Crítica de 'La sangre': cuadros en blanco y negro para una exhibición

Hay que disfrutar ‘La sangre’, primer largometraje del realizador portugués Pedro Costa, por su extraordinaria fotografía, un auténtico tratado de cómo iluminar en blanco y negro. Uno de los operadores a los que se agradece su contribución en el filme es su compatriota Acacio de Almeida, el hombre que puso luz, también en blanco y negro, a la modernidad de los años 80, sobre todo con la fotografía de ‘En la ciudad blanca’ de Alain Tanner.

Lo que cuenta ‘La sangre’ es duro y áspero, en el estilo casi contemplativo con el que Costa encuadra y narra habitualmente. Pero la composición de cada plano es de una belleza sin parangón, un estilo de fotografía que remite a los cielos blanquecinos de los filmes de John Ford, los primeros títulos de la Nouvelle Vague o el nuevo cine alemán, el ‘film noir’ de Jacques Tourneur y las películas independientes de los 80 y 90 que tan bien retrataron historias minimalistas de deriva en blanco y negro. También es ‘La sangre’ una historia mínima, a la vez que un melodrama henchido de tensión, sobre dos hermanos y el padre ausente. A veces parecen fantasmas más que seres terrenales por cómo se mueven al compás de la cámara, figuras en duermevela en un filme de atmósfera subyugante que significó del debut del futuro director de ‘En el cuarto de Vanda’, noticia estos días en Barcelona con la exposición ‘Canción de Pedro Costa’ exhibida en La Virreina.