Un gigante de las letras
Todas las cartas de James Joyce, incluidas las masturbatorias

El escritor irlandés James Joyce hacia 1919.
El 15 de junio de 1904 James Joyce escribe una breve misiva a una pelirroja a la que había conocido el día anterior por la calle. “Me gustaría concertar una cita”. El encuentro con la que sería su esposa para los restos, Nora Barnacle, se produce al día siguiente. Una fecha fundamental en su vida y en la de la literatura pues esa fue la jornada elegida por el escritor para situar la ordinaria odisea de su antihéroe Leopold Bloom que a modo de moderno Ulises se pasea por las calles de Dublín de tasca en tasca. Es el Bloomsday, hoy fiesta nacional oficiosa de Irlanda.
Aquellos jóvenes tenían 21 y 19 años, respectivamente. James es hijo de clase media alta, instruido, brillante y muy excéntrico. Ella es una chica de pueblo, vivaz, intrépida y sin cultura que sin embargo jamás pedirá perdón ni se amilanará por no tenerla, ni siquiera cuando se empareje con una de las mentes más brillantes del siglo XX. No leerá jamás el ‘Ulises’ -lo calificará de “sarta de porquerías”- ni por supuesto, el mucho más difícil ‘Finnegans Wake’. Pero sin Nora, la mujer que hizo de él “un hombre” como reconoció el autor, es muy probable que su literatura no tuviera la libertad y la desenvoltura que marcó su estilo.

Una representación de la escena en el cementerio de Glasnevin, en Dublín, durante el Bloomsday.
/Seguir el rastro de su relación con Nora Barnacle en las 1.030 páginas de ‘Cartas. 1900-1920’ (Páginas de Espuma), primera entrega de los dos volúmenes que compondrán la correspondencia completa, por ahora, de Joyce, es una de las vías que puede elegir el lector para seguir la ruta más profunda del escritor. Lo constata su traductor y editor, Diego Garrido, que también abordó los cuentos completos del autor en la misma editorial. “Él se empeñó en mostrarse como alguien oscuro y misterioso porque quería crear una imagen de sí mismo como alguien que había brotado de la nada. Además no concedía entrevistas y no le gustaban los círculos literarios. Las cartas, por el contrario, revelan esa intimidad”. Y hasta qué punto.
Las 'dirty letters'
Si seguimos el hilo de Nora necesariamente daremos con uno de los capítulos que más morbo ha despertado en la historia de la literatura, las ‘dirty letters’, las cartas sucias, guarras o obscenas, como quieran llamarlas, que los esposos se enviaron por un corto periodo de tiempo, en 1909 cuando obligado por las circunstancias, él regresó a Dublín durante unos meses mientras ella le esperó en Trieste con los dos hijos de la pareja.
Nora siempre fue mucho más madura y atrevida, en lo que respecta a la relaciones sexuales, que su marido, que apenas si se había estrenado con prostitutas cuando la conoció. En la famosa primera cita ella no dudó en deslizarle la mano dentro de su pantalón y fue ella también quien incitó a su marido a escribir sin tapujos. De hecho, la primera de estas cartas procaces es de Nora. “Su objeto era masturbarse en la distancia”, explica Garrido. También es posible que tuviera una intención añadida, hacer que el escritor se mantuviera lejos de las prostitutas cuando el deseo pujara fuerte.
Las cartas de Nora se han perdido, las quemó ella misma. Pero las de él son muy explícitas con imágenes tan impactantes como aquella en la que se describe “como un cerdo cabalgando a una cerda”. Regocijándose “con el puro hedor y sudor que brota de tu culo” o celebrando el recuerdo de las ventosidades que se le escapan a ella durante la penetración anal. Sí, la suciedad es literal.
Aficionado a los azotes en el trasero, también menudean las escenas sadomasoquistas, que a Garrido le parecen mucho más interesantes que la coprofilia, porque más tarde encontrarán su eco en varios capítulos del ‘Ulises’: “Leopold Bloom recibe una carta de su amante que le pide que le pegue y es muchísimo más delicada que la carta real, también tiene su importancia en el episodio de ‘Circe’ en el que la mujer está representada como una fuerza imprevisible y poderosa de la naturaleza”, explica Garrido.
La hazaña del compilador es de calibre, las ‘dirty letters’ son apenas 15 de las 800 cartas que se reúnen aquí y que suponen la más completa colección, hasta el momento, de ese proyecto, no ya en español sino también en inglés. Garrido ha unido las publicadas por Stuart Gilbert y por Richard Ellmann -su biógrafo canónico- con las aportaciones de la Asociación James Joyce Correspondence que cada cierto tiempo descubre alguna.
Los años de formación
Aquí están todas las misivas que Joyce escribió entre los 18 y los 38 años. Pero también algunas otras de sus corresponsales que ayudan a comprender su contexto biográfico, como la que el padre T. P. Brown, su profesor, escribió a la madre del pequeño James de 8 años diciendo que en el niño estaba escribiendo una “carta formidable”; llegada la adolescencia James desarrollaría un odio intenso a todo lo que oliera a Iglesia Católica.
Esta primera entrega acompaña al escritor, que se ha marchado de su ‘odiada/ amada’ Irlanda para autoexiliarse en Suiza y en Italia y lo abandona en París, una visita de unos meses que acabará siendo una estancia de más de 20 años. Allí dará fin al ‘Ulises’ y logrará que la buena de Sylvia Beach, librera de Shakespeare and Co -a quien, ¡ay!, acabará traicionando- publique aquella obra supuestamente impublicable. Pero esa es otra historia porque Beach, en 1920, todavía no ha entrado en la vida de Joyce.

