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La BBC, un modelo falto de imitadores

Las televisiones públicas de otros países europeos quedan lejos de la independencia de la tele británica, que acaba de readmitir a Gary Lineker

BBC

BBC / REUTERS/Henry Nicholls

Albert Garrido

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La BBC es una referencia mundial en cualquier debate sobre la independencia de los medios informativos de titularidad pública. Es imposible dar en los regímenes democráticos con una corporación más resguardada de la influencia del poder, más dispuesta a practicar la autocrítica y más preparada para neutralizar los intentos de utilizarla. De ahí que haya resultado de todo punto alarmante el despido del exfutbolista Gary Lineker, presentador de 'Match of the Day'. El desencadenante de todo fue un tuit de Lineker en el que comparaba la política migratoria del Gobierno de Rishi Sunak con la Alemania de los años 30, algo que la dirección de la emisora estimó que rompía la imparcialidad.

De ahí, también, que sorprendiera la ausencia de caras conocidas del área de deportes en los programas del pasado fin de semana, solidarizadas con Lineker, y la doble decisión de los espacios informativos de dar cuenta del desarrollo de la crisis y del director general de la BBC, Tim Davie, el pasado lunes, de reponer en su puesto al presentador. O acaso no fuera tan sorprendente la rectificación de la BBC sobre la marcha para restaurar la preciada independencia.

En una asamblea de consejos de la información europeos, hace unos años, un representante de la delegación británica contó la siguiente anécdota: durante la primera guerra del Golfo, uno de los funcionarios encargados de aplicar el plan de operaciones hizo públicas sus reservas. Un ministro que se encontraba en la sala fue por demás explícito: “Esto, chico, no es la BBC”. Es decir, aquí no tienen cabida opiniones diferentes a la del Gobierno.

Sólida estructura

Esa independencia excepcional es posible porque los contribuyentes británicos pagan una tasa anual para financiar la BBC. Con el dinero recaudado se cubre el presupuesto de la radio y la televisión públicas; el director general y su equipo no dependen del juego de mayorías y minorías en el Cámara de los Comunes, y aún menos del Gobierno de turno. Esa estructura ha sobrevivido a guerras, crisis políticas y escándalos mayúsculos, como los que agitaron las aguas de la BBC en noviembre de 1995, cuando Diana de Gales fue entrevistada por Martin Bashir: “Éramos tres en ese matrimonio”, dijo la princesa. O en octubre y noviembe de 2012, cuando el informativo Newsnight presentó por error a sir Robert Alistair McAlpine, extesorero del Partido Conservador, como implicado en varios casos de pederastia. Pocas semanas después, el mismo espacio retiró un documental para no estropear un homenaje televisado a Jimmy Saville, fallecido un año antes, un DJ muy famoso en los años 70 y 80 que resultó estar implicado en decenas de casos de acoso sexual a mujeres, incluidas varias menores.

En términos generales, ninguno de esos escándalos dañó de forma duradera la imagen de la BBC. En cierto sentido, su capacidad para metabolizarlos agrandó su prestigio, pero no su poder para contagiar su estatus a otros operadores públicos. Nada ha detenido la proliferación de estructuras de control político de los medios públicos, con comisiones ad hoc que reproducen mecánicamente la composición del Parlamento de turno y propenden a confiar la información a las llamadas voces seguras.

Son un buen ejemplo de vecindad entre información y poder las circunstancias que concurrieron en la creación de la ORTF en 1964, responsable hasta 1974 de la radio y la televisión públicas en Francia. La experiencia vivida en el Reino Unido por el general Charles de Gaulle, presidente de la República, que conoció en persona el poder de convicción de la radio y su capacidad de movilización, inspiró la creación de una corporación sometida a las necesidades del Gobierno: el debate político no fue ni mucho menos proscrito, pero en las ondas hubo una siembra sin precedentes de voces y rostros afectos al general. No deja de llamar la atención que François Mitterrand no haga referencia en 'Le coup d’État permanent', publicado en 1964, a la versión audiovisual de un poder personal omnímodo.

Un caso extremo de explotación política de los medios públicos fue el de Silvio Berlusconi, propietario de Tele5, a raíz de su victoria en las legislativas de 2001. Su mayoría parlamentaria le permitió controlar la RAI, el conflicto de intereses fue evidente, pero Berlusconi nunca renunció a la propiedad de su cadena ni a imponer su criterio en la comisión supervisora de la RAI. De hecho, el primer ministro monopolizó durante años la orientación general de las informaciones y de los debates en el espacio audiovisual. Como dijo un periodista italiano en otra reunión de consejos de la información, Berlusconi dispuso siempre de dos altavoces.

El mayor acercamiento en España al modelo de la BBC se dio en las postrimerías del segundo mandato de José Luis Rodríguez Zapatero. El experimento tuvo una vida breve, el PP cambió el mecanismo de control parlamentario y se reprodujeron las discusiones sobre independencia, neutralidad y objetividad. Por el camino, cayó en el olvido la afirmación de Walter Lippmann en 'La opinión pública': el problema básico de la democracia es la exactitud de las noticias.

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