Opinión | THE CONVERSATION

Cristina Roldán Fidalgo

Casia de Constantinopla, ¿la primera compositora de la historia de la música?

Cassia de Constantinopla

Cassia de Constantinopla

Quizás haya oído hablar alguna vez de Francesca Caccini (1587-1640)Barbara Strozzi (1619-1677)Fanny Mendelssohn (1805-1847)Clara Schumann (1819-1896), o de las hermanas Nadia (1887-1979) y Lili Boulanger (1893-1918) (por citar solo a algunas de las compositoras hoy más conocidas). Puede, incluso, que haya escuchado obras suyas en Spotify, o mejor aún, en una sala de conciertos. Los esfuerzos titánicos llevados a cabo en los últimos años por investigadores (y sobre todo investigadoras), unidos al no menos encomiable compromiso de directores y programadores por ensanchar el encorsetado canon musical, lo han hecho posible.

Pero junto a estas compositoras hoy mejor conocidas, aún quedan muchos nombres por redescubrir, entre los que se cuenta el de Casia de Constantinopla (ca. 810-ca. 867).

Para algunos, no se trata de la primerísima compositora de la historia, posición que atribuyen a Enheduanna (2285–2250 a. e. c.), suma sacerdotisa de la antigua ciudad-estado sumeria de Ur y primera poetisa conocida. Aunque no se ha encontrado ningún testimonio musical de su autoría, su poesía habría sido cantada.

En contraposición, Casia (también conocida por las diversas grafías de su nombre como Kasia, Kassia, Eikasia, Ikasia y Kassiane) es en la actualidad la primera de la que conservamos su música (¡¡pese a haber vivido hace más de doce siglos!!). La fe franca de su obra, su gran prosa literaria y su talento musical la convierten quizás en la poeta griega más singular y prominente de la era bizantina.

Su historia

Casia provenía de una rica familia aristocrática de Constantinopla. Su padre tenía el título de kandidatos en la corte imperial, un título militar otorgado a los miembros de la aristocracia. Debido a eso, Casia recibió una noble educación cuyas materias abarcaban los estudios del griego clásico (especialmente Homero), las Escrituras, los clásicos patrísticos (en particular las homilías de Gregorio de Nacianceno), la música sacra bizantina, la poesía y métrica. Es también reconocida actualmente por la leyenda que la relaciona con el emperador Teófilo.

Según se cuenta, en el año 830, debido a su belleza y sabiduría, fue una de las candidatas para desposarse con él. El ritual de elección consistía en que el monarca hacía entrega de una manzana de oro a la que tomara por esposa, como si se tratase del premio que Paris ofreció a Afrodita.

El cauto Teófilo decidió hablar previamente con sus pretendientas. Al parecer, dijo a Casia “De una mujer fluyó la maldad” (en relación con Eva y el pecado original), a lo que ella le espetó “pero de la mujer también emana lo mejor” (refiriéndose a la Virgen María). Supuestamente este fue el motivo de que Teófilo la rechazara y decidiera entregar la manzana a Teodora de Paflagonia, quien se convertiría en su esposa.

Al poco tiempo, en el año 843, Casia fundó un convento, situado en la ladera occidental de la colina de Xerolophos, al oeste de Constantinopla. Allí permanecería hasta el fin de sus días.

La música de Casia

En los primeros siglos del Imperio bizantino, la participación de la mujer en la música estaba bastante restringida y tan solo se permitía su intervención en coros y actos litúrgicos. De este modo, los monasterios y conventos se convirtieron en importantes núcleos musicales de la época y las monjas podían recibir instrucción en la materia. Esto permitió que algunas de ellas sobresalieran en la composición, viéndose obligadas, no obstante, a guardar el anonimato.

El caso de Casia resulta bastante particular, porque tuvo la suerte de estar estrechamente vinculada con Teodoro el Estudita (759-826) y sus monjes durante el tiempo en que trabajaban para organizar y unificar la liturgia ortodoxa. Fueron ellos quienes incorporaron los himnos de Casia a sus himnarios litúrgicos de los siglos IX y X, contribuyendo así a la conservación de su obra y asegurando su continuidad en las siguientes generaciones de fieles ortodoxos, ya que se cantan en los servicios hasta el día de hoy.

En consecuencia, de sus piezas literarias y musicales la tradición nos ha legado un total de cuarenta y nueve himnos litúrgicos. Veintitrés de ellos están incluidos en los libros litúrgicos y se mantienen inalterables, mientras que los restantes han sido modificados por músicos posteriores o bien no se llega a un consenso acerca de su autoría.

El legado de Casia, y su importancia duradera para la música litúrgica bizantina, fue documentado por un sacerdote e himnógrafo del siglo XIV llamado Nikephoros Kallistos Xanthopoulos que trabajó en la iglesia de Santa Sofía, ubicada en Constantinopla.

En su catálogo, Casia es la única compositora que figura entre nombres masculinos. La calidad de su arte poético estaba muy por encima de sus contemporáneos en el Bizancio del siglo IX. El estilo de estos era convencional, prolijo y amanerado, mientras que el de Casia tiende a la originalidad, un vocabulario más simple y un uso más sutil y conciso de las palabras. Concentró más significado en menos, y lo mismo sucede con su música. La mayoría de las melodías de Casia son sobrias y silábicas, siguiendo de cerca el ritmo y la estructura del texto. Los motivos musicales en su obra se utilizan a menudo para simbolizar y reflejar las palabras.

Casi todos sus himnos son de carácter ocasional, es decir, están compuestos para un día de fiesta específico. Entre los que se cantan aún hoy en la liturgia ortodoxa oriental, destaca su Troparion de María Magdalena, incluido en el oficio ortodoxo del miércoles santo, pero también el himno al nacimiento de Jesús, interpretado el 25 de diciembre.

Aunque los himnos litúrgicos de Casia revelan la profunda espiritualidad de una monja ortodoxa bizantina, son sus máximas en forma de versos (versos gnómicos) las que brindan un perfil más íntimo de su personalidad.

Pese a que estos escritos nunca fueron destinados para uso litúrgico (su misma estructura y forma impiden que lo sean), están impregnados y construidos a partir de su ortodoxia bizantina, así como del estado de la sociedad de Constantinopla en el siglo IX. Escribió más de 250 versos seculares elaborados en forma de epigramas y gnomai, o versos morales.

Una compositora por conocer, como tantas otras que siguen esperando que llegue su cita con la historia.

The Conversation

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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