Adiós al escritor

Josep Maria Espinàs se despide cantando, 'clopin-clopant' y sin aplausos

El funeral del escritor se cierra con tres canciones que dejó grabadas de su viva voz para la ocasión

Imagen del funeral de Josep Maria Espinàs

Imagen del funeral de Josep Maria Espinàs / Ferran Nadeu

Ernest Alós

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No debe haber sucedido muy a menudo que en un funeral, un difunto, de cuerpo presente, se despida cantando de viva voz. Será habitual que en el último adiós de un músico suene una de sus canciones. O incluso que haya dejado como explícita última voluntad la banda sonora de su adiós. Pero la despedida musical de Josep Maria Espinàs, esta mañana en Barcelona, ha ido un paso más allá. Sin estridencias, pero con el punto de ligera extravagancia que distingue lo calmado de lo insustancial, lo original de lo adocenado. Se sabía que el escritor, columnista, colaborador de EL PERIÓDICO durante dos décadas, hasta su última columna en noviembre de 2019, llevaba años hablando de la música que sonaría el día que llegase la hora. Pocos conocían que dejó grabado en 2014 un CD en el que cantaba, acompañado al piano por el maestro Borrull, las tres canciones con las que ayer se despidió de los presentes. Swing y chanson. Con la letra traducida al catalán y con una voz ya tentativa, 'Summertime' de George Gershwing, 'As time goes by' de Dooley Wilson y 'Clopin-clopant' de Yves Montand. Una letra en la que el corazón de quien canta se va despidiendo de la vida, poco a poco.

La canción se acabó y se hizo el silencio en la capilla del tanatorio de Sancho de Ávila. Así lo quiso el escritor que, como recordó su editora y mucho más Isabel Martí, en el minuto uno del acto fúnebre, no quería un solo aplauso. "No es un espectáculo, no es un teatro, es un entierro. Que se aplauda en estas circunstancias lo encontraba muy insensible, una cosa que lo obsesionaba".

A nadie se le hubiera ocurrido hacerlo, como a nadie se le ocurrió hace exactamente cuatro años, el mismo día de febrero y exactamente en el mismo lugar, cuando despidió con la voz rota a su hija Olga con una mano sobre el féretro, cantando la canción que a ambos les gustaba entonar, la 'Piccolisima serenata'. Ese día empezó, de hecho, su adiós.

Más presencia en el auditorio de compañeros en las diversas fases de su paso por el periodismo o la edición que del mundo de las letras que le miró por encima del hombro. Personalidades públicas: la 'consellera' de Cultura, Natàlia Garriga, la directora de la Institució de les Lletres Catalanes, Izaskun Arretxe, el presidente de Omnium, Xavier Antich, el del Barça, Joan Laporta, y la presidenta suspendida del Parlament, Laura Borràs.

Su nieta leyó un texto, en el que le debería ir rondando la dificultad que acabó con su vida de escritor. "Memòria, vella amiga, perquè no em visites com abans'. La ceremonia, estrictamente laica y con una escenografía sin los detalles peculiares de la capilla ardiente en el Palau de la Generalitat (escribió que él nunca había sido un descreído porque para eso es necesario haber creído antes), se sucedió con intervenciones de personas con las que le unió fuertes lazos en cada uno de los aspectos de su vida.

Antoni Bassas, con quien compartía mañanas en la radio y quien lamentó que "este país" no hubiese llegado a tener nunca "el tono y la sensibilidad" del escritor. Y la transversalidad, podríamos añadir, que hizo que algunos dejasen de sentirlo suyo y otros no lo llegasen a hacérselo del todo, lo que habla mejor de él que de lo que ha llegado a ser este país. Carme, de 'su' restaurante, Casa Lázaro. Mònica Terribas, que le escribía cartas con 24 años. Carlos y Dani, que eran dos niños que le acogieron en casa durante un diluvio en su viaje a pie a la Llitera siguieron siendo amigos de por vida. Salvador Cardús, autor de la cuadra de su editorial La Campana, que lo retrató como "amablemente incómodo" por no amoldarse a ningún molde preconcebido gracias a su "radical independencia personal e insobornable libertad de pensamiento". Eva Piquer, que intentó acabar con él un libro sobre sus ideas sobre la escritura que la enfermedad hizo imposible.

Xavier Antich, una de las raras excepciones, según Isabel Martí, que desde la academia se han tomado en serio que Espinàs fuese (palabras de Antich) "un hombre destacado de la intelectualidad catalana", con la rara capacidad de escuchar. Bernat Dedeu, para que también hubiese alguien amablemente incómodo como él y que recordase alguno de los poco habituales pronunciamientos políticos del finado, pronunciado cuando se negociaba a la baja el Estatut y según él, válido hoy. "Todos estos que han destruido el país en los últimos años y que ahora hacen ver que quieren reconstruirlo..." Y finalmente, su nieto Ricard Espinàs y su hijo, Josep Espinàs.

Y para acabar, la voz grabada de Espinàs, explicando que ese era su adiós sin voluntad de "trascendencia", intentando transmitir "aquello que tanto he querido, la ternura en todas sus manifestaciones".