Estreno de cine
Crítica de ‘Extraña forma de vida’: Almodóvar y su historia de amor ‘westerniana’
¿En el lejano oeste no había vaqueros gay? La realidad 'queer' en el wéstern
Almodóvar dispara al alma ‘queer’ del wéstern con 'Extraña forma de vida' en Cannes
¿Dónde se puede ver el cortometraje 'Extraña forma de vida' de Pedro Almodóvar?
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
El título de ‘Extraña forma de vida’ me recuerda al que recibió entre nosotros el primer filme como director de Sean Penn, ‘Extraño vínculo de sangre’, que versaba sobre la relación de amor/odio entre dos hermanos. Pero Pedro Almodóvar ha tomado el título de su corto sobre otra relación similar, en este caso entre dos expistoleros que se reencuentran 25 años después de haberse amado durante 60 días, del precioso fado de Amalia Rodrigues que, en versión cantada por Caetano Veloso, vemos y escuchamos en la primera secuencia de la película. También es el título de una novela de Enrique Vila-Matas. Formas de vida. Vínculos de sangre. No se puede escapar del destino, algo que está implícito en la historia de un género, el wéstern, que Almodóvar lleva a su terreno.
El director respeta la iconografía del género, la relación del hombre con el medio en el que vive, sea un rancho aislado o una ciudad en medio del desierto. La banda sonora de Alberto Iglesias, la forma de componer los encuadres de los hombres a caballo o empuñando sus armas en tenso duelo, nos devuelven la vitalidad de un género nunca perdido del todo. Pero es en su visión ‘queer’, en su reivindicación del afecto entre hombres más allá del componente homo-erótico de algunos wésterns de antaño, donde por supuesto emana personalidad y emoción este relato de 31 minutos: el fundido en negro que precede al reencuentro sexual entre Pedro Pascal y Ethan Hawke o el plano medio de ambos en la última escena del filme, cuando uno le dice a otro que dos hombres solos en un rancho deben cuidar de sí mismos, son de una belleza inigualable.
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