Quemar después de leer

Ser para siempre Karl Ove Knausgard, por Laura Fernández

Jason Priestley interpretó al famosísimo adolescente Brandon Walsh en los años 90 y desde entonces prácticamente no ha hecho más que interpretarse a sí mismo, víctima de un encasillamiento del que la literatura no está exenta y si no fijémonos en lo que ocurrió con el autor de la monumental 'Mi lucha' cuando regresó a la novela

Ser para siempre Karl Ove Knausgard, por Laura Fernández

Ser para siempre Karl Ove Knausgard, por Laura Fernández / SARA MARTÍNEZ

Laura Fernández

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Jason Priestley protagonizó en los año 90 un clásico televisivo de institutos llamado 'Beverly Hills 90210' y luego desapareció. En la serie, el primer hit de la factoría Aaron Spelling —que más tarde pondría en la parrilla mundial su versión adulta y retorcida, 'Merlose Place'—, Priestley, que entonces tenía 21 años, interpretaba a Brandon Walsh, un chaval de Minnesota que acababa de mudarse con su idílica familia —padres cariñosos, hermana gemela de flequillo perfecto— a la parte más exclusiva de la dorada California. Y no le iba nada mal. Hacía un montón de amigos y presumía de adolescencia sin altibajos, convirtiéndose casi en un icono de ciencia ficción de lo pretendidamente real. El éxito de la serie fue tal que condenó a Priestley a interpretarse a sí mismo para siempre.

Su personaje resultó tan absurdamente mítico y la fama del producto en cuestión tan aplastantemente global que casi el 80% de los papeles que Priestley ha interpretado desde entonces consisten en ser el tipo que interpretó a Brandon Walsh. Larry David bromea con esto en más de una temporada de 'Curb Your Enthusiasm'. Primero le propone a Jason Alexander, el George Costanza de 'Seinfeld', escribir una serie en la que se interprete a sí mismo —a la manera en que él lo está haciendo en la serie que estamos viendo— y luego se lo propone a Elaine Benes, es decir, a Julia Louis-Dreyfus. El encasillamiento en el mundo del cine y la televisión, es casi una condición, o un tópico, del propio mundo del cine y la televisión, y no sólo en los productos de éxito.

Es escandalosamente terrorífica la manera en que el primer papel que interpreta un actor o una actriz puede acabar convirtiéndose en la clase de papel que va a interpretar para siempre. Pensemos en Lauren Graham. Lauren Graham, la Lorelai Gilmore de 'Las chicas Gilmore', no ha hecho otra cosa que interpretar a madres solteras y jovencísimas con problemas de límites con sus hijos, más adultos que ella misma. Ella no ha sido madre, y tampoco tuvo una —la crió su padre, soltero—, y cada guión que interpreta es, a veces, un pequeño aguijón en algún sentido. Graham tiene una pequeña carrera como escritora al margen, y Priestley, viñedos y una prestigiosa marca de vinos: Okanagan Valley.

Pensaba en el vino californiano de Priestley mientras leía 'La estrella de la mañana' (Anagrama), la última novela de Karl Ove Knausgard. La última que ha publicado en el mundo, y la primera que ha llegado a España. Tan fascinante como cualquier tomo de 'Mi lucha', su propio 'En busca del tiempo perdido', aquel mastodóntico 'memoir' que tuvo en vilo a medio mundo lector —o al mundo entero— durante los años de publicación —en España, la última entrega se editó en 2019—, 'La estrella de la mañana' no trae de vuelta a Karl Ove, el personaje, pero sí trae de vuelta su voz, es decir, al narrador, que juega aquí a construir una historia que se aleja de lo real para edificar un constructo ficticio que hable de lo mismo que hablaba en 'Mi lucha', de sí mismo.

Curiosamente, se le reprendió, cruel e injustificadamente, la imposición de lo cotidiano en la historia —el detalle pormenorizado de los hechos— a la manera en que se imponía en 'Mi lucha', considerando que no era adecuado para una novela que no pretendía inventariar el recuerdo, sin tener en cuenta que ese recurso, tan por completo 'knausgardiano', le va como anillo al dedo a La estrella de la mañana. Tanto que casi parece haber sido creado para ella. Después de todo, de lo que habla 'La estrella de la mañana' es del cambio que un algo extraordinario produce en lo ordinario. Habla de devolver la fe —la magia, el caos, lo inesperado— a un mundo de actos mecánicos y preestablecidos, previsibles, aburridos, carcelescos.

Sin quererlo, Knausgard está buscando una salida a ser para siempre Karl Ove Knausgard en la propia idea de la novela. Si todo puede cambiar en cualquier momento, ¿por qué no puede una iluminación como la que detiene las complejas y condenadas vidas de los protagonistas de 'La estrella de la mañana' apartar al escritor de su propio yo? O, mejor, permitirle encarnarse en otros para seguir contándose, y obligar al lector a leer entre líneas, otra vez. La solución que Ryan Murphy dio al problema del encasillamiento del actor. Dejar de encasillarlo. Utilizar siempre el mismo elenco —Sarah Paulson, Evan Peeters, Frances Conroy, Billie Lourd— para dar vida a personajes diametralmente opuestos cada vez. No ser nadie, para poder serlo todo.

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