Crítica
Crítica de 'Sundial' de Catriona Ward: nunca será lo que esperas
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Catriona Ward vuelve a jugar en ‘Sundial’ con familias disfuncionales, casas que ocultan misterios, mentes incapaces de distinguir recuerdos, fantasías y realidades. Esta vez en un rancho donde se llevaron a cabo experimentos siniestros.
Ernest Alós
Coordinador de Opinión y Participación
Periodista
En los últimos dos años se han traducido al castellano tres de las cuatro novelas de terror psicológico de la escritora anglonorteamericana Catriona Ward. Primero fue 'La casa al final de Needless Street': un misántropo intelectualmente limitado, acusado de asesinato, una gata sagaz y fervientemente religiosa, una hija helicóptero y un culpable inesperado. 'La pequeña Eve': una secta pagana en una isla escocesa que rinde culto a las víboras con un líder abusador. Y ahora 'Sundial' (tendría toda la lógica que el título fuese un homenaje a Shirley Jackson). Una madre y una hija (que tiene como amiga ¿imaginaria? a un otro yo difunto y a un perro fantasma y de quien su madre teme que vaya a asesinar a su hermana pequeña) viajan al rancho del desierto de Mojave donde los abuelos de la inquietante niña dirigían un laboratorio-comuna en que experimentaban con el control mental sobre perros. Y, accidentalmente, algún chacal y algo más.
Los libros de Catriona Ward son endiabladamente difíciles de reseñar (y de abordar con ella en una entrevista) sin caer en el nefando vicio del destripe: una y otra vez pone en juego diversas versiones del narrador no confiable y administra los giros argumentales (a veces un salto mortal, a veces doble, a veces triple) antes de descubrir al lector que no todo era lo que parecía al principio.
Si en 'Needless Street' el juego con la psicología de los personajes, especialmente de la gata beata, era brillante, el conejo en la chistera salía de manera quizá demasiado evidente. Ahora, en 'Sundial', alguna cosa chirría que dificulta empatizar con sus protagonistas hasta que se aclaran los traumas y defectos de fábrica que acarrean cada uno de ellos. Que la niña exprese sus emociones visualizando emoticonos puede resultar para unos cargante y para otros ingenioso. Que las razones de cada uno de los personajes resulten a veces inexplicables hasta que finalmente tienen explicación justo antes de la conclusión puede resultar insatisfactorio o anticlimático. Pero es el precio a pagar para que el juego de misterios escondidos y revelados funcione de manera más sorprendente y menos obvia que en la novela anteriormente citada. En cuanto a 'La pequeña Eve', digamos que lo gótico devoraba todo lo demás.
A estas alturas, quien abra un libro de Catriona Ward ya puede saber cuál es el juego. Habrá animales (pero los mascotistas enamorados de la gatita podrán pasar un mal rato). Habrá entornos familiares cerrados (la autora se pasó la infancia viajando por el mundo, siguiendo los destinos de su padre funcionario de una organización internacional sin tener tiempo de trabar otras relaciones; eso sí, asegura que sus padres no eran monstruos). Y en la confusión entre realidad, hechos paranormales y ensoñaciones se reflejará una y otra vez la experiencia personal de la autora , a la que a los 30 años le diagnosticaron que experimentaba alucinaciones hipnanógicas. Es decir, sueños en el periodo de duermevela que pueden ser difíciles de identificar como imaginarios o reales. De niña soñaba con presencias que le parecían muy reales en la mansión del sur de Inglaterra donde pasaban las vacaciones. Y sí, aquí podemos añadir otro elemento más: siempre, un edificio (mansión, casa aislada en los suburbios, un rancho-laboratorio) en la tradición de la 'haunted house'.
Distinguía Stephen King en su ensayo 'Danza macabra', y de más «refinado» a menos, entre el terror (que cuestiona tu visión de la realidad, que te deja buscando de dónde viene tu miedo), el horror (cuando lo no natural resulta que es real, y te ha alcanzado) y el asco (cabezas rodando y sangre salpicando). Y reconocía no sentirse orgulloso de utilizar el segundo y tercer recurso cuando el primero no le funcionaba.
Catriona Ward sigue su propio camino: solo unas gotitas de asco, y la duda constante entre si va del horror al terror o viceversa.
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