Concierto en Barcelona

Andrés Calamaro en el Liceu: Una muy buena costumbre, por Rodrigo Fresán

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El cantante es consciente de su obligación de ser antológico con sabores variados pero constante buen gusto

Concierto de Andrés Calamaro en el Liceu

Concierto de Andrés Calamaro en el Liceu / JORDI OTIX

Rodrigo Fresán

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Siempre es interesante volver a ver y a oír a quien se vio y se oyó tantas veces. Quien firma esto disfrutó de Andrés Calamaro en Los Abuelos de la Nada, casi secreto y magistral y polimorfo y perverso en el ahora clásico Nadie sale vivo de aquí, triunfal con Los Rodríguez, en sesiones de grabación tóxicas e interminables (alias El Paciente Andrés), teloneando a Bob Dylan, invitando a tantos o invitado de tantos otros (desde Julio Iglesias a C. Tangana) y, de unos años a esta parte, como ya asentado pero a la vez inquieto revisitador de sí mismo. Y es que eso es ser un clásico vivo: contar y cantar con el placentero privilegio de haber sido muchos para acabar siendo único.

Todo lo anterior para decir que Calamaro ya es uno de esos favorecidos artistas que descansa (pero no se relaja) sobre repertorio vintage pero no envejecido. Es decir: lo suyo, en directo, se presenta como un corpus a poner que goza de lo mejor de una larga experiencia no exenta de bienvenidos y juveniles arrebatos.

Así, dentro del marco del Festival Guitar 23, el Calamaro Modelo Liceu '23 es un cantautor que se sabe de antología. Y, por lo tanto, es consciente de su obligación de ser antológico con sabores variados pero constante buen gusto (lo que, también, implica inevitables ausencias como nada de su etapa primera y argentina que tal vez debería regrabar y poner al día cualquier noche de estas, como Dylan en su reciente Shadow Kingdom). Pero, se entiende, estas son quejas que enseguida se baten en retirada ante el arrollador avance de todo lo qué sí acude a la cita y al ataque. 

En casa

Un Liceu colmado hasta la bandera (bandera mixta celeste y blanca y roja y amarilla) recibió a Calamaro como si volviese a casa y, junto a bien aceitado un cuarteto rockoso, arrancó con "Output-Input" de El salmón como toda una declaración de intenciones con ese "Mejor hijo de puta conocido / Que boludo por conocer". Enseguida siguieron la tanto más delicada "Cuando no estás" y la emotiva "La libertad", definiendo lo que sería una velada de contrastes en el tiempo y en los ánimos. Calamaro se paseó por su vida y obra con generosidad y excelente ánimo siendo fiel a su material sin por eso privarse de esas gracias de enciclopédico maníaco referencial con las que se permite injertar aquí y allá, en lo conocido, inesperados y traviesos y bienvenidos guiños al Gato Barberi y su "Último tango en París", "Smoke on the Water" o incluso a su propio pasado más remoto con "Mil horas".

Algunos habrán extrañado sus locuaces diatribas à la Lenny Bruce del cantante entre tema y tema (Calamaro estuvo parco y limitó sus provocaciones toreras a movimientos de chaqueta/capote) pero, seguro, todos celebraron la guitarra invitada de Niño Josele en un tramo magnífico que incluyó a "Media Verónica", "Estadio Azteca", "Los aviones" y "Para no olvidar" (los dedos del almeriense regresarían para "Sin documentos").

Marcha canchera

Así, la velada fusionó beat porteño (las "Carnaval de Brasil" y "Mi gin tonic" del estupendo La lengua popular) con rock mesetario ("Me arde" o "Alta suciedad") alcanzando la cima con sendos y brillantes medleys en el que el Calamaro fundió con gracia y pericia a "La parte de adelante" con "Corte de Huracán" y "Loco" y a "Mi enfermedad" con "Todavía", "Te quiero" y "Dulce condena" para rematarlo todo con esa casi orgásmica marcha canchera que es "Maradona".

Sobre el final, dos caras (y standars incuestionables) de una misma y amorosa moneda con el narrador desprotegido de "Flaca" y el protector de "Paloma" (desembocando en la coda del "Layla" de Eric Clapton) más los bises de "Crímenes perfectos" (rematada con el "I Want You (She's So Heavy)" de los Beatles y esa despedida con el lololo-lololo-loló de estadio de "Los chicos" en todas las gargantas de la concurrencia como aficionada a ese equipo que extraña a los amigos ausentes y en el que tarde o temprano todos jugaremos. 

Mientras tanto y hasta entonces, Andrés "Cross Over" Calamaro como una costumbre que ya no es argentina (¿es argeñola? ¿es españina?) sino que es de todos y en todas partes y que, sí, como ya es su costumbre, es una muy buena costumbre.  

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