Opinión | Contextos de arte

Ana Diéguez-Rodríguez

Directora del Instituto Moll

ANA DIÉGUEZ-RODRÍGUEZ

Johannes Vermeer o la fascinación del instante

El Rijksmuseum vive un total colapso en vísperas de inaugurar la gran exposición del artista

cuadro

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Parece que, frente a todo pronóstico, este año se ha convertido en el año de las exposiciones conmemorativas y monográficas. Esas que, tras la pandemia, parecía que ya nunca más se iban a organizar por parte de los grandes museos, precisamente para evitar muchedumbres enfervorecidas a las puertas y en las salas de los mismos. Sin embargo, no hay nada como un centenario de nacimiento o muerte de alguno de esos artistas geniales de la Historia del Arte, o hacer una retrospectiva, para justificar la reunión de toda su producción bajo un mismo techo y servir de reclamo y publicidad.

Este es el caso de la exposición que se inaugura esta semana en el Rijksmuseum de Ámsterdam dedicada a Johannes Vermeer de Delft. Un artista curioso dentro de los grandes pintores barrocos europeos, en parte, por su escasa producción conservada, 36 obras, de las que 28 están en exhibición en el museo neerlandés hasta el 4 de junio.

La temática que aborda en sus obras no es novedosa. Los interiores flamencos y neerlandeses del siglo XVII, donde predomina lo femenino y esa serenidad propia de espacios matizados por una luz brumosa, propia de los países nórdicos, era habitual entre los artistas de esta escuela.

Entonces ¿a qué viene tanta fascinación por Vermeer? La explicación está en dos aspectos, el primero es la aparente simplicidad compositiva de sus escenas y la armonía de tonos elegida, con predominio de azules, amarillos y blancos; y, la segunda, el posible uso de un artilugio mecánico, la cámara oscura, precedente de las cámaras fotográficas del siglo XIX, como herramienta para realizar sus cuadros. Esta hipótesis ha sido muy controvertida. Desde los que han visto en Vermeer un artista innovador y muy al tanto de las novedades científicas y técnicas en relación a la óptica en el siglo XVII, hasta los que le tachan de farsante al emplear medios mecánicos para captar la realidad que inmortalizaría en sus obras.

Independientemente de los recursos al alcance de Vermeer, sus pinturas logran transmitir la emoción de un instante. Ese momento captado en el tiempo al que el espectador contemporáneo tiene el privilegio de asistir. Como un intruso que se asoma a la puerta entreabierta y descubre una realidad, íntima, cotidiana y apacible de la que no quiere huir, sino participar. Vermeer ha sabido transmitir la calma y la serenidad de las cosas sencillas, en una conjunción mística con el observador, de ahí que el espectador ansíe ese encuentro con sus obras.

Con todos estos elementos sobre la mesa, es fácil entender como cualquier exposición en la que participen obras del pintor de Delft se vean desbordadas. El Rijksmuseum lo está viviendo desde días antes de la inauguración. Su página web se colapsa, el número de entradas vendidas superan con creces las previsiones, y la expectación es tal que las búsquedas en la red sobre el pintor se han multiplicado exponencialmente.

Si no ha logrado hacerse con una entrada, no desespere, afortunadamente, siempre nos queda el portal Essencial Vermeer (http://www.essentialvermeer.com/), donde podremos seguir disfrutando de sus obras desde nuestro sillón, sin los empujones y murmullos de un público entregado acercándose lo máximo posible a las obras y reviviendo las mismas escenas que ante la Gioconda en el Louvre; o disfrutar de nuestro maestro del tiempo autóctono, Velázquez, cuyas Meninas esperándonos en el Prado tienen el mismo encanto y fascinación del instante robado al tiempo que las jóvenes de Veermer.

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