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Crítica de 'Loli Tormenta', película póstuma de Agustí Villaronga: el Alzheimer sin dramatismo

Una escena de 'Loli Tormenta'

Una escena de 'Loli Tormenta' / 'Loli Tormenta'

Quim Casas

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Agustí Villaronga era consciente de que ‘Loli Tormenta’ sería su última película. Uno piensa en un filme hecho desde el dolor, pero en realidad se trató de una película hecha con dolor. Y lejos de recurrir a su estilo habitual y volver a algunas de las temáticas oscuras por las que el cineasta mallorquín será siempre recordado, Villaronga decidió que la cinta que cerraría su obra sería más bien una comedia cotidiana, luminosa y distendida. Pero con trampa, porque siendo una comedia con elementos dramáticos, no aborda las situaciones más habituales del género, sino que, a través de la relación de dos chicos con su abuela, se centra en el Alzheimer y lo que la enfermedad supone para quien la padece y para quienes le rodean.

Susi Sánchez es la Loli Tormenta del título, una veterana corredora que sigue poniéndose ropa de deporte para trotar por las calles de la ciudad mientras cuida y educa a sus nietos, fruto de dos relaciones diferentes que tuvo su hija. Cuando el Alzheimer hace mella, y empiezan las disfunciones de la memoria, la incapacidad de recordar nombres y lugares, la deriva mental, Villaronga y el autor de la historia original, Mario Torrecillas, lo enfocan sin severidad desde la óptica de esos dos chavales que crean su peculiar mundo para protegerse y protegerla. No es el filme esperado de Villaronga, pero es la película vitalista que quiso hacer antes de decir adiós.