Literatura confesional

Francisco Goldman, escritor americano-guatemalteco: "Soy todo y no soy nada. La escritura me ha ayudado a entenderme como migrante"

El autor publica 'Monkey Boy', un libro autobiográfico sobre su infancia y adolescencia en el que cierra el ciclo iniciado por 'Di su nombre', dedicado a su esposa, la escritora Aura Estrada

BARCELONA 17/11/2022 Icult. Rueda de prensa del escritor Francisco Goldman por su novela Monkey Boy en Casa América. FOTO de ZOWY VOETEN

BARCELONA 17/11/2022 Icult. Rueda de prensa del escritor Francisco Goldman por su novela Monkey Boy en Casa América. FOTO de ZOWY VOETEN / ZOWY VOETEN

Elena Hevia

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Explicar quién es Francisco Goldman (Boston, 1954) no se liquida en un par de líneas. Su genealogía le sitúa como hijo de guatemalteca, católica y burguesa, emigrada a Estados Unidos, y un descendiente de judíos rusos escapados de los pogromos. Ya de adolescente se propuso ser una ‘rara avis’, un escritor latinoamericano en inglés. Y desde ese lugar tan poco estable ha cultivado una de las literaturas más personales y desarraigadas de las letras norteamericanas. Fue periodista y como tal vio la muerte muy de cerca cubriendo la interminable guerra civil guatemalteca, pero nada comparable al hachazo que supuso el fallecimiento de su joven esposa Aura Estrada, a la que la fuerza de una ola rompió la columna vertebral en una playa, a dos años de su boda. Goldman lo contó en ‘Di su nombre’, uno de los testimonios más sobrecogedores que ha producido la literatura del duelo. 

Con ‘Monkey Boy’ (Almadía) prosigue la búsqueda de esa identidad esquiva que ha impulsado su literatura, trasladándose a los años de infancia y primera juventud cuando, humillado y ofendido, se encontraba a merced de un padre violento y rencoroso que tiñó de toxicidad la atmósfera doméstica. También fue víctima de ‘bullying’, tras un mal paso con la chica que le gustaba en el instituto -él fue el 'Chico Mono' del título-, tanto como para no volver a acercarse a una mujer en mucho tiempo. Asume Goldman un cúmulo de traumas en una una vida sentimental azotada por la muerte de Aura. “Tardé mucho tiempo en enamorarme de verdad. Las relaciones sentimentales que viví antes que Aura fueron muy tibias. Aquellas mujeres me acusaron de ser incapaz de expresar mis emociones. Por esa razón, para comprender aquello, necesité remontarme a mis primeros años en un hogar en el que no había visto a mi padre darle jamás un beso a nadie o expresar la menor muestra de cariño. Solía decirme que si yo hubiera podido enamorarme de verdad a los 30 años y no a los 51, Aura quizá todavía estaría viva. Lo que es, claramente, una locura”, explica descarnadamente en una reciente visita a Barcelona.

El aprendizaje del amor

Para afrontar esos pensamientos erráticos decidió Goldman ponerse a escribir esta novela que cierra una posible trilogía autobiográfica formada por ‘Di su nombre’ y ‘El circuito interior’. Hila los acontecimientos posteriores: el aprendizaje del amor junto a su primera esposa le llevaría a su actual y feliz matrimonio con Jovi, que le ha dado una hija de cuatro años a la edad en la que otros son abuelos. “Nace mi hija, muere mi madre –explica- y Trump nos mete a todos en un estado mental tan intenso que necesité llevarlo a la escritura para explicármelo a mí mismo y no dejar que el odio del presidente y mis miedos ciudadanos acabaran por destruirme”.

La sonrisa sintética

Para Goldman las circunstancias del pasado tienen su eco en el presente y al revés. Así el narcisismo y la violencia impuestas por Trump resuenan en las palizas de su padre, ese personaje oscuro, junto con su maltratador escolar, sobre los que gravita el libro. “Trump encarnaba esas cosas tradicionalmente asociadas a la cultura gringa, ese alardear del derecho a portar armas, por ejemplo, que marcaron mi infancia. Escribir supone enfrentarse a cosas que quizá me dolieron y que ahora puedo abordar con distancia y humor”. Asegura que entender a su “papá” –los latinoamericanos llaman así a sus padres aunque ellos ya no sean niños- ha sido un viaje muy largo y para eso se ha servido de una imagen que le regaló el escritor mexicano Juan Villoro: “Mi padre fabricaba dentaduras postizas, así