Más allá de ‘Tosca’: cinco grandes escándalos que sacudieron el Liceu

Los fanáticos de la ópera siempre han expresado su opinión a viva voz ante montajes provocadores, y el público liceísta ha demostrado no tener pelos en la lengua

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Pablo Meléndez-Haddad

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La historia del Liceu es un reflejo de la sociedad civil. Más allá del territorio artístico, el coliseo barcelonés ha sobrevivido a incendios devastadores, atentados, protestas políticas y mil avatares económicos. Sobre el escenario, ya desde mediados del siglo XX, se fue transformando en un espacio abierto a las vanguardias; en 1955 la visita de los Festivales de Bayreuth aportó soluciones teatrales simbolistas y abstractas de la mano del director de escena Wieland Wagner, nieto del célebre compositor, provocando estupor en el público. Era la época en la que el lenguaje que imperaba en el teatro de prosa más experimental llegaba a la ópera en Centroeuropa, una estética que en el género lírico se enfrentaba a una memoria histórica que en ópera pesa de forma inusitada, ya que el público siempre tiene una idea preconcebida de lo que debe ver.

El director de escena es quien inyecta vida nueva a este arte complejo con lecturas cuya radicalidad se transforman en conflictivas. Y más allá de las usuales protestas del público operístico asociadas al rechazo a un intérprete ante una mala noche, en el Gran Teatre ha habido producciones que han removido sus cimientos y el rechazo se ha hecho evidente. Hay que tener en cuenta que este género de teatro musical desata unas pasiones ausentes en cualquier otra forma de expresión artística (solo equiparable al fanatismo deportivo).

Los requiebros se producen sobre todo ante dos tabús, sexo y sátira política. Desde finales del siglo pasado y gracias a una programación que ha querido contar con propuestas innovadoras, críticas y osadas, por el Liceu han desfilado las lecturas dramatúrgicas más dispares, reflejo de ese fenómeno internacional conocido como la ‘tiranía de los directores de escena’ creando una polémica mediática que revitaliza el género y que se hace obligada en un teatro público al apuntar a un discurso artístico plural.

Con ellos llegó el escándalo

El ‘Tannhäuser’ porno de Kupfer (1992)

La ópera de Richard Wagner, autor especialmente venerado en el Liceu, se programó al entorno de los Juegos Olímpicos de Barcelona con una puesta en escena del legendario director de escena alemán Harry Kupfer y con la compañía de la Ópera de Hamburgo al completo. La obra arranca con una bacanal en el monte de Venus, escena en la que el ‘regista’ introdujo pantallas en las que se proyectaba pornografía. Le siguieron alusiones directas al Papa y al Vaticano, todo inmerso en una estética kitsch. Hubo sonoras protestas y deserciones ante un espectáculo que para algunos hería sus principios morales.

El ‘Lohengrin’ en el cole de Peter Konwitschny.

El ‘Lohengrin’ en el cole de Peter Konwitschny. / EPC

El ‘Lohengrin’ en el cole de Konwitschny (2000 y 2006)

Una vez más Wagner se transformaba en objeto de controversia, esta vez de la mano del director de escena Peter Konwitschny, quien en un montaje del propio Liceu traslada la ópera desde su ambientación original en el medioevo a una escuela en la que sus protagonistas son niños. Fue un terremoto que emocionó y removió por su espíritu desolador y antibelicista. La noche del estreno obtuvo un apabullante rechazo de buena parte de los liceístas manifiesto en un abucheo colosal. Cuando el montaje se repuso seis años más tarde fue recibido con calurosos aplausos.

El ‘Ballo in maschera’ en los lavabos del Congreso de Bieito (2000)

Con Verdi debutó Calixto Bieito en el Liceu, y su propuesta provocó ríos de tinta, no solo por el escándalo que significaban los desnudos propuestos o la violación y el asesinato de un chico por parte de militares, sino también porque el director de escena miraba directo a la clase política, con alusiones directas al Gobierno central. En la introducción orquestal aparecían políticos sentados en los lavabos del Congreso de los Diputados leyendo la prensa. Las iras de un sector de los espectadores, en todo caso, se concentraron en la escena de la violación y muchos exigieron el libro de reclamaciones en el entreacto.

El ‘Don Giovanni’ de la Barceloneta de Bieito (2002 y 2008)

La violencia, las meadas, las mamadas y las vomitonas no gustaron en el segundo trabajo de Calixto Bieito para el Gran Teatre que llegaba con un clásico mozartiano. Sexo en coches, trifulcas callejeras, borracheras y alusiones a Barcelona fueron demasiado para el público más conservador, mientras que el más joven disfrutó de lo lindo con un Don Juan que esnifa de todo con tal de que su placer inmediato sea satisfecho. Al finalizar el estreno Bieito fue recibido con aplausos y abucheos a partes iguales, y eso que el montaje, una coproducción con la English National Opera y la Ópera Estatal de Hannover, había sido excluido por el Gran Teatre de los turnos de abono, no así en su reposición en 2008.

El ‘Don Carlos’ televisivo de Konwitschny (2007)

Cuando en 2007 el Liceu estrenó en España el ‘Don Carlos’ verdiano en su versión original francesa, Peter Konwitschny volvió a epatar. Musicalmente se trataba de una lectura filológica y cuidada, con fragmentos que la Opéra de Paris mandó suprimir antes del estreno en 1867 debido a la excesiva duración del espectáculo. Contando con grandes intérpretes, Konwitschny le daba tres vueltas a la obra en esta coproducción del Gran Teatre con la Ópera de Viena donde se estrenó envuelta en escándalo, en una mirada satírica y crítica con la monarquía y las convenciones propias de la ópera. La escena del auto de Fe se representaba en una retransmisión televisiva en directo desde el hall de entrada del teatro con Lloll Beltrán como presentadora. El público vitoreó y protestó la puesta en escena a viva voz en medio de un escándalo monumental.