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Màrius Serra recupera a Palau Ferré, el pintor que quemaba sus cuadros o los vendía a Telly Savalas

El escritor y enigmista evoca la figura del artista de Montblanc en su novela 'La dona més pintada'

Màrius Serra

Màrius Serra / Marta Perez

Elena Hevia

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Mientras contemplaba en televisión en el 2018 cómo en Sotheby’s un cuadro de Bansky se autodestruía inmediatamente después de su venta por un millón doscientos mil euros (el mecanismo triturador se detuvo a la mitad con lo que el semi-cuadro pudo ser revendido por 21 millones de euros tres años más tarde), Màrius Serra (Barcelona, 1963) recordó un caso mucho más ‘nostrat’, pero que como el del enigmático británico también está diciendo cosas, no siempre buenas, sobre el enloquecido mercado del arte y su volátil valor económico. El resultado ha tomado el camino de la ficción y se titula ‘La dona més pintada’ (Proa). La novela sigue la vida y peripecias de Maties Palau Ferré, hijo de payeses de Montblanc que a los 8 años ya anunciaba, convencido, que iba a convertirse en un pintor famoso, como así fue, para pasmo de sus familiares. 

El caso Palau Ferré salta a los diarios de la época en los 70 y lanza al artista a un estrellato mediático que requiere no poca explicación. Para los titulares del momento es el artista que pinta sus cuadros durante el día y los quema por la noche. Con esa premisa le entrevista José María Iñigo, aparece en la portada de ‘Lecturas’ y el Carles Porta de la época, el periodista Enrique Rubio –fundador del ‘El Caso’ y colaborador del ‘Àngel Casas Show’- le dedica una serie de artículos. Cultivador de un arte ecléctico en el que tienen cabida el cubismo, el fauvismo y una reinterpretación ‘sui generis’ del románico, que Serra define como un ‘Las señoritas de Avignon’ ‘meets’ Pantocrator, el pintor complace tanto a la burguesía acomodada como a la clase media del momento.  

Maldita pemuta

Hay un antes y un después en la biografía de Palau Ferré que apunta a la drástica decisión: la disputa legal mantenida con el promotor inmobiliario Miquel Peirats, con el que en los 60 había accedido a realizar una permuta de su obra a cambio de una casa y dos terrenos. Poco después, lo que son las cosas, la cotización del artista empezó a subir y el trato ya no parecía tan bueno. El asunto, que se enconó lo suyo, llegó al Tribunal Supremo que en 1974 obligó al pintor a saldar su deuda por, ¡atención!, 40 metros cuadrados de lienzo pintado. Algo que Palau saldó en un año a base de hacer óleos monumentales pero después, herido moralmente en su honor, resolvió la afrenta con la kamizake decisión de destruir su obra, a modo de expiación, lo que hizo durante aproximadamente una década. Para el gran público Palau i Ferré era "el pintor que quema sus cuadros”. 

palau ferre

Dos obras de Palau Ferré. /

La historia del artista tiene otras muchas capas escondidas y jugosas que Serra ha recogido en esta novela “anotada”, porque tras ella hay una gran documentación y un detallado 'making-off' de su elaboración, y que componen una imagen compleja del artista más interesado por la vertiente económica de lo que pudiera parecer. “No está muy claro cuántos cuadros quemó exactamente, y en alguna entrevista llegó a decir a afirmar que echaba al fuego uno cada aniversario de la famosa sentencia, lo que hace solo un total de 10 cuadros”, explica Serra. Lo cierto es que Palau aprovechó bien su imagen de ‘maldito’ vendiendo a escondidas no poca obra. Sus vecinos que adquirieron sus óleos decían: “de algo tiene que vivir, ‘pobret’” y su fama alcanzó a personalidades tan famosas entonces como Telly Savalas, el popular Kojak televisivo, amante de los chupachups, que llegó hasta allí, cuenta la leyenda, en helicóptero.

En la senda de Dalí

Palau Ferré tuvo como santos patronos confesos a Picasso y a Dalí, no solo por su trabajo creativo sino también por sus magnífica estrategias de márketing, especialmente las del segundo. “Solía decir –cuenta Serra- que Picasso era una salamandra que pone huevos continuamente y Dalí, una gallina que pone solo uno pero lo cacarea muy alto para que todo el mundo se entere”. Así que el tema de la quema bien pudiera tener el sustrato gallnaceo del de Figueres.

Soltero y muy zalamero con las mujeres –convenció a muchas de sus compradoras que eran el modelo único de sus retratos femeninos, de ahí el título de la novela-, Palau fue ante todo un solitario. “Era una persona que se hizo a sí misma en un ambiente hostil porque procedía de una familia de payeses, con una vocación clara y fuerte que le llevó a estudiar Bellas Artes en Barcelona y más tarde en París, aunque nunca se sintiera del todo a gusto allí”. Desgraciadamente, su encuentro con Peirats supuso también el detonante de lo que sería su agotamiento final en términos creativos, un final de partida encubierto por esa imagen de sus cuadros –no sabemos cuántos- en llamas.