Festival de Cannes

Todd Haynes orquesta un deslumbrante baile de máscaras

'May December', con una descomunal Julianne Moore, se deja interpretar como una reflexión sobre la capacidad especial de los abusos sexuales para arruinar vidas

fotograma de la peli de Cannes 'December May'. Protagonista: Juliane Moore

fotograma de la peli de Cannes 'December May'. Protagonista: Juliane Moore / productora

Nando Salvà

Nando Salvà

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La cuarta película de Todd Haynes que compite por la Palma de Oro, ‘May December’, conecta de distintas maneras con casi todas las que ha dirigido. Como ‘Carol’ (2015), habla de un romance prohibido; como ‘Safe’ (1995) y ‘Lejos de cielo’, retrata a una mujer traumatizada a través de una interpretación descomunal de Julianne Moore; igual que ‘Superstar’ (1987), ‘Velvet Goldmine’ (1998) y ‘I’m not There’, se adentra en el mundo del ‘show business’; y como todos esos títulos, por último, es una película magnífica.  

Su sinopsis es esta: una mujer adulta (Moore) mantuvo una relación con un niño de 13 años y fue condenada por ello; en la cárcel, se quedó embarazada varias veces de él; 25 años después forman una familia a primera vista funcional, y una actriz de televisión -Natalie Portman, igualmente descomunal- se cuela en ella unos días antes de rodar un telefilme sobre el escándalo. Mientras contempla las repercusiones que esa incursión tiene en todos los implicados, ‘May December’ se deja interpretar como una reflexión sobre la capacidad especial de los abusos sexuales para arruinar vidas, pero es más bien un baile de máscaras cuya deliberada apariencia ‘kitsch’ esconde una gran sofisticación. Sus tres protagonistas llevan tanto tiempo fingiendo ser quienes no son que se han quedado atrapados en el personaje y, mientras va rompiendo esas caretas y cuestionando entretanto ideas establecidas sobre asuntos como la normalidad, la verdad y la moralidad, Haynes Haynes se divierte disfrazando la película con el ‘look’ burdo propio de una 'tvmovie'. Todo, en efecto, es una simulación.

Aushwitz en prosa

Quizá inspirada en las palabras del filósofo Theodor Adorno cuando dijo que hacer poesía después de Aushwitz es un acto de barbarie, la nueva película de Jonathan Glazer, ‘The zone of interest’ -también presentada este sábado a concurso en el certamen-, es una de las más prosaicas que existen sobre el Holocausto; no hay rastro visual de violencia o sufrimiento en su metraje. Asimismo, sin duda, es una de las más angustiantes y aterradoras. La protagoniza la numerosa familia Höss, que vive en una magnífica casa con jardín en la bucólica campiña polaca que, además, les resulta muy práctica. Al otro lado de uno de los muros que la delimitan está teniendo lugar el peor genocidio jamás orquestado, y el patriarca de la prole se encarga de supervisarlo.

Glazer se sirve de un esquema formal austero y riguroso para ofrecer un retrato fragmentado de la vida familiar. Los Höss van al río a bañarse. El padre lee un cuento a sus niñas en la cama. La madre cuida de las flores, que de vez en cuando aparecen manchadas de cenizas. Él discute con unos empresarios el diseño de un nuevo crematorio. Ella reparte muestras de lencería que ha confiscado a las prisioneras. La pareja charla sobre el spa que visitaron en Italia. De fondo, permanentemente, se oyen gritos y disparos, el sonido de la maquinaria de la muerte. “Nuestra vida de ensueño es una realidad”, afirma ella. Yuxtapuestas, esas escenas resultan en una obra que resulta no solo increíblemente intrépida y provocadora, sino también muy urgente. Muchos de quienes nos rodean, después de todo, no están muy lejos del jardín de los Höss.

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