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Juan Cruz

Juan Cruz

Periodista y escritor. Adjunto al presidente de Prensa Ibérica.

Muere Alexis Ravelo | Definitivamente, Dios está de vacaciones

El escritor, fallecido este lunes, fue un amigo atento y un gran escritor solidario y comprometido con la historia y las gentes de su tierra, las Islas Canarias

El escritor canario Alexis Ravelo, fallecido este lunes.

El escritor canario Alexis Ravelo, fallecido este lunes.

Por encima de la literatura, y la suya era una gran literatura, estaba el hombre. Alexis Ravelo era de playas, de montes y de plazas, un canario hecho para todas las estaciones y para todas las personas. Un amigo leal, atento, y un escritor, un gran escritor que, al virar el medio siglo, se encontró con el sueño del que huimos todos.

Como fue de repente, como solemos decir los canarios, cabe decir que quizá no supo nada de esta tragedia que deja atrás, la tragedia de su ausencia, y la tragedia que sigue a su ausencia. Como ha pasado con otras desgracias y despedidas que han ocurrido en la literatura (y en la vida) canaria de los años en que nos fuimos haciendo a la costumbre de amar y despedirnos, esta vez no sabemos qué decir los que cifrábamos la vida cotidiana, sobre todo en su caso, a sus llamadas y a sus risas, a su abrazo en el bar o en la calle, o por teléfono.

El enorme afecto que deja atrás es una expresión que tiene que ver no sólo con esa personalidad que dibujaba solidaridad y desprendimiento, sino también con los asuntos que trató y con el compromiso que adquirió, con los libros y también con la desolación canaria, la que se produjo antes de la Guerra Civil y en los periodos más cercanos a esa contienda, cuando el caciquismo insular, y otras cunas de la injusticia que han padecido las islas, entendió que era mejor la guerra que la vida.

Alexis era, y esto no es una exageración de amistad o un elogio que viene del carácter póstumo de estas palabras, el escritor menos egocéntrico que he conocido. A partir de ese hecho, que conforma su carácter, se hizo amigo de editores, de periodistas, de otros escritores. De quien se le acercara. Deseaba el bien con hechos y con palabras, te llevaba y te traía de los bares y de las bibliotecas con la generosidad que nunca reclamó para sí mismo.

Publicó numerosas novelas, sus editores (Siruela, sobre todo) siempre lo consideraron como parte de esa palanca que atrae lectores no por la insistencia, sino por la calidad de su escritura y de sus historias. Nunca dejó que la moda (por ejemplo, la moda de hacer de la novela negra un receptáculo de crímenes y de castigos) fuera el único alimento de su pluma, y jamás, en ninguno de sus libros, incluso en aquellos que pudieran ser más ajenos a su compromiso como ciudadano insular, dejó de fijarse en el terruño para indagar en los desastres, sus culpables y sus consecuencias, que tapiaron las islas como para hundirlas. Su trabajo de presentación de Crimen, de Agustín Espinosa, cuya reedición instó a Siruela, es un ejemplo de la profundidad de su creencia literaria, de su audacia para revivir aquella novela supuestamente escandalosa y ponerla otra vez en el imaginario de la mejor literatura nacida en las islas.

Este hombre que hizo de las islas su geografía humana y literaria, como si el archipiélago le sirviera de autorretrato, se fijó en La Palma para hacerla símbolo de esa aventura difícil de la existencia de Canarias. Y en ese viaje al encuentro de nuestros sucesos más graves, el de la terrible guerra, abordó una peripecia civil heroica. Los milagros prohibidos, una de sus más grandes novelas, que publicó Siruela en 2017, narra la rebelión palmera contra Franco, cuando el dictador empezaba en Tenerife y en Gran Canaria su andadura contra el futuro. Aquel episodio se llamó La Semana Roja y el propio Alexis lo convirtió en esa novela a la que también consideró como “un viaje a través del miedo”.

Cuando apareció ese libro hablé con él en la Plaza de Cairasco de Las Palmas, cerca de los ruidos de barra que le eran tan familiares, junto con periodistas que celebraban con él la amistad y la vida, sus espantapájaros contra la desolación o el miedo. Ahí, en esa plaza, todos lo saludaban como a un héroe. Hoy hasta los árboles sabrán de las lágrimas que deja la ausencia de este ser tan formidable.

En ese espacio abierto me contó cómo el odio hizo que aquella contienda civil convirtiera en fieras hasta a los más nobles. El maestro que protagoniza su novela palmera se había jurado no disparar nunca a nadie, “pero en un país de fieras”, me dijo Alexis, “tú también tienes que ser una fiera para sobrevivir”. La guerra, decía, “va a sacar lo peor de cada uno, y también lo mejor”. En aquella isla no hubo muertes, las incorpora la ficción. La Palma era también heredera de una tradición ilustrada que la guerra, como si fuera una bala, se dispuso a destrozar.

Ese libro está lleno de referencias a la obsesión de Ravelo por juntar historia, literatura y seres. Su lectura, y la de la mayor parte de sus libros, explica de dónde viene no sólo su escritura sino su emocionante manera de ser humano. Le pregunté por qué en lugar de escribir una novela, que enseguida tuvo varias ediciones, no había convertido ese material que devenía tan metafórico en un ensayo sobre aquel tiempo. “Ya había ensayos muy buenos”. Ensayos que él habría leído, que había ponderado, reflexiones que ya había compartido, a veces en las escuelas por donde fue impartiendo sabiduría, en actos literarios donde siempre aceptó dar la bienvenida a los nuevos, o en lugares como aquella Plaza de Cairasco donde me recibió como periodista y me trató como si hubiéramos sido compañeros de escuela.

Hace una semana estuvimos hablando, proyectando, riendo sobre el futuro, escapando, en su caso, de un pasado inmediato en el que el temor a la enfermedad lo había obligado a olvidarse de la calle y de las redes, a las que era tan afecto, y se preparaba para seguir siendo un escritor sin tanto ajetreo. “¡Chacho!”, exclamaba, tan canario, para hablar de la vida, para ahuyentar la solemnidad que a veces arrambla con la sencillez que él proclamaba como parte de su manera de estar en la tierra (y en la literatura).

En un libro reciente (Los días de mercurio, Alrevés, 2022) hay, al final de su largo curriculum, una frase que define su manera de burlarse de lo ufano para abrazar lo humano. “Y, como siempre”, dice la nota, “sospecha que Dios está de vacaciones”. Habíamos quedado para una entrevista cuando acabara su sofoco reciente, del que se recuperaba. “Chacho, estoy mejor”. El azar maldito pospuso para siempre su alegría.

Alexis sospechaba que Dios andaba de vacaciones. Si existe, ayer nos hizo a todos una mala faena.