Quemar después de leer | Artículo de Laura Fernández

Katherine Mansfield y los escritores tentados por el cloro

Se sabe que Franz Kafka nadaba asiduamente, pero quizá menos que Lord Byron también lo hacía. Lo recuerda Luanne Shapton, exnadadora profesional y artista, en 'Bocetos de natación', un 'memoir' con aspecto de obra de arte que sumar a las páginas de clásicos como 'El nadador' o los relatos de 'En un balneario alemán' de la indomable archienemiga de Virgina Woolf.

La escritora y artista Katherine Mansfield

La escritora y artista Katherine Mansfield / SARA MARTÍNEZ

Laura Fernández

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Esta semana se han cumplido 100 años de la muerte de Katherine Mansfield. Mansfield, una 'outsider', en palabras del mismísimo Leonard Woolf, alguien a quien, el exclusivo y nada empático grupo de Bloomsbury trató siempre con desdén, por no ser más que “una provinciana” a quien le estaba permitido “mirar pero no tocar” aquello que tenían —su fama, la bohemia, Londres—, había nacido en Nueva Zelanda, y había acabado en la capital británica porque nunca nada le parecía suficiente. Es injusto que haya pasado a la historia como nota al pie en la vida de Virginia Woolf —la amiga enemiga con la que la autora de 'La señora Dalloway' decía competir, y sin la que, decía, sus libros serían peores— siendo como fue una especie de fuerza de la naturaleza que pasó en el mundo 34 intensos años.

No hace falta remontarse a su infancia rebelde —la tuvo que criar su abuela porque su madre no podía ni verla: ella habría querido que fuese un niño— ni a lo que estuvo a punto de hacer por amor cuando perdió la cabeza por su profesor de violonchelo a los 14 años —Mansfield iba para concertista, fue una buenísima violonchelista y era a la música a lo que pensaba dedicarse, hasta que la literatura se cruzó en su camino—, ni que a los 15 conoció a Ida Baker, su primera amante —y alguien a quien mantuvo cerca toda su vida—. Aunque podría mencionarse de qué forma era capaz de liarse con la mujer de su jefe —Beatrice Hastings— o dejar a su marido la noche de bodas para fugarse con un violinista al que abandonaría, aburrida, y embarazada, un mes después.

Pres literarios ilustres, Kafka, que nadaba en la piscina de la Escuela Civil de Natación de Praga asiduamente en verano, y Lord Byron

La estancia en un balneario, después de esa última ruptura, el balneario de Bad Wörishofen en Baviera, al que fue con su madre, Annie, inspiró su primer libro de cuentos, titulado simplemente 'En un balneario alemán' (Alba), y publicado en 1911. En 1911, Mansfield tenía 23 años. En aquel balneario sufrió un aborto espontáneo y perdió al bebé. Su vida siguió. Pero, en algún sentido, cada vez que se abre ese libro de cuentos, sigue detenida en el tiempo. Mansfield no acostumbra a hablar en sus diarios, como si hacía Franz Kafka, de lo que nadaba en esos sitios a los que iba a menudo —no fue aquel, el balneario de Bavaria, el único en el que pasó una temporada—, pero los protagonistas de sus cuentos —cuyo argumento es siempre un conflicto interior— sí lo hacen.

Ocurre con John Cheever, por ejemplo, algo parecido. Por más que escribiese 'El nadador', no sólo quizá el mejor cuento que se ha publicado jamás —o cómo la vida puede ser no otra cosa que tratar de volver a casa, a través de las piscinas de tus vecinos, completamente borracho y perdido— sino con toda seguridad el mejor cuento protagonizado por alguien adicto al cloro, o tentado por él, que se ha escrito, prefería patinar sobre hielo. Sus 'Diarios' (Random House) están repletos de momentos a solas sobre lagos helados, tramando historias. Aunque para nadadores literarios ilustres, el citado Kafka, que nadaba en la piscina de la Escuela Civil de Natación de Praga asiduamente en verano, y Lord Byron.

Shapton estuvo a punto de ser olímpica y su relato es es el más completo y profundo que se ha hecho jamás sobre la vida real bajo el agua

El poeta inglés, buen amigo de Percy y Mary Shelley, fue un excelente nadador en aguas abiertas, hasta el punto de que, en 1810, se convirtió en la primera persona en cruzar a nado el estrecho de Hellespont. Lo cuenta Leanne Shapton en un fascinante artefacto artístico llamado 'Bocetos de natación' (Blatt & Ríos). Un 'memoir' que trata de escapar de su condición de 'memoir', ampliándola hasta convertirse en una obra de arte. Shapton, que nació en Canadá en 1973, es la editora de arte del 'New York Review of Books', y una reconocida artista, cuya obra recorrió el mundo después de aparecer en 'Her', la cinta de Spike Jonze sobre un tipo enamorado de un sistema operativo, de una voz que simplemente le escucha y contesta a lo que pregunta. Y en otro tiempo fue nadadora.

En realidad, lo sigue siendo. Pero no tan en serio. Shapton estuvo a punto de ser nadadora olímpica y su relato, a la vez inventario de bañadores, tipos de rivales, piscinas de moteles, ratos con su madre —una inmigrante filipina en Canadá, un solitario pez fuera del agua—, y ratos a solas —demasiados ratos a solas pensando en que la vida era lo que tenían los demás, todo aquello que hacían mientras ella nadaba—, es, sin duda, el más completo, y profundo, casi un abismo en sí mismo, que se ha hecho jamás sobre la vida real bajo el agua. A Kafka, a Lord Byron, a la propia Mansfield, y especialmente a John Cheever, les habría encantado leerlo. Toda vida es una colección de momentos que, con el tiempo, se presentan, como aquí, desordenados, y alcanzan su verdadero sentido.

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