El tren de la historia

Pódcast: Santiago Rusiñol, el artista con alma de artesano

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El pintor y escritor colocó a Sitges en el mapa de la geografía cultural de Catalunya

Cau Ferrat

Cau Ferrat / Danny Caminal

Xavier Carmaniu Mainadé

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Hay sitios de nuestro país que forman parte de una geografía colectiva que va mucho más allá de los mapas. Son lugares que al pronunciar su nombre de inmediato evocan un montón de imágenes, como quien abre una puerta a otros tiempos. Esto ocurre en Sitges, una localidad que forma parte de la geografía cultural del país. Y si esto es así es sobre todo gracias a Santiago Rusiñol, pintor y escritor que convirtió el municipio en referente del modernismo. Y lo curioso es que ni nació ni murió allí. Abrió los ojos en Barcelona en 1861 y los cerró setenta años después en Aranjuez, pero en Sitges hizo lo más importante: vivir.

Antes que él, otros pintores ya habían quedado seducidos por la luz tan especial que regala el Mediterráneo en esa parte del Garraf y todos soñaban con poder atraparla en las telas en una época en la que la fotografía se abría paso y había robado el trabajo de retratar la realidad a la pintura. Ahora bien, por más tecnología que hubiera, las cámaras no podían hacer lo mismo que los vivos pinceles de gente como Rusiñol, que cuando no plantaba el caballete junto al mar lo hacía en algún patio particular, eso sí, después de pedir permiso a sus propietarios.

Los cuadros de El Greco

¿A quién no le hubiera gustado ser testigo de la escena? Imaginar a un artista de Barcelona con todos sus trastos instalado en una modesta casa sitgetana... No es raro que las familias con más solera del pueblo tengan infinitas anécdotas rusiñolianas que han pasado de una generación a otra. Evidentemente la mayoría de las facecias que se cuentan son más leyenda que verdad, pero ayudan a hacerse una idea de la estima que sentían por don Santiago aquella gente más acostumbrada a la vida dura de trabajar en el mar y en el campo que no a las delicadezas artísticas. Y mira que tuvo algunas ocurrencias... ¿La más sonada? Quizá organizar, en 1894, una procesión cívica por las calles de Sitges para exhibir los dos cuadros del Greco que había comprado en París y que ahora están colgados en las paredes del Cau Ferrat.

Aquello no fue un disparate para hacerse notar, sino un acto reivindicativo para poner en valor a aquel pintor del siglo XVI que ahora todo el mundo admira pero que había caído en el ostracismo y en el siglo XIX era un completo desconocido. El jefe de colecciones de los Museos de Sitges, Ignasi Domènech, nos cuenta en el podcast del Tren de la Historia que Rusiñol fue capaz de contagiar el entusiasmo por el Greco a los sitgetanos que en 1898 incluso le dedicaron un monumento que sigue situado en el paseo de la Ribera. Y, ¡alerta! Lo pagaron entre todos rascándose el bolsillo a través de una suscripción popular al igual que ahora lo haríamos a través de un verkami por internet. Y todo esto ocurría incluso antes de que Toledo homenajeara al pintor griego.

Esos cuadros continúan formando parte de la colección del Cau Ferrat, que ahora es un museo público pero que empezó como una colección privada de Rusiñol, sobre todo de hierros forjados (de ahí que tenga ese nombre). Ahora nos puede parecer un capricho de bohemio rico eso de pasearse por las masías de Catalunya recogiendo hierros viejos, pero su biógrafa Vinyet Panyella (no se pierdan su magnífico libro 'Santiago Rusiñol, el caminant de la terra') nos explica el porqué. Rusiñol era consciente de que con la revolución industrial, que él conocía bien por ser hijo de una familia de fabricantes, había un mundo de artesanos que desaparecía. Y para evitar que el progreso se lo llevase todo por delante se preocupó de salvarlo. Para él no había diferencia entre un artesano y un artista, por eso cuando se entra el Cau Ferrat uno se puede sentir un poco abrumado y tiene la sensación de que aquello es un desbarajuste colosal sin orden ni concierto. De ninguna forma. Cada pieza está ubicada donde Santiago Rusiñol la quiso poner. Esto hace que cuando pasees por el museo tengas la sensación de que en cualquier momento te cruzarás con él.

De hecho, cuando vayáis, en la mesa del escritorio que fue de Rusiñol habrá un ramo de flores frescas por que dos días por semana una mujer del pueblo se encarga de llevarlo, como si fuera una ofrenda a un altar. En total son más de trescientas sitgetanas agrupadas en una especie de cofradía laica llamada la Associació del Ram de tot l’any y que nació en 1932, poco después del fallecimiento del artista, para seguir demostrando el cariño que le tenían en vida. Ésta es la grandeza de Rusiñol: no es que se le haya admirado por ser un artista con un talento descomunal sino que la gente por encima de todo lo quiere, como se quiere a un artesano.