Las voces del bombardeo fascista

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Albert Forns, este martes ante la Porxada de Granollers, con las fotos que dan testimonio de cómo las bombas destrozaron el antiguo mercado y el centro de la ciudad en 1938.

Albert Forns, este martes ante la Porxada de Granollers, con las fotos que dan testimonio de cómo las bombas destrozaron el antiguo mercado y el centro de la ciudad en 1938. / Ajuntament de Granollers

Anna Abella

Anna Abella

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Un montón de relojes salieron disparados del escaparate de la relojería Colomer de Granollers por efecto de la onda expansiva que destrozó los edificios de enfrente. Sus manecillas se pararon a las 9.05 de la mañana, marcando la hora exacta del bombardeo fascista que el 31 de mayo de 1938 provocó el caos y llenó de sangre la ciudad catalana. Unos cientos de metros más allá, el cuerpo de Antoni Mulet, el pequeño hijo del quiosquero, salió disparado partido por la mitad; "su sangre en la fachada se vio durante meses". Agustinet, de 8 años, "se quedó paralizado en medio de la calzada cuando se dirigía a la escuela. Sus padres se pasaron el día buscándolo". Tampoco sobrevivió.

226 personas, entre ellas muchas mujeres y 45 menores de 18 años (la mayoría en la escuela Pereanton), murieron a causa de las 60 bombas lanzadas durante 60 segundos por cinco aviones italianos llegados de Mallorca a las órdenes del Ejército franquista. Hubo un millar de heridos. El periodista y escritor Albert Forns Canal (1982), hijo de Granollers, cuyo bisabuelo también falleció aquel día, ha recorrido este martes, 24 horas antes de que se cumplan 85 años de uno de los ataques aéreos menos conocidos de la Guerra Civil, los principales escenarios del drama, que reconstruye en su último libro, ‘I el cel ens va caure al damunt’ (Edicions 62), que llega ahora a librerías. 

Forns abandona la autoficción que le ha caracterizado en anteriores trabajos, como ‘Albert Serra (la novel·la, no el cineasta)' (Premi Documenta 2012) o Abans de les cinc som a casa’ (Premi BBVA Sant Joan 2020), para ponerse "al servicio de los supervivientes" y contar sus "emocionantes historias universales en tercera persona, sin ficción y con visión periodística, a través de los testimonios orales grabados". 

Estado de la carretera (hoy la calle de Josep Anselm Clavé), horas después del bombardeo del 31 de mayo de 1938 sobre Granollers.

Estado de la carretera (hoy la calle de Josep Anselm Clavé), horas después del bombardeo del 31 de mayo de 1938 sobre Granollers. / Pablo Luis Torrents / Archivo del Ayuntamiento de Granollers

Uno de ellos, Mercè Ventura, murió hace diez días. "Era ‘la niña de las trenzas’. La casa le cayó encima y tenía una herida muy fea en la cabeza que no dejaba de sangrar. En el hospital vieron que tenía un hierro clavado y no se atrevían a sacárselo. Ella no quería que le cortaran la trenza. Recordaba que no podía dormir por los gritos de los heridos, como uno que al despertar vio que le habían amputado las piernas y chillaba que le habían desgraciado la vida", detalla el autor ‘Jambalaia’ (Premi Llibres Anagrama 2016). 

Bisabuelo muerto en el mercado

Hoy quedan pocos supervivientes y tienen más de 90 años. Forns partió de un trabajo que desde los años 80 empezaron a realizar historiadores y periodistas, reuniendo una cuarentena de voces que habían guardado silencio durante 40 años de dictadura "llenos de miedo y amenazas". Encontró 18 fuentes orales más y para el libro ha seleccionado y dado forma literaria a una veintena. "El libro llega 85 años tarde. Todo el mundo conoce Hiroshima, Dresde [1945], Duvrovnik [1991]... La épica no solo estuvo en esos lugares. También en Granollers. Todos conocían a algún herido o muerto, todas las familias quedaron tocadas. Quería explicarlo y humanizar las estadísticas", señala.

