Estreno de cine

Crítica de 'The Quiet Girl': en busca del afecto perdido, por Quim Casas

Una escena de 'The Quiet Girl'.

Una escena de 'The Quiet Girl'. / EPC

Quim Casas

Quim Casas

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Cáit, la chica tranquila del título del filme, es una reservada niña de nueve años que vive en una localidad de la Irlanda rural, a principios de la década de los 80 del siglo pasado: nunca se nos dice que época es, no resulta primordial, pero lo sabemos por la ropa, el automóvil o el viejo aparato de televisión. Tiene tres hermanas y una cuarta está en camino. Por este motivo, sus padres, en precaria situación económica –y emocional: la pobreza no es una excusa para el desafecto– la envían a pasar el verano con unos parientes lejanos, un matrimonio maduro y sin hijos. Allí todo cambia, para bien. Cáit halla afecto y comprensión, algo de lo que no hay ni rastro en el hogar familiar.

 Sobre el papel, ‘The quiet girl’ es un drama temperado y una suerte de ‘coming of age’ sin despertar a la sexualidad ni nada de eso. En la realidad, se trata de una película extremamente delicada, muy paciente, que a ratos recuerda la pausa y la musicalidad del gran cine de Terence Davies. Dos ejemplos de la comprensión que Cáit encuentra con su nueva familia. Cuando orina en la cama por la noche, la mujer, lejos de regañarla, le dice que estos colchones son tan viejos que lloran como madalenas. El marido, al principio taciturno, acaba demostrándole todo el cariño que sus padres no pueden ni saben darle. Cuando una mujer le pregunta a Cáit porque habla tan poco, el hombre comenta que utiliza las palabras justas y que ojalá hubiera más gente así. Lo mismo le pasa a la película, utiliza las imágenes, las palabras y los silencios justos. El plano final es muy hermoso y define lo que es el filme.

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