Crónica

Omar Sosa y Paolo Fresu o el arte de la conversación

El pianista cubano y el trompetista sardo ofrecieron el primer plato fuerte del 42 Festival Jazz Terrassa

Paolo Fresu y Omar Sosa en el Festival de Jazz de Terrassa

Paolo Fresu y Omar Sosa en el Festival de Jazz de Terrassa / Xavi Almirall / Festival Jazz Terrassa

Roger Roca

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La primera vez que tocaron juntos fue en pleno monte de Cerdeña. El cubano Omar Sosa, sentado frente a un piano de media cola que vete tú a saber cómo llegó hasta allí. El trompetista sardo Paolo Fresu, encaramado a las ramas de un árbol cercano. Hay un vídeo en Youtube que lo atestigua. Pero es aún mejor cuando lo cuenta Fresu, narrador de primera con la trompeta y sin ella. Lo explicó el viernes en la Nova Jazz Cava, dentro del 42 Festival Jazz Terrassa. Una anécdota con gancho que explica muy bien qué es lo que se traen entre manos Sosa y Fresu. Su relación se basa en el juego, en la improvisación y en la escucha más que en un lenguaje musical concreto. Son dos personas hablando de sus cosas a través de la música.

¿Y de qué hablan Sosa y Fresu? Del alma, de la pulsión erótica, de la comida. Son los temas de sus tres discos juntos hasta hoy. “Con la música se puede hablar de todo”, defendió el trompetista sardo. Y cuando tocan, lo sublime y lo sensual se entremezclan. La trompeta y el fliscorno reverberantes de Fresu enuncian melodías cristalinas y Sosa las envuelve en arpegios de piano y mantos de sonidos electrónicos que les dan un tono sacramental. Es música melancólica, emparentada con “Time after time” en versión de Miles Davis. Pero también es música vital, con un pulso de aires africanos que a veces solo se intuye y a veces está en primer plano, pero sin invitar del todo al baile. Un tumbao que no lo es tanto, un latido funk que va más a la cabeza que los pies, un folklore que no es de ninguna parte. Para Sosa y Fresu los lugares comunes son un terreno a evitar.

Su espectáculo, eso sí, viene con gestos de los que gustan a la galería. Fresu remata una pieza con una nota infinita. Sosa subraya un momento caliente dándole un par de rodillazos a las teclas del piano. Pero la emoción no parecía fingida. Cuando el músico cubano, residente en Barcelona desde hace décadas, quiso explicar por qué esa era una noche especial -su hijo y su hija estaban en la sala para verle, él casi nunca toca en Catalunya-, se le hizo un nudo en la garganta que pareció muy de verdad. Como las cosas que se cuentan Paolo Fresu y Omar Sosa en el escenario. 

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