LAS VIVENCIAS DE UN MITO

Sara Montiel, la diva manchega a la que un exiliado español intentó matar en México

Sara Montiel en fotos

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En el 95 aniversario de su nacimiento y el décimo de su muerte, nuevos libros recorren la biografía y desvelan aspectos poco conocidos de la actriz y cantante, la primera gran estrella internacional que tuvo España

Sara Montiel, en una imagen tomada en los 60.

Sara Montiel, en una imagen tomada en los 60. / EP

Álex Ander

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En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre siempre quiso acordarse, nació María Antonia Abad Fernández, más conocida con el nombre artístico de Sara Montiel, allá por marzo de 1928. Hija de un agricultor y una peluquera a domicilio, conoció la pobreza desde la cuna. Tanto es así, que su hermana y ella llegaron a comer raíces para saciar el hambre. Sara parecía predestinada a convertirse en un ama de casa sumisa y abnegada, pero todo cambió para ella el día que fue descubierta por el director de la revista TriunfoÁngel Ezcurra. Tras escucharla cantando una saeta en la Semana Santa de Orihuela, el periodista decidió convencer a los padres de Sara para que la dejaran participar en un concurso de jóvenes talentos convocado por la productora de cine Cifesa en el parque del Retiro de Madrid.

“Representó a Valencia con una canción de su idolatrada Imperio ArgentinaLa morena de mi copla, señala Daniel María en la biografía ilustrada Saritísima (Varietés Ediciones). “Pese a que sufrió un pequeño percance en su actuación, pues se cayó nada más pisar el escenario, venció a los treinta concursantes y ganó una beca de quinientas pesetas mensuales durante un año. Gracias a esta remuneración, pudo instalarse en una pensión de Madrid junto con una cuidadora que le proporcionaron los Ezcurra. Se matriculó en clases de declamación en el conservatorio y emprendió los primeros pasos para adentrarse en el mundo del cine”.

Con solo dieciséis años, Sara debutó en el cine con un pequeño papel en la película de Ladislao Vajda Te quiero para mí (1944). Al año siguiente conocería a su representante, Enrique Herreros, cuyo olfato fue esencial para iniciar la reconversión de aquella primigenia María Alejandra en Sara Montiel. “Herreros intervino decididamente en el cambio de look de la joven”, apunta María. “Su imagen, entre ingenua y picarona, lo que en aquellos tiempos se denominaba una ‘chica topolino’, daba apariencia de más adulta, con sus cabellos rubios y buen aire en el andar. Pero la joven precisaba, como Rocinante, de un nombre alto, sonoro y significativo. Sara como su abuela y Montiel como los campos vecinos de su Criptana natal. La fusión dio en la diana, creó un nombre bello, seductor y con garbo. Acababa de nacer una estrella”.

El salto a México

La manchega encadenó personajes secundarios y coprotagonistas en Se le fue el novio (1945), donde compartió créditos con Fernando Fernán Gómez, El misterioso viajero del Clipper (1945) y Por el gran premio (1946). Sin embargo, se le resistían los papeles relevantes y, siguiendo el consejo de su primer novio, el intelectual Miguel Mihura, quien por cierto era veintidós años mayor que ella, aceptó probar suerte al otro lado del charco. En México, Montiel comenzó a actuar en teatros, formó pareja artística con estrellas como Pedro Infante y rodó un total de catorce films, prácticamente uno al mes, que la convirtieron en una estrella reconocida en todo el continente.

El círculo más cercano de Sara comenzó a llenarse de personalidades del exilio español y de la intelectualidad mexicana. En sus memorias, la diva comentó que León Felipe la animó a ejercitarse en el estudio y la lectura. El poeta se enamoró de ella, y la llegó a abofetear, al menos en una ocasión, al enterarse de su relación con el dirigente comunista Juan Plaza. Por lo visto, este exiliado español mantuvo un largo romance con la manchega y la dejó embarazada. Años después, el peluquero José de la Rosa concedería una entrevista a una revista para comentar que su amiga Sara le había dicho que, siendo muy joven, tuvo una hija de un importante hombre mexicano: “La niña nació por cesárea muy larga y muy complicada. Cuando Sara despertó de la anestesia, le dijeron que había tenido una niña que había nacido muerta”. Otra versión sostiene que, tras el parto, alguien robó a su hija y se la dio a un matrimonio de Valencia para que la criara.

