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Éxito recuperado
Crítica de teatro: 'Ragazzo', la carne del símbolo antisistema
Vuelve a la Villarroel un éxito teatral de los últimos años protagonizado por Oriol Pla, quien con su energía desbordante colma el escenario

Oriol Pla, en ’Ragazzo’.
Pocos meses antes de la caída de las Torres Gemelas, un joven de 23 años, Carlo Giuliani, fue asesinado por la policía durante las protestas contra la cumbre del G8 en Génova. En 2015, la directora Lali Álvarez estrena una obra sobre el suceso después de un largo periodo de documentación. 'Ragazzo' se convierte en un éxito -premios de la crítica, el Serra d'Or-, y su entregado intérprete, Oriol Pla, se posiciona con este monólogo como uno de los actores más prometedores de su generación. La obra vuelve ahora a La Villarroel, una gira de despedida que aventuran definitiva. ¿Sigue mereciendo la pena verla? Por supuesto.
Han pasado más de veinte años desde aquel G8 de 2001. Líderes que participaron como Putin aún ostentan el poder en el orden mundial y, con las sucesivas crisis, la desigualdad ha aumentado. Aún tiene sentido volver a plantear la necesidad de un cambio, se llame 15-M o Fridays For Future. Pero todo eso es solo el trasfondo de la historia. Que nadie espere en la pieza arengas políticas o discursos manidos. Lo que se expone es simplemente la intimidad de un chico normal que no aspira ni quiere transformarse en un símbolo de la lucha antisistema. Fuma, diserta, se enamora, se enfada ante la injusticia. Late por toda su habitación un consustancial sentimiento de rebeldía asociado a su edad, como en la literatura 'beat', como en el mejor cine de los setenta de Coppola, Scorsese y compañía. Sin jóvenes que piensen que otro mundo es posible estaríamos perdidos.
Más maduro
Noticias relacionadasHan pasado ocho años desde que Oriol Pla sorprendió con un trabajo actoral apabullante, poniendo toda su energía y dominio del cuerpo al servicio de un personaje antológico. Ya no tiene la edad del protagonista, y en todo el tiempo transcurrido ha ganado dos Gaudí y un Ondas. Al volver a meterse en la piel de Giuliani aún brilla la chispa de la inconsciencia en sus ojos. También un control de la empatía más maduro, cuando mira al público para buscar su complicidad, cuando se deja ir en su gestualidad aparentemente dispersa pero tremendamente certera en su efecto catalizador. Encanta, seduce. Los más jóvenes que abarrotan la sala se identifican con él, los mayores recuerdan cuando en la sangre aún latía la posibilidad de un cambio.
La tragedia llega a su fin. El trepidante final se ceba contra la violencia del instante olvidando aquel escrito de Pasolini que recuerda que los policías también "estaban en la parte equivocada", que los culpables son los que ordenan desde los despachos. Eso también se aprende con el tiempo.
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