Crítica de clásica
El triunfal regreso de Jacobs al Liceu
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Pablo Meléndez-Haddad
En su regreso al Liceu tras su debut el año pasado con la ópera 'Orpheus’ o ‘Die wunderbare Beständigkeit der Liebe’ de Georg Philipp Telemann, el director, investigador y contratenor René Jacobs continuó desgranando la trilogía que recrea el mito órfico, esta vez de la mano del popular 'Orfeo ed Euridice' (1762) de Gluck, un proyecto que concluirá el año próximo en el Gran Teatre con ‘L’Orfeo’ monteverdiano.
Contando con los acreditados RIAS Kammerchor y la Freiburguer Barockorchester el maestro belga ofreció una versión fiel al original vienés de esta ópera fundamental en la historia de la música con la que comenzó la reforma del género gracias al conseguido libreto de Ranieri de’ Calzabigi –que mira directamente al drama de los protagonistas– y a una partitura con máxima contención musical en cuanto a artificios efectistas, tan solicitados por divas y ‘castrati’.
Jacobs se movió precisamente en estos términos, aunque sin perder de vista la generosidad con los solistas que pudieron ornamentar a voluntad. La orquesta de Friburgo, con instrumentos de época y solistas más que virtuosos, ofreció toda una clase de interpretación estilística, y si en la energética sinfonía hubo algún desajuste, durante las posteriores casi dos horas de ópera todo estuvo en su sitio, sin estridencias, y con momentos excelsos satinados de un terciopelo que no eliminó la brillantez.
A esta excelencia ayudó, y mucho, el RIAS Kammerchor, un conjunto que nuevamente impresionó por su calidad, por el prodigioso empaste de sus voces y por la flexibilidad de sus miembros. La masa coral en esta ópera es un protagonista más, y en este caso el Liceu contó con un lujo de fichaje.
Exigentes 'fioriture'
Por suerte en el apartado de los solistas vocales todo funcionó sin mayores problemas, aunque seguro que se escucharán mejor en los otros escenarios de la gira que está llevando la propuesta por diferentes ciudades, ya que, por amplitud, la sala del Liceu no es la más adecuada para el estilo. Muy adecuado el Orfeo de Helena Rasker, de voz oscura, ágil, de técnica virtuosa y capaz de las 'fioriture' más exigentes; su proyección fue la suficiente, salvo en la zona grave. El Amore de Giulia Semenzato, además de mostrarse como una espléndida bailarina, aportó el timbre indicado para el rol, con una zona aguda brillante y luminosa, aunque limitada en cuanto a volumen, muy al contrario de la potente Euridice de Polina Pasztircsák, que lució una vocalidad generosa y tan atractiva como adecuadamente dramática.
A pesar de ofrecerse en versión de concierto y de un público bastante desconcentrado (parte del cual huyó en la segunda parte), ayudó a crear atmósfera cierto planteamiento escénico (coro incluido) y una bien pensada iluminación.
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