Naturalista apasionante

La extraordinaria vida de Jordi Sabater Pi más allá de Copito

Un magnífico libro de Toni Pou, entre la biografía, la novela de aventuras y el ensayo científico, analiza la figura del pionero naturalista Jordi Sabater Pi, para descubrir toda la complejidad, la relevancia científica y la aventura en las colonias del descubridor del único gorila albino

Sabater Pi, en una imagen de archivo

Sabater Pi, en una imagen de archivo / EPC

Miqui Otero

Miqui Otero

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UNO

El 19 de marzo de 1967, durante unos minutos, el puesto de máximo responsable de la Barcelona franquista lo ocupó un gorila. Apenas tenía dos años, así que sus tutores le pusieron perfume y pañal para llevarlo a la solemne recepción que Porcioles quería darle en el ayuntamiento. Era el santo del alcalde y su invitado le dejaría el mejor regalo posible.

En el despacho del consistorio, el mandatario quiso levantar el brazo del bebé y posar para la foto marcando su efigie aguileña. ¿Era creíble un gorila con pañal? Se lo quitaron y sentaron al primate en la poltrona consistorial. El pelotón de periodistas, agavillado en torno a la gran atracción, disparó. El gorila, nervioso, no podía entender ese tiroteo de flases, que le aflojó el esfínter. "No pude aguantar. El líquido marrón me ensució las piernas", confesaría años después el protagonista en su autobiografía, 'Goril·la blanc' (en realidad escrita por Toni Sala y publicada en 2003 por Edicions 62).

Sabater Pi, en una imagen de archivo.

Sabater Pi, en una imagen de archivo. / EPC

El gorila albino era, claro, Copito de Nieve, un ejemplar único. Ese mismo mes, portada de la revista 'National Geographic' y reclamo turístico de una ciudad que sería, tiempo después, cuando el gorila albino cayera en el semiolvido, casi un monocultivo de turismo. Su simbolismo era polisémico: mascota de modernidad global tardofranquista, triste animal enjaulado o trofeo vergonzante de la política extractiva (cacao, café, madera, fauna, cultura) de la burguesía catalana en las colonias españolas. Pero también, quizá, terrorista fecal antifascista, primer punk de la ciudad más de una década antes de que La Banda Trapera del Río, precedente (aún más querido) de Cobi, emblema de una ciudad en la que los barceloneses aún podían ver en carne y hueso a su vecino más famoso. Cuando lo visitaban y él arrojaba las heces, mimaba a sus nietas, les mostraba el trasero a los guiris, para luego dirigir su mirada más allá de las rejas, el visitante no sabía si miraba a Copito o si era Copito quien lo miraba a él. Es decir, si era un espejo de la sociedad que lo mostró e hizo famoso y si lo podemos emplear ahora como un folio en blanco en el que escribir y actualizar las reflexiones ideológicas y culturales de cada época.

Ilustración de Copito de Nieve, por Jordi Sabater Pi.

Pero más interesante aún sería saber la opinión de la persona que lo mandó a Barcelona. A Jordi Sabater Pi (Barcelona, 1922-2009) no le hacía gracia pasar a la historia por el descubrimiento azaroso de ese ser único, porque los méritos derivados de su tenacidad e imaginación eran muchos otros. Consiguió todo tipo de animales para el Zoo de Barcelona y trabajó en una colonia alineado con las instituciones franquistas. Pero, a pesar de su prudencia y rigor, era rebelde, descendía de una familia intelectual catalanista, se peleaba epistolarmente con los mandamases del Régimen y, sobre todo, era muy consciente, pese a su amor por la naturaleza y su respeto por la cultura local guineana, de que su labor no estaba "libre de pecado".

¿Recibió, pues, la noticia del alivio de Copito en poltrona de madera noble con escándalo o rió como un padre permisivo y secretamente orgulloso la travesura de su hijo? Y, sobre todo, ¿quién era ese padrastro de Copito de Nieve y cuáles eran las contradicciones que lo convierten en un tipo aún más interesante que su criatura?

DOS

Como le sucedió a Conan Doyle con Sherlock Holmes, el descubridor de Copito de Nieve ha pasado a la historia, algo a su pesar, por su personaje más conocido. Pero su verdadera labor ha quedado en sombra durante demasiado tiempo.

De rescatarla se encarga ahora Toni Pou (El Masnou, 1977) en el magnífico 'Jordi Sabater Pi, l’últim naturalista', editado por el Ayuntamiento y la Universidad de Barcelona. La obra, que no le da una importancia central a Copito ni se centra en detalles como el que abre este texto, tanto brinda material para una película de aventuras clásica de John Huston o posmoderna de Wes Anderson, como nos explica a los legos la relevancia científica de su biografiado, al tiempo que nos ofrece un gran fresco de las colonias en aquella época. Es ágil como un colibrí y robusta como el torso de un gorila de costa. Rigurosa y lírica, lo tiene todo: pasión pionera, paisaje exótico, secundarios memorables (de Lluís de Lassaletta, el compinche comerciante de animales que podría traicionarlo, a la abnegada pero resuelta esposa) y estampas únicas (de los hijos dando el biberón a los bebés gorila en casas llenas de animales a la expulsión atropellada de la colonia, cuando se arrió la bandera española y Guinea Ecuatorial se independizó).

