Opinión | Política y moda

Patrycia Centeno

Experta en comunicación no verbal.

Patrycia Centeno

La caspa de la moción de censura

Santiago Abascal exigió "decoro" estilístico en la Cámara durante su discurso. Y la alerta caspa se disparó por la ranciedad (indumentaria e ideológica) que la ultraderecha pretende hacernos pasar por clásica.

Ramon Tamames regresó al Congreso casi cuarenta años después apoyado en un bastón y del hombro de un ujier. Se desvió de su camino para acercarse a un lado de la bancada azul donde se encontraban los dos únicos ministros que ya aguardaban sentados: el ministro de Universidad y el de Consumo. En algunos deportes, como la esgrima, antes y después de iniciar un duelo se saluda (reconoce) al rival. En política, por supuesto, ya no se practica tan sana costumbre y por eso se señala. Quiero pensar que al ir rodeado de un enjambre de cámaras o quedar absorto por Isabel la Católica, al economista se le pasó el mismo gesto con la vicepresidenta segunda. Una vez asentado en el escaño de Santiago Abascal, Espinosa de los Monteros le sacó una bandera de España. El economista la y lo miró como quien contempla una estupidez.

Abascal hizo de telonero y para bajar al púlpito con un libro en la mano sobre el imperio español se lo vio practicando posturas propias del Twister: problemas de equilibrio y encaje para esquivar la silla de Tamames. El discurso del líder de Vox empezó con pullas a los periodistas y después exigiendo "decoro" estilístico en la Cámara. Una palabra peligrosísima, sobre todo si quien habla de "vestir correctamente" lo hace sin percatarse de la caspa que habita en su grupo. Y no me refiero a la de un candidato anciano, no y nunca. Alerta caspa a la ranciedad (indumentaria e ideológica) que la ultraderecha pretende hacernos pasar por clásica.

Si con el parlamento de Abascal, Tamames ya comprobó la hora; con el de Sánchez volvió a repetir el mismo gesto de impaciencia. Por cierto, el economista no es Team Shakira: él usa Casio. Como al aplaudir mostramos apoyo o reconocimiento, el candidato presentado en la moción prefirió abstenerse en las intervenciones del líder de Vox. Ni siquiera al regresar a su escaño Abascal recibió ningún gesto o palabra de su propuesto (y eso que con la mirada lo buscó). A Tamames le molestó que el presidente del gobierno lo tachara de "señuelo de Vox" (cerró los ojos y observó de reojo a la bancada socialista que aplaudía el comentario). Luego, cuando todos los partidos políticos coincidieron en la misma apreciación, se resignó a la evidencia. Por edad y profesión, Tamames utilizó la moción de censura para evaluar a los participantes (ojo, sorpresa, que la CUP se llevó un “interesante”) y explicar sus batallitas. Por edad y profesión, Vox utilizó a Tamames para que todos los partidos estuvieran obligados a guardar cierto respeto ante su ridículo show mediático disfrazado de moción de censura.

El presidente del Gobierno compartió su tiempo con Yolanda Díaz. A sabiendas de lo que le gusta al socialista un foco, el detalle no fue por sororidad sino con vistas a Sumar de cara a elecciones. Sin embargo, la ministra de trabajo subió al atril vestida con un traje pantalón blanco (símbolo del sufragio femenino) y ejerció de presidenta. Con un tono más duro de lo que en ella es costumbre; tanto el atuendo como el hecho de referirse al candidato a la moción como "profesor Tamames" suavizaron el discurso. Equilibrar, fue precisamente lo que Patxi López no supo hacer. Uno no debería chillar nunca, más cuando cuentas con un micro. Y no sólo por educación, también porque ante el grito continuado el oído desconecta y silencia a quien lo provoca.

Pero en las pocas cosas que la mayoría coincidiríamos con el economista es que "el tiempo es oro" y que por muy interesante que sea un discurso y su orador, es imposible atender a un monólogo más de 50 minutos. Digo atender (escuchar y observar en qué forma se dice para comprender toda la información que esconde el mensaje), porque si estás en el hemiciclo entreteniéndote con el móvil (leyendo en redes qué se dice de lo que se dice delante de sus narices), chismorreando con el vecino, contestando llamadas telefónicas, mascando chicle o comiendo frutos secos lo mismo te da (qué vergüenza, a la empresa privada los enviaba yo). Y entre el ruido ocasionado por sus señorías y un oído de 89 años, Tamames colocaba su mano en la oreja para intentar enterarse mejor pidiendo ayuda a Abascal: "¿Qué ha dicho?”. Quien haya jugado alguna vez al teléfono, sabe cómo de incomprensible acaba el mensaje.

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