La caja de resonancia

¿A qué va la gente a un festival de música?

Esta semana vuelve el Primavera Sound y resuena de nuevo el debate sobre los grandes festivales: ¿eventos donde el exhibicionismo y el postureo pesan más que el móvil artístico?

Festival Primavera Sound. Concierto de Nick Cave and The Bad Seeds en el Parc del Forum.

Festival Primavera Sound. Concierto de Nick Cave and The Bad Seeds en el Parc del Forum. / FERRAN SENDRA

Jordi Bianciotto

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ya tenemos aquí el Primavera Sound, arranque oficioso de la temporada de festivales, y arrecia de nuevo la discusión sobre la naturaleza de los grandes eventos y su funcionalidad para estimular, o no, un supuestamente ‘auténtico’ gusto por la música. Gusto genuino, entiendo, puro, no contaminado por perversas connotaciones extramusicales que nos desvían del vínculo genuino con el lenguaje precioso de las notas y las armonías. ¿Pero de verdad es posible una relación con la música sin ingredientes extramusicales?

Tenemos la caricatura del asistente a estas grandes muestras como una especie de bobo cuya única motivación es dejarse ver, practicar el postureo en ‘Insta’ y hacer ver que disfruta con artistas de los que no tiene el menor conocimiento. Una variante de este retrato se aplica a los escenarios ‘boutique’ como los del Empordà, retratados como una hoguera de las vanidades donde la música es solo una vaga excusa para el exhibicionismo y el posicionamiento social. Además, se trata de muestras de pijos, y los pijos, como es sabido, son unos botarates y unos frívolos.

En contraposición a esos aquelarres de impurezas, se supone que existen otros circuitos donde la música se manifiesta de un modo genuino: clubs de muy pequeño aforo, bares de barrio, ateneos y cooperativas, espacios ‘okupados’, paellas populares en las que hincar la cuchara al son del grupo de raperos. Como si allí no se pudieran percibir, flotando en el ambiente, aparatosos cúmulos de sustancias extramusicales.

Porque del mismo modo que puedes acudir a un festival para participar de su aura divina o ‘cool’, también puedes ir al concierto situado bajo radar para disfrutar precisamente de que lo sea, estimulando la gratificación íntima que supone tomar parte del acto marginal o irreductible (y apreciable por unos pocos). O para alimentar tu conciencia social, o sentirte más de izquierdas que nadie, o más solidario, o un ciudadano ejemplar. Puede incluso darse el caso de que te interese más la sociología, o la política, que la música.

Con todo eso quiero decir que ninguna expresión musical me parece moralmente superior a otra atendiendo al lugar donde se ejecuta, a su eventual marco ideológico o a que su sustento sea más o menos industrial. O a las motivaciones que puedan impulsar a sus asistentes (que pueden ser infinitas y todas igual de legítimas). Factores extramusicales los hay siempre, y lo que no procede es sostener que las connotaciones de los otros son malvadas mientras que las tuyas son invariablemente neutras, invisibles o acaso adorables.