Opinión | Amor, despecho y pop

Patri Di Filippo

Shakira: ni ciega ni sordomuda, ¿y bruta?

Shakira publica junto a Bizarrap una canción en la que arremete contra Piqué y su nueva novia, y el debate está servido: ¿hasta dónde está permitido mostrar en público tu dolor?

Shakira, en el pasado Festival de Cannes.

Shakira, en el pasado Festival de Cannes. / Eric Gaillard

Como en toda buena historia, para entrar en ésta hay que suspender por un momento la incredulidad. Claro que tanto Shakira como Piqué son simplemente dos narcisistas, dos famosos tan por encima de nuestras vidas que sus andanzas sentimentales poco y nada nos afectan. No hace falta escoger bando porque ambos son más bien terribles.

Pero, como toda buena historia, ésta lo es porque, paradójicamente, todos nos podemos reconocer en ella. A todos nos han dejado y nos hemos sentido traicionados, todos hemos dejado a alguien y le hemos hecho sentir traicionado. Todos hemos llorado, sufrido y sangrado, en privado pero también en público. Y, de tener los medios y el talento para ello, estoy segura de que a la primera de cambio la mayoría hubiéramos sacado un temazo pop de nuestros despechos.

Pero por muchas licencias poéticas que nos tomemos, donde no se puede suspender la incredulidad es en la triste misoginia interiorizada que hay en los ataques a Clara Chía, que no es un coche ni un reloj sino una persona en carne y hueso, tan real como el dolor que estará sintiendo por verse insultada ante millones de personas sin haber hecho nada para merecerlo. Es lo que tiene abandonarse al despecho: por el camino, uno corre el riesgo de pasarse de frenada.

Aunque también os digo: ¿y qué? Cuando nos escandalizamos por los ataques que Shakira le dirige a Clara, ¿no será más bien que nos escandalizamos porque Shakira no encaja al dedillo en la narrativa de La Mujer Despechada? Quéjate, grita, humilla, sangra en público para nosotros, pero tal y como esperamos que lo hagas, parece que le digamos. Enloquece, pero no demasiado. 

Una anécdota: hace años, a mí también me dejaron por otra de malas maneras. Una noche de ese fatídico verano estaba yo viendo un concierto en las fiestas de un barrio de mi ciudad. La calle estaba abarrotada de gente, media Barcelona estaba allí. Movida por el alcohol, el despecho y la locura, aprovechando la pausa entre dos canciones invadí el escenario, cogí el micro y, a todo pulmón, grité: «Nombredemiex, hijodeputaaaaaaaaaa».

Mi ex ni siquiera estaba allí; por no estar, no estaba ni en la misma ciudad. Nadie entendió nada, por supuesto. Dicho sea de paso, yo tampoco. No sé por qué lo hice. Pero qué bien me sentí. Fue total y absolutamente sinsentido, y total y absolutamente catártico. Aunque fuese solo por un instante, sentí que tenía capacidad de acción en una situación en la que me la habían arrebatado por completo. Dominar la narrativa es dominar la situación. Cantarle a Piqué ante todo el planeta que es un imbécil en mayúsculas es pornografía emocional, sí, pero también supervivencia.

Suscríbete para seguir leyendo