Es valiosa, sobre todo, porque da un retrato complejo y detallista del protagonista, elogia (justicia poética) su importancia, pero huye de la hagiografía (no omite sus contradicciones o desvelos) y acaricia los detalles (el brebaje que inventó, Coca-Cola y leche merengada, para aguantar en la selva).

Retratos de gorilas hechos por Jordi Sabater Pi.

Es la historia de una vocación indomable en el corazón del bando vencido por la guerra. Desde muy pequeño, Jordi Sabater Pi miraba mapas coloniales y postales de tribus exóticas que le enseñaban en l’Escole Française de la Gran Via de Barcelona y experimentaba en los humedales del Empordà. En 1940, después de la Guerra Civil, acepta un puesto en Guinea Ecuatorial, donde llega el día de Sant Joan con 17 años. Es aún un adolescente sin titulación, que intenta ganarle horas a su primer trabajo (nunca le gustó) para explorar la selva y la cultura local. Aprende tanto el portugués de los jefes como la lengua de los nativos fang. Sabe que uno sólo puede conocer algo si sabe nombrarlo. O dibujarlo.

El dibujo, de hecho, es más efectivo que la fotografía, porque sistematiza y asimila lo que llama la atención de quien observa. Este libro, y otros dedicados a Copito, muestran sus maravillosos retratos.

TRES

Todos podríamos tararear: "Yo soy aquel negrito / del África tropical / que cultivando cantaba / la canción del ColaCao". Y, sin embargo, pocos podríamos sostener ahora que verdaderamente cantaban de alegría o que el 92% de esta materia entraba en España por el puerto de Barcelona.

La promesa de sueldos dignos (sólo había que superar el miedo a las enfermedades tropicales) era un reclamo para trabajadores de una Barcelona en ruinas y el comercio sin aranceles, para los empresarios que podían amasar fortuna. Había misiones claretianas, pero también cachorros de la burguesía: Félix Millet, cuyo abuelo tenía una compañía allí, vivió sus cuitas juveniles más yeyés en la capital: se desfogaba tocando el saxo en el Club de Tenis de Bata. ¿El nombre de su combo? Los Banana Boys (esta última anécdota no aparece en el libro, pero quién se resiste a contarla).

Según explica Toni Pou, a Sabater i Pi no lo movía la sed de espolio como a este tipo de personajes, sino una fascinación genuina y una empatía real por lo que aquel territorio ofrecía. Desde el primer momento se integró y fue más allá, sobre todo en su segunda etapa, cuando volvió después de la mili.

Jordi Sabater Pi, con su familia y dos crías de gorila.

Jordi Sabater Pi, con su familia y dos crías de gorila. / Ayuntamiento de Barcelona / Universitat de Barcelona

Aunque cobraba sobresueldo como taxidermista, su cruzada era la investigación. Después de mucha discusión burocrática, en 1959 logró fondos del ayuntamiento para abrir el Centro de Adaptación y Experimentación Zoológica en Ikunde, donde aclimataba a los animales antes de mandarlos al Museo de Etnología y el Zoo de Barcelona. La obsesión de los responsables del zoo (y de las autoridades franquistas) era recibir gorilas a buen precio. La suya, entenderlos. Recuerda la primera vez que pudo mantenerle la mirada a uno: cuando vio salir de una mata de cardamomo una figura majestuosa de hombros plateados, de 1,75 metros y 180 kilos. "Si miras a un gorila a los ojos, cambiarás para siempre", dijo el fotógrafo surafricano Steve Bloom.

En sus muchos años en la colonia, descubrió mil maravillas: a Nfumu Ngui (Gorila blanco, en lengua fang), claro, que compró por 15.000 pesetas y dos botellas de ginebra y por el que le llegaron a ofrecer un millón de dólares y hasta un cheque en blanco (nunca soportó que le cambiaran el nombre por uno mucho más pop); la rana goliat, una criatura enorme que parece fruto de la imaginación de Julio Verne; el indicador de la miel cola de lira, un pájaro que tardó 12 años en encontrar; la amabilidad de los gorilas o la cultura de los chimpancés, con sus bastones y sus comportamientos lúdicos. En definitiva, dio con la razón científica que había intuido al mirar a los ojos a su primer gorila y sacudirse la arrogancia humana: somos parte de lo mismo.

Lo reconocerían y financiarían universidades estadounidenses y 'National Geographic'. Siempre acomplejado por su falta de titulación, entraría en la Universidad de Barcelona en 1977 (introduciría aquí la etología), que lo nombraría catedrático emérito en 1987. También sería reconocido como un pionero en el estudio de los primates al nivel de George Schaller o Dian Fossey. A ella quizás la conozcamos por la película 'Gorilas en la niebla'. Si algo queda claro tras leer el libro de Toni Pou es que Sabater i Pi merecería una película similar, o mejor, en la que el protagonista bebería Coca-Cola y leche merengada para aguantar las maratonianas incursiones en la selva, que acabarían con sus ojos aguantando la mirada de un gorila enorme, donde se vería reflejado. Uno de ellos, quién da más, tendría los ojos azulados y la piel blanca. Y se ciscaría en la poltrona de un alcalde de la última dictadura fascista de Europa.

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