Crítica de libros

Crítica de 'Lobo', de Jim Harrison: esa vida salvaje

El autor de 'Leyendas de pasión' escribió esta deliciosa novela, que adopta la forma de falsas memorias, como una forma de buscarse a sí mismo

Jim Harrison

Jim Harrison / IMAGEN SIN DATAR DEL ESCRITOR ESTADOUNIDENSE JIM HARRISON, AUTOR DE LA SAGA " LEYENDAS DE PASION ".

Sergi Sánchez

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No puede ser casual que Jim Harrison acabara escribiendo el guion de 'Lobo', de Mike Nichols, protagonizada por un editor (Jack Nicholson) que, en su tránsito a la licantropía, liberaba sus instintos más anticorporativos. En esa época, Harrison declaraba: “La gente sigue citando erróneamente a Thoreau: 'En la naturaleza está la preservación del mundo'", dice. "Pero nunca dijo “naturaleza”, dijo “lo salvaje”. Toda nuestra realidad está diseñada para que lleguemos a tiempo al trabajo. Los lobos no tienen nada que ver con eso". No supimos verlo a tiempo, pero la película de Nichols era, en realidad, una reescritura de 'Lobo, unas memorias falsas', la autoficción que Harrison escribió en 1971, cuando tenía la edad de Cristo, había publicado algunos libros de poesía y había vivido mucho más de lo que vivirían diez hombres juntos. Era ese lobo que siempre llega tarde, y nunca pide disculpas.

'Si Harrison pensaba que el movimiento se demuestra andando (o mudándose, como un nómada sin brújula), la novela, que escribió en un obligado periodo de reposo post-traumático, zigzaguea entre la transfiguración violenta del trascendentalismo ecológico de Thoreau y la evocación de una vida urbana furiosa, empapada de alcohol beatnik y sexo casual, en la que el autor de 'Leyendas de pasión' parece empeñado en convertir la experiencia bohemia en la mejor manera de acabar como un bonito, juvenil cadáver. Después de todo, la novela -que, en su desorden poético y arrabalero, es una delicia- está escrita para que Harrison se construya a sí mismo como mito de “lo salvaje” y, por extensión, de una contracultura norteamericanaque tendía puentes entre el 'Walden' de Thoreau, 'En el camino' de Kerouac y el Bukowski de 'El infierno es un lugar solitario'. Esa contracultura es, desde la perspectiva contemporánea, esencialmente contradictoria: mientras que,en su defensa del paisaje americano, representado en las indómitas montañas Hurón, más allá del lago Michigan, donde decide perderse, hay un peligroso sentimiento nacionalista (en el modo en que, por ejemplo, lamenta la europeización de los bosques estadounidenses), en su relación con las mujeres se percibe el sexismo testosterónico que aún no ha conocido la tercera ola del feminismo. Cualquiera diría que Harrison era un republicano enmascarado, pero no. Lo bueno es que nunca sabes lo que piensa la voz narradora de 'Lobo': de tanto verter sus ideas, atravesadas siempre por un acerado sarcasmo, en un torrente de conciencia casi faulkneriano, sus mentiras parecen confesiones verdaderas, y viceversa.

Pero son cosas de la poética del perdedor, que tan bien domina Harrison. Puede que el escritor busque las huellas de un lobo, esa especie en extinción, majestuosa, que solo ataca cuando se siente amenazada, pero, claro, en realidad se está buscando a sí mismo. En 'Lobo' esa búsqueda se contagia a la prosa, no porque titubee, sino porque se lanza, libérrima, al cambio de tema y de registro, a la risa y al duelo, al hedonismo autodestructivo y a la elegía animalista sin solución de continuidad. A Morrison, como a su admirado Henry Miller, le gustaba vivir, por mucho que fantaseara con pegarse un tiro o con dejarse devorar por los árboles. Y esa vitalidad salvaje salpica cada frase, aullando a una luna que nunca será menguante.

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