Crítica de música

Namina, voz de protesta y vudú en Barnasants

La catalana con ascendiente brasileño Natàlia Miró do Nascimento desplegó su delicada mixtura musical, con citas al blues, el jazz y la bossa nova, en la puesta de largo de su tercer álbum, ‘Un udol’, arropada por un exquisito cuarteto, en el Auditori Barradas, de L’Hospitalet

Concierto de la cantante Namina en Barnasants, este domingo

Concierto de la cantante Namina en Barnasants, este domingo / Jordi Otix

Jordi Bianciotto

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Del cruce de los afluentes del sur estadounidense con la flora brasileña sale el imaginario sonoro de Natàlia Miró do Nascimento, cantante, guitarrista y compositora con aptitudes para, a partir de esas fuentes, enredarte con un sigiloso modo de hacer. Cancionero que fluye con suavidad aun conteniendo agudas aristas, hecho de materiales flotantes y fuera de tiempo, que este domingo nos cautivó en el Auditori Barradas (Barnasants), en la puesta de largo de su tercer álbum, ‘Un udol’.

Namina hizo saber ya de entrada que tenía la voz un poco lesionada a causa de un resfriado aguafiestas. “Hoy no ha venido Namina; ha venido Tom Waits”, bromeó antes de invocar los espíritus sanadores en el ‘Canto de Ossanha’, de Vinícius de Moraes y Baden Powell. Pero, aunque el constipado nos privó de sus picos de potencia y esbeltez vocales, ese registro un poco arenoso no le sentó mal, dado que lo suyo ya es un poco turbio y herido ‘per se’. Namina tiene algo de Waits, y de Billie Holiday, en esas músicas híbridas, de ambientes enrarecidos y efluvios de jazz. Sonoridades mimadas en el Barradas por un combo exquisito, con Pep Gol, el productor del álbum, aplicando su trompeta con sordina en diálogo con el contrabajo de Pep Rius, la batería de Xevi Matamala y el piano eléctrico y el órgano de Gerard Nieto.

Cantos de resistencia

Un cuarteto con el que Namina creó una atmósfera delicada tanto si se arrimaba al swing o a la bossa nova, al blues o a una mixtura con vistas a Nueva Orleans. Todas esas piezas ajenas nos hablaban de cierta resistencia sufrida, con metáforas naturalistas en ‘Asa branca’ (Luiz Gonzaga) y que podían desviarse hacia la lánguida dulzura de ‘Sodade’ (Cesária Évora) y adoptar un cariz enojado en ‘Capitalist blues’ (Leyla McCalla). Música con mucha vida, furia canalizada con civilidad y cierto sabor a manifiesto personal, como en esa definitoria ‘Voodoo woman’, de Koko Taylor, con su conjuro contra las calamidades terrenales: “Tengo una pata de conejo en el bolsillo / un sapo en mis zapatos”.

Pero, aunque Namina descolló en el género de la versión de un modo que podría poner en compromiso a una Madeleine Peyroux, donde más hizo oír su voz fue en sus propias composiciones, que dominaron el tramo central del concierto: el delicado embrujo de ‘Arbres’ (texto de Clementina Arderiu), la acogedora ‘Azul’ o el romanticismo a la desesperada de ‘M’ho venc tot per un petó’. Namina bien puede confiar en sus propias creaciones para definir integralmente su arte de la canción.

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