa más pegado a la realidad en el que debuta la compañía catalana Mal Pelo

'Carte noire nommée désir', de Rébecca Chaillon

'Carte noire nommée désir', de Rébecca Chaillon / Christophe Raynaud de Lage

Manuel Pérez i Muñoz

Manuel Pérez i Muñoz

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Antes de que comience el espectáculo, un aviso sonoro nos indica que las mujeres negras y mestizas se pueden instalar en el fondo del escenario, en cómodos sofás VIP. La segregación pone un espejo frente a la superioridad numérica blanca de la platea y también ironiza sobre sus privilegios habituales. Este solo es el punto de partida del estreno que revolucionó el pasado jueves el Festival de Aviñón, la afilada performance-cabaret 'Carte noire nommée désir', de Rébecca Chaillon. El cuerpo de la mujer negra como metáfora de tanto sufrimiento pasado y presente. Ocho soberbias actrices que declaman, cantan, bailan, trepan, escupen, se rebozan en cacao, se embadurnan con café. En el punto álgido de la obra se adentran entre el público, sonrientes y decididas, sustraen bolsos y enseres de valor para llevarlos al escenario. Con ello representan sin palabras la colonización en un juego de adivinanzas sarcástico. “¿Escuchan eso?” Todos callados. “Es el silencio cómplice de la izquierda”, mordaz referencia a Nahel, joven asesinado en junio en un control policial de las afueras de París.

En las casi tres horas de representación se oirá una voz indignada entre el público: “¡escándalo, Aviñón!”. Protesta espontánea de las que solo se escuchan aquí, enseguida acallada por el resto de espectadores que acabarán entregados en una sonora y larga ovación en pie. Entre ellos, muy sonriente, Tiago Rodrigues, el nuevo director de Aviñón, la primera persona no francesa que llega al cargo. La transformación del portugués se ha notado, y mucho. Atrapado en unas dinámicas internas demasiado autorreferenciales, en los últimos años el festival de teatro más importante de Europa y más allá ha visto peligrar su corona frente a muestras más pujantes. El giro ha sido más que eficaz. Recuperada la fundacional etiqueta “popular” de Jean Vilar, Rodrigues ha ideado un festival más pegado a lo real, rabiosamente contestatario, con el 'leitmotiv' de la “vulnerabilidad colectiva”. Para acallar las críticas sobre la endogamia de los nombres que se repiten año tras año, el 75% de las compañías de 2023 son nuevas. Y la guinda la pone la decisión de invitar una lengua, en esta edición el inglés, gesto de hermanamiento anti Brexit. Aviñón, como Cannes, será político o no será.

En consecuencia idiomática, mucho más público británico del habitual llena los 45 espectáculos del programa oficial –más los 1.500 del expansivo 'off' que gobierna las calles– y también mucho artista anglófono. Como el discípulo de Peter Brook, Alexander Zeldin (a quien ya vimos en el Grec), el Royal Court Theatre con unos crípticos monólogos de Alistair McDowall, el coreógrafo estadounidense Trajal Harrell con el honor de pisar el Palacio de los Papas y, claro, Shakespeare a través del famoso, pero poco conocido en Francia, Tim Crouch, quien debuta en Aviñón para subrayar la falta de sentido de las fronteras, también las artísticas.

Bofetadas de realidad

Sustituyendo al pope Krystian Lupa, que tuvo que suspender después de turbios conflictos en los ensayos, Rodrigues también predica con el ejemplo. Su espectáculo 'Dans la mesure de l'impossible' pone sobre el escenario testimonios dramatizados de profesionales de la cooperación internacional. La guerra y sus rutinas, la desesperación, la precisa descripción del olor de cadáveres amontonados. Bofetadas de realidad para mostrar al público otro mundo más allá de las butacas aterciopeladas de un teatro con entradas a 45 euros. Pocos niegan la contradicción.

En la misma línea, otro de las cabezas del cartel, el suizo Milo Rau con su 'Antígona en el Amazonas'. Vídeo y actores se mezclan para llevar el clásico de Sófocles al Brasil contemporáneo. En escena la masacre del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra en 1996, colectivo que, como la heroína griega, se rebela contra las normas injustas del estado. A Rau le faltó la mala leche de otras ocasiones, más preocupado porque encaje la estructura del mito que por la explicación del conflicto de base y sus consecuencias.

Mal Pelo toca el cielo

Si un festival de cine equiparable en prestigio a Aviñón programara durante tres años seguidos compañías catalanas, los diarios no hablarían de otra cosa. Primero fue el triunfo de La Veronal en el Palacio de los Papas, el año pasado El Conde de Torrefiel también se coló en el programa. El jueves en el estreno de 'Inventions' de Mal Pelo el público acabó en pie ovacionando el inspirado cierre de la tetralogía sobre Bach. “¿Quién son?”, preguntaba la gente a la salida. Algún experto exponía sobre la marcha las tres décadas de experiencia de la compañía liderada por María Muñoz y Pep Ramis, su buena forma indiscutible. “Soberbia pieza” – como la definió 'Le Monde'– , 16 ángeles barrocos entre bailarines, músicos y cantantes que ayudaron a recuperar la fe en la humanidad después de tanto bofetón de realidad. 

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