Estado en que quedaron los edificios de la plaza de la Porxada de Granollers tras el bombardeo del 31 de marzo de 1938.

Estado en que quedaron los edificios de la plaza de la Porxada de Granollers tras el bombardeo del 31 de marzo de 1938. / Autor desconocido / Archivo Ayuntamiento de Granollers / Procede de Paco Cruz

Es el libro que "más afectado" le ha dejado, con el que se ha emocionado escribiendo, confiesa. "Hay un vínculo personal. Mi madre me hablaba del bombardeo. Su abuelo fue uno de los muertos en la Porxada, el mercado, donde su nuera tenía un puesto de pescado. Le lloraron, pero todos sabían que era un jugador que se había jugado las propiedades de la familia. No he querido blanquearlo", dice Forns, que dedicará los beneficios del libro a proyectos de paz. 

Sangre en la farmacia

Un año antes, las bombas fascistas habían arrasado Guernica, donde hubo entre 120 y 300 muertos o hasta 2.000, según las fuentes. Barcelona había sido también muy castigada. Pero nadie las esperaba en Granollers. No creían ser un objetivo militar. Por eso no sonaron las alarmas. Por eso no tenían refugios antiaéreos. El primero se empezó a construir con urgencia poco después, explica Forns desde el interior de uno, bajo la plaza de Maluquer i Salvador, tras pasar por delante de la Farmacia Arimany, donde el joven Lluís, de 14 años, ayudó a su padre a dar los primeros auxilios a "amigos, clientes y vecinos de toda la vida mientras resbalaban con la sangre derramada y algunos se les morían en los brazos".  

La Porxada de Granollers, donde murieron unas 80 personas, destruida por el bombardeo fascista del 31 de mayo de 1938.

La Porxada de Granollers, donde murieron unas 80 personas, destruida por el bombardeo fascista del 31 de mayo de 1938. / Autoría desconocida / Arxiu de Granollers

El futuro director del Zoo de Barcelona

Hubo muchos rumores e hipótesis de por qué la ciudad del Vallès. Según los documentos militares italianos, el objetivo era la central eléctrica, que quedó intacta. Las bombas cayeron antes de tiempo, en pleno centro. Solo en el mercado murieron 80 personas. Era hora punta: las mujeres hacían la cola del racionamiento. Unas calles más allá, ante la histórica Fonda Europa de la familia Parellada, el joven Antoni Jonch buscaba a su novia. Describe "una fila de edificios hundidos, sangre en el suelo, sangre en las paredes, sangre por todas partes. Y cuerpos, cuerpos por el suelo. Cuerpos de madres, cuerpos de abuelas, cuerpos de niños y de niñas". En 1955, Jonch llegó a director del Zoo de Barcelona. Diez años después acogía de manos del primatólogo Jordi Sabater Pi al rarísimo gorila albino, Copito de Nieve.

Restos de can Torrejón, una de las casas afectadas de la calle Anselm Clavé.

Luís Torrents / Archivo Ayuntamiento de Granollers

Los "orgullosísimos" verdugos

De la Fonda Europa salió también alarmado el periodista belga Robert Mussche. "Escuchó a alguien pidiendo ayuda bajo los edificios derruidos. No sabía cómo ayudarle. Hasta que dejó de gritar. Toda su vida se preguntó qué habría podido hacer", relata Forns, que ha buscado distintas ópticas para explicar la guerra: desde una enfermera a las monjas que salieron de su escondite para ayudar, pasando por la combativa líder sindicalista de la fábrica colectivizada, por el que acabó en el campo nazi de Mauthausen o los refugiados llegados días antes.

También de los verdugos: los pilotos italianos, "orgullosísimos" de sus acciones y que tras cada bombardeo volvían al aeropuerto de Son Sant Joan "para pasar las tardes libres en lujosos hoteles", jugando al fútbol en la playa o yendo al cine.