Crítica de teatro

Crítica de 'Coralina, la serventa amorosa' de Oriol Broggi: oficio de pobreza

'Coralina, la serventa amorosa'

'Coralina, la serventa amorosa' / Bitó Cels

Manuel Pérez i Muñoz

Manuel Pérez i Muñoz

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La 'bella' Italia tiene una embajada cultural abierta por la compañía La Perla 22 en las naves de la Biblioteca de Catalunya. Fellini, De Filippo, Scola y ahora de nuevo Carlo Goldoni, prolífico modernizador de la comedia italiana, género que liberó del corsé de las máscaras y de los personajes basados en arquetipos cerrados. Sus obras son amables y predecibles, con un trasfondo ilustrado que anticipa la Revolución con su sátira de la clase noble del XVIII. 'Coralina' ('La serva amorosa', en su título original) es significativa en este aspecto, sorprende la criada protagonista que mueve todos los hilos de la trama para favorecer a su amo, al que le une una fidelidad sin fisuras que todo el mundo malinterpreta. 

Contra las habladurías, cortinas corridas, el único elemento escenográfico que ha añadido Oriol Broggi. La comedia se nos presenta casi desnuda: unas tablas y un elenco abultado con una decena de intérpretes aferrados al texto, sacando punta a los enredos que se estiran más allá de la verosimilitud. La compañía lleva al límite su particular visión del teatro pobre, esencialista, que transporta aromas de vieja corrala, artesanía que se sostiene con verbo y gesto. Adaptación casi sin concesiones, con toda la densidad de escenas y diálogos que pueden resultar algo espesos en estos tiempos de poca paciencia y tramas más galopantes. 

Más allá del ejercicio de arqueología teatral, el rescate merece la pena por esa protagonista modernísima, criada empoderada que da mil vueltas a sus amodorrados señores. No tienen precio sus despiertos apartes, diatribas contra la misoginia de los literatos, cantos a las virtudes femeninas que proclama: “viva nuestro sexo y muera quien hable mal de él”. Mireia Aixalà da en el clavo con el tono y la energía del personaje, sostiene durante más de dos horas el peso de la trama con un encaje distinguido entre ternura, entereza y picardía. Después de encarnar brillantes secundarios, ya era hora que la actriz tuviera la ocasión de lucirse con un principal de este tamaño y entidad. 

En el resto del reparto destacan los papeles más jóvenes –Irineu Tranis, Sergi Torrecilla, Clara de Ramon–, que dan un aire más natural en contraste con los amaneramientos de otros personajes anclados en el arquetipo. La falta de un tono unitario no impide que a fuerza de oficio y con inyecciones de dinamismo la trama vaya cogiendo consistencia entre maquinaciones, amoríos forzados, madrastras malvadas y, por supuesto, suntuosas herencias en juego (el dinero, siempre). Al final, todo encaja como era de esperar, el orden social permanece intacto y la comedia deja un buen sabor de boca. No hay sorpresas más allá de una función bien orquestada con su materia prima de calidad. A veces, no hace falta nada más, aunque a algunos les pueda saber a poco.

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