Joyce con un parche, después de su primera operación por glaucoma.
/Su concepción de la literatura y la falta de dinero, una queja que recorre machaconamente estas cartas, son los grandes 'leit motiv' de la correspondencia. Hay que recordar que todavía tendrían que pasar unos años para que alcanzara la fama y la estabilidad económica. No es hombre de muchos amigos y únicamente con su hermano Stanislaus que le siguió en su autoexilio a Trieste puede hablar con confianza: “En su juventud Joyce se parecía mucho a Stephen Dedalus, su personaje alter-ego, ese joven genialoide y prepotente y así aparece en las cartas que le dirige a Stanislaus. James está solo en Europa y esas cartas le sirven de desahogo porque no puede hablar con nadie más de lo que le obsesiona”.
Lo que no está
La amistad con Ezra Pound también merece un recorrido aparte. Para Garrido son de lejos las más interesantes. Pound todavía no había desarrollado su amor por el fascismo que le llevó a endiosar a Mussolini. Se dedica más bien a impulsar a jóvenes como William Carlos Williams, Ernest Hemingway, Robert Frost, o Rebecca West. “He metido algunas cartas de Pound por su belleza y extravagancia”, explica.
Las cartas ofrecen también la posibilidad de hacer un diagnóstico del autor en base a las grandes ausencias que se pueden detectar en ellas. Apenas habla de su alcoholismo, aunque a Garrido le parezca que en esta época todavía no era lo preocupante que llegó a ser con los años –“me parece más significativo su lento descenso a la ceguera que ya empezaba a dar síntomas entonces”, pero sobre todo el elefante en la habitación, entre los años 1914 y 1918.
Noticias relacionadasY es que en estas cartas es nula la mención a que Europa está enzarzada en una contienda de proporciones mundiales. Es sabido, Joyce solía decir, guasonamente, que no se enteró de la Primera Guerra Mundial porque estaba escribiendo el ‘Ulises’. Y respecto a la segunda, que fue una conspiración para que nadie leyese su libro. “Era un tipo absolutamente obsesivo y todo lo que pudiera pasar a su alrededor no le interesaba lo más mínimo si no iba a convertirse en material literario”, sentencia el editor.
El hermano que le apoyó
La pasión joyceana de Diego Garrido va más allá de haberse hecho cargo de las ediciones de varias obras del autor y ahora de su correspondencia. Acaba de terminar una novela, ‘El libro de los días de Stanislaus Joyce’ que el sello Anagrama publicará el próximo año en el que recrea el diario que el hermano de Joyce, Stanislaus, llevó en su juventud. La obra será una reivindicación de la figura de este frente a las muy documentadas de su esposa Nora y del padre de James Joyce. “Stanislaus fue alguien que apoyó a su hermano sin condiciones, él le llamaba 'mi piedra de afilar'. Era muy inteligente y muy carismático a su manera. Además practicó el monólogo interior antes que James pero éste nunca se lo reconoció”.
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