Relanzamiento

¿Quién asesinó realmente a Aldo Moro? Una serie y la reedición del libro de su secuestro recuperan el caso

El estreno de la serie de Marco Bellocchio en Filmin propicia la reedición del libro que Leonardo Sciascia dedicó al secuestro y muerte del político italiano

Aldo Moro

Aldo Moro / KEYSTONE Pictures USA/ZUMAPRESS

Elena Hevia

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El asesinato de Moro, el gran pecado sin expiar de la vida política italiana, acaba de regresar otra vez a la conversación, lo hace recurrentemente, esta vez como serie de televisión, firmada por el veterano Marco Bellocchio, todo un experto en facturar cine político y muy especialmente con la reedición del extraordinario ‘El caso Moro’ (Tusquets), el panfleto en el que Leonardo Sciascia hizo un concienzudo análisis de las circunstancias del secuestro valiéndose de la armas del analista político pero también y sobre todo de la literatura con sus luces más humanitarias, que le sirve para iluminar aquellla enredada madeja de corrupción e intereses politizados.  

En la historia política de la Italia del siglo XX, tan preñada de estallidos violentos, de conjuras ocultas, de corrupción perfectamente organizada, no hay nada comparable en intensidad y significación al asesinato de Aldo Moro, el presidente de la Democracia Cristiana (DC) -el todopoderoso partido que aliado con los poderes eclesiásticos romanos dominó la política de postguerra- por parte de las Brigadas Rojas, la extrema izquierda extraparlamentaria que había adoptado el camino de la “lucha armada” y llegó a su cenit con este episodio. La cumbre de los años de plomo.  Los angustiosos 55 días que el político estuvo secuestrado desde el 16 de marzo de 1978 hasta 9 de mayo del mismo año, el momento en que su cadáver fue encontrado en un maletero de un Renault 4 en pleno centro de Roma.  

El cuerpo es el mensaje

El cadáver colocado estratégicamente por los terroristas en una calle a medio camino entre las sedes de la Democracia Cristiana y del Partido Comunista Italiano (PCI) fue, entre otras muchas cosas, un mensaje lanzado a ambas formaciones que habían firmado un compromiso histórico de apoyo externo, un pacto impulsado principalmente por el político asesinado y que buscaba ampliar la base de una DC, percibida por muchos intelectuales de la izquierda, entre ellos Pier Paolo Pasolini,  como “la pura y simple continuación del régimen fascista”.

Toni Servillo, como Pablo VI, y Fabrizio Gifuni, como Aldo Moro, en la serie 'Exterior Noche', de Marco Bellocchio.

Toni Servillo, como Pablo VI, y Fabrizio Gifuni, como Aldo Moro, en la serie 'Exterior Noche', de Marco Bellocchio. / Filmin

La muerte de Moro queda en la memoria de los italianos como un punto de inflexión histórico. Su particular Vietnam. La pérdida de la inocencia. El momento en el que se hizo evidente que el estamento político italiano estaba del todo podrido. Y de aquellos polvos vinieron los lodos de Berlusconi.

El Sciascia que escribe ‘El caso Moro’ es un celebrado periodista y escritor en la cumbre de su fama y sus facultades. Siciliano, lo que le da un plus de visión periférica. Desengañado del PCI. Autor de ‘falsas’ novelas policiacas que reflejan la complejidad y el retorcimiento de la vida política italiana. Ahí está ‘Todo modo’, una de sus obras cumbre, publicada cuatro años antes del asesinato, que hoy puede leerse como una premonición del caso. Esa actitud, la del investigador de un contexto criminal e intrincado como un laberinto, es la que marca este libro, escrito en caliente, solo cuatro meses después del trágico desenlace. Cuatro años más tarde, y militando en el Partido Radical, del que igualmente se desengañaría, Sciascia también fue encargado de redactar el informe de la comisión parlamentaria sobre el caso que también se incluye en este volumen.  

El escritor italiano Leonardo Sciascia.

El escritor italiano Leonardo Sciascia. / El Periódico

La doble soledad del prisionero

En ‘El caso Moro’, Sciascia pone sobre la mesa todos los elementos que los ciudadanos conocen, y en especial las desoladoras cartas que el político envió desde la autodenominada -por las Brigadas Rojas- ‘cárcel del pueblo’: a su familia, a sus amigos y, sobre todo, a los dirigentes de su partido, a los que suplica por su vida. Sciascia contempla los indicios con el desapasionamiento de un buen detective.

Culpa, naturalmente a las Brigadas Rojas, infames, enloquecidas por lograr un lugar en la primera página de los diarios, pero también y muy especialmente a la inacción de la DC que ve en el secuestro y en el hecho de no ceder a la peticiones de las Brigadas Rojas de “intercambio de prisioneros” una oportunidad, la posibilidad de mostrar una fortaleza y un sentido de Estado que jamás ha tenido ni ha podido demostrar. Ahora sí. Moro molesta a sus compañeros de fila. Su muerte los refuerza. A través de esas cartas, el secuestrado analiza, filosofa, contrasta opiniones, se resiste a morir y pide una y otra vez a sus antiguos compañeros de partido  que sean consecuentes con sus creencias y accedan al intercambio. Lo que propugna es humanizar la política. Todo en vano.

La prensa de la época zanja las cartas con un “Moro ha enloquecido” y reduce al prisionero a un mero peón, víctima del síndrome de Estocolmo. Sciascia, no en vano se le considera la “conciencia crítica” de Italia, interpreta las cartas sin prejuicios, valora la lucidez de Moro y reparte responsabilidades. Las misivas van dirigidas a toda la cúpula de la DC, pero en especial a Giulio Andreotti, El Divo, o más precisamente, Belcebú -así fue conocido-, el hombre que lo fue todo en la política italiana, veinte veces ministro y siete veces primer ministro –lo era durante el secuestro- y quien consiguió un mayor rédito político de aquella muerte. De la connivencia de Andreotti con la Mafia, no se habla aquí, el lector del siglo XXI tiene todos los datos. Tampoco muestra Pablo VI, amigo personal de Moro, una 'bella figura' en este caso: acabará plegándose a los intereses de Belcebú.

En su encierro Moro fue muy consciente de su redundante soledad. En una de sus últimas cartas escribe: “No quiero a mi alrededor hombres de poder. Solo quiero a mi alrededor a los que me quisieron de verdad”. La petición fue recogida por la familia que rogó en vano y se negó a asistir a los funerales de Estado en San Juan de Letrán presididos por el Papa y rechazó cualquier tipo de medalla póstuma. “La historia juzgará la vida y la muerte de Aldo Moro”, escribió la esposa en un comunicado.

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