Un nuevo libro titulado Sara Montiel. La mujer y la estrella más allá del mito (Almuzara) ofrece más detalles sobre el tal Juan Plaza, que intentó controlar la vida y carrera de Sara, algo que la empujó a acabar huyendo de la casa que compartían en el Estado mexicano de Morelos. “A finales de 1955”, señala en el ensayo su autor el escritor Israel Rolón-Barada, “un día muy temprano por la mañana, con sus maletas ya hechas y lista para emprender el viaje a Madrid vía Los Ángeles en compañía de su madre, Sarita se despedía de su marido en su domicilio de Cuernavaca, no sin antes haberle explicado que solo se iban de vacaciones por unas cuantas semanas. Lo que Plaza no sabía era que se marchaba para siempre, abandonando su hogar para nunca más volver. Solo habían comprado billetes de ida”. Totalmente despechado, Plaza la amenazó de muerte y pasó un tiempo persiguiéndola. Según Enrique Herreros hijo, el tipo llegó a presentarse un día en Guayaquil, donde Sara actuaba, portando una pistola con la que pensaba descerrajarle varios tiros (pero el representante de la manchega le disuadió de su intención).

Sabedora de que debido a su estatus de exiliado comunista su ex no podría entrar en Estados Unidos, Sara Montiel se instaló en Hollywood, donde rodó tres largometrajes. Con el primero, Veracruz, dirigido por Robert Aldrich, compartió cartel con actores de la talla de Gary Cooper y Burt Lancaster. Gracias a otro de ellos, Serenade, conoció al que fue su primer marido, el director estadounidense Anthony Mann. Después del estreno de aquella cinta, Sara viajó a España única y exclusivamente para el rodaje de El último cuplé, un largometraje que, gracias al boca a boca, arrasó en la taquilla española y, de paso, descubrió al público un modelo de cantante que hasta entonces no existía. “Cuando Sara transforma el gorgorito en susurro, consigue que las letras realmente insinúen”, opinó su biógrafo Pedro Víllora.

El control de su carrera

Fue justamente en aquella época cuando el productor Max Arnold, de la Columbia, le ofreció a la manchega un contrato de siete años. Pero firmarlo suponía atarse durante mucho tiempo a la voluntad de un gigante que controlaría sus libertades, voluntad y carrera, así que Sara lo rechazó. “En cambio, aceptó la contraoferta de Warner, un contrato de dos años en el que impuso una cláusula de rescisión”, escribe María en su libro. “La Montiel fue consciente en todo momento de que su devenir en la industria cinematográfica iba a estar marcado por la lectura que Hollywood hiciera de su físico y de su acento. La encasillarían en papeles menores, solo sería actriz secundaria latina, y explotarían su lado carnal y erótico. No respetarían sus decisiones ni escucharían sus sugerencias. No tendría el mando de su carrera”.

La decisión de firmar con Warner convirtió a Sara en la actriz española más taquillera y universal, lo que le permitió un tiempo después volver al cine español para modificar el modo de poner en pie una película. A partir de entonces, Sara empezó a producir sus propios proyectos cinematográficos e impuso una serie de condiciones: desde ser protagonista absoluta de sus largometrajes, hasta tener la última palabra a la hora de seleccionar al director de la película, supervisar personalmente aspectos como el listado de canciones de la banda sonora y el vestuario, y no volver a madrugar para asistir a un rodaje.

Como todo buen icono de libertad que se precie, la diva encarnó comportamientos y decisiones rupturistas en la España del momento. “El aparato de la censura no pudo, pese a sus decididos intentos, abolir a la mujer libre e independiente que, aun con sus matices sentimentales y emocionales, representó Sara”, añade María. “Nadie podía interpretar a los personajes de la Montiel como ella y de hecho nadie los interpretó, porque se diferenciaban, con mucha distancia, del arquetipo sumiso de los personajes femeninos del cine español de la época”.

Después del discreto estreno en 1974 de Cinco almohadas para una noche, su última película, Sara se convenció de que su cine ya no iba con los tiempos. “Me retiré por culpa de las películas de destape”, contaría luego. “Entraban con un vestido de noche precioso a la cocina para darles un ‘resopón’ y luego salían desnudas. A mí eso no me gustaba para nada, no iba conmigo”. Por suerte para sus seguidores, su vida profesional no acabó con su retirada del cine y, de hecho, la estela de su estrellato se mantuvo vigente hasta el final de sus días.