CRÍTICA DE LIBROS

'Solastàlgia', de Ada Castells: Casandra, hoy y en el Empordà

La autora recupera sus obsesiones sobre la maternidad y la locura en una trama marcada por la ansiedad ante un posible fin del mundo

Ada Castells

Ada Castells / Pau Cortina / ACN

Valèria Gaillard

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Ada Castells recupera en su última novela 'Solastàlgia' (L'Altra Editorial) dos de los temas que más le preocupan: la locura y la maternidad. Este último protagonizó el anterior 'Mare' (2019), en el cual la relación era de hija a madre, mientras que en 'Pura Sang' (2012), Castells ya nos había puesto en la piel de una mujer que perdía la razón. Allí, la imposibilidad de fiarse de la voz narradora desestabilizaba al lector en un juego narrativo que revisita en 'Solastàlgia'. Sara es una escritora divorciada que vive obsesionada por el relato bíblico del Apocalipsis, libro que esconde en el cajón de las bragas. Horrorizada, contempla cómo los fenómenos meteorológicos extremos confirman las peores previsiones y le dan la razón: el fin del mundo se acerca. Así lo demuestra el gran diluvio que azota Barcelona y otras zonas de la costa. En un panorama aparentemente catastrófico, agravado además por la reciente crisis del covid, huye con su familia al pueblo de Camallera, en el Empordà, donde intentará empezar de nuevo con Mike, su pareja inglesa que se dedica a exportar pollos al Brasil, la tía Emily, y sobre todo con "la muñeca rusa", su hija adolescente con quien mantiene una relación, como mínimo, difícil.

No sin humor, la novela describe esta especie de 'a puerta cerrada' de los cuatro personajes (más uno: Rosa, la amiga alegre de Sara) que no dejan de ser supervivientes de un mundo incierto. Ante la angustia que produce el futuro, cada unode ellos —como en el clásico de Diderot, 'Jacques el fatalista y su amo'—, revelará su verdadera naturaleza: pesimismo, optimismo, evasión, negación, pasotismo, ingenuidad, esperanza... Sara, alias Casandra, aparece como la más pesimista puesto que, de hecho, es como un Quijote que ha perdido el juicio tras haber leído tantos libros apocalípticos. ¿O quizás es la más lucida de todos? Su pasado nos descubre que sufrió una depresión postparto y, en resumidas cuentas, tiene una psicología frágil igualita a la de Mary Mallon, la cocinera irlandesa emigrada a Estados Unidos que en el siglo XIX transmitió, sin saberlo, el virus del tifus a numerosas personas, y sobre la cual intenta escribir una novela. ¿Serán, sin embargo, estas personas sensibles las que pueden captar el porvenir? En este aspecto, 'Solastàlgia', un concepto acuñado el 2005 por el filósofo australiano Glenn Albrech para designar la mezcla de consuelo y dolor, recuerda e lfilm de Lars vonTriers 'Nostalgia' (2011), que vincula los también llamados "hijos de Saturno" con una capacidad visionaria excepcional.

Al principio de la novela, donde se plantea la crisis de una escritora barcelonesa en horas bajas con una hija adolescente arisca e ignorante (los tópicos no faltan), en un escenario del tipo pandémico-catastrófico (aunque con matices porque filtrado por la visión de Sara), dan ganas de cerrar el libro y decir: "uno más". No obstante, la fuerza de la voz principal, que nos guía con agilidad por el laberinto de sus miedos; los personajes, bien perfilados (la tía Emily en especial), así como la trama con una intriga bien dosificada (¿qué ha pasado con la hija?), sin olvidar la profundidad de la reflexión que no resulta indigesta, aferran al lector a sus páginas.A fin de cuentas, 'Solastalgia', recoge el malestar actual ante el cambio climático sin caer en el melodrama y, en este sentido, es un canto a la vida. De paso, se ríe de las dificultades de educar, del choque de generaciones y de los prejuicios raciales, una novela atravesada de frases 'bonitas' (esa es la aspiración de Sara a la hora de escribir), que revelan una escritora madura,al tiempo que singular y libre.

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