Opinión | Política y moda

Patrycia Centeno

Patrycia Centeno

Experta en comunicación no verbal.

Los hombres que no saludaban a las mujeres

El haber denegado el apretón de manos a la reina Letiizia por parte del embajador iraní pone en evidencia vejaciones sistémicas contra la mitad de la población

El embajador de Irán evita dar la mano a la reina Letizia.

El embajador de Irán evita dar la mano a la reina Letizia.

No ha sido la primera vez (y lamentablemente no será la última). Desde hace años, al embajador de la República de Irán se le permite que no estreche la mano de la reina (antes Sofía y ahora Letizia). Su religión, informan, no les permite tocar a una mujer (a excepción de cuando una lleva mal puesto el velo y la apalizan hasta causarle la muerte como sucedió en septiembre con la joven Jina Mahsa Amini). Y por tratarse de una costumbre aún tenemos que escuchar que algunos vengan con la cantinela de que "hay que respetar su cultura". A ver si de una vez queda claro que se respetan todas las tradiciones (propias y extrañas) que no vejen a un ser vivo. Si no es así, esas costumbres (machistas en este caso) no se respetan, se combaten...

Así como al rey sí le estrechó la mano; a Letizia la saludó con la palma en el corazón y una discreta reverencia (movimiento sutil de la cabeza). Advertida y experimentada en este tipo de menesteres, la reina ya no hizo ni la intentona de alargar el brazo. A sabiendas de que en esta ocasión la escena se haría viral debido a la revolución #womanlifefreedom que están librando las mujeres contra el régimen iraní, Letizia miró de reojo al embajador mientras se alejaba para hacer constar públicamente que esa actitud no era de su agrado. ¿Que qué hizo Felipe VI? Nada. En la defensa de los derechos de las mujeres, ni siquiera de la suya, el rey ni está ni se le espera porque para empezar la institución que representa sigue primando al varón frente a la hembra. Añadirán también algunos que la diplomacia es así. Pero eso no es diplomacia, eso es pleitesía.

De hecho, Emmanuel Macron le brindó una 'master class' en directo y presencial a Charles Michele (quien no supo reaccionar ni durante ni después del Sofagate) sobre cómo actuar y corregir un comportamiento machista haciendo gala precisamente de la diplomacia (que para eso precisamente está). Fue en mayo cuando el ministro de exteriores de Uganda ignoró a Ursula Von der Leyen y solo estrechó la mano del presidente del Consejo Europeo y el mandatario francés. El galo le indicó muy amablemente su equívoco y le invitó a saludar convenientemente a la presidenta de la Comisión UE ('mon chéri,' ¡hemos superado el medievo!).

En 2015, Michelle Obama contempló con cara de nada (y algún gesto que se le escapó de mosqueo, decepción, ira y desprecio) como en Arabia Saudí la mayoría de hombres que saludaban a su marido en su visita al país pasaban por su lado sin ni siquiera mirarla (si no te veo no existes). Advertida, la entonces primera dama preparó su silenciosa venganza estética... Se presentó a la recepción con la cabeza descubierta y pantalones (bueno, era una falda pantalón pero al protocolo saudí le sulfuró del mismo modo). El mensaje estaba claro: yo sola no puedo imponer los derechos de la mujer en vuestra tierra, pero vosotros no vais a conseguir que yo (y a quienes represento en mi cargo) renuncie a los míos.

Esta misma semana comprobábamos también como a las campeonas y finalistas de la Supercopa femenina ningún directivo les imponía la medalla ni bajaba al campo del Mérida a saludarlas y felicitarlas por el éxito deportivo como sí hicieron con los jugadores masculinos en Riad. No sea que con tanto torneo en Qatar y Arabia Saudí, a la federación se le esté acrecentado el machismo…

A diferencia de cuando te lo encuentras de sopetón y, te quedas en estado de shock ante lo que no deja de ser una agresión; la experiencia y el preaviso ayudan a tejer una especie de estrategia. Siempre que sea con testigos (nunca hacerlo a solas porque el otro aún se sentirá más validado para abusar), Merkel encontró una buena fórmula. Cuando sus homólogos la querían intimidar, la excanciller alemana se encogía y se hacía chiquita para evidenciar el abuso de aquel hombre. Es exactamente lo que practicó cuando en el despacho oval y ante la insistencia de los cámaras que les pedían el tradicional apretón de manos entre líderes, Donald Trump se lo negó.

Socialmente no deberíamos consentir este tipo de vejaciones contra la mitad de la población. Porque no sólo es un gesto, es otro modo más de invisibilizar a la mujer. Y los que deberían desaparecer son los hombres que no saludan (respetan) a la mujer.

Suscríbete para seguir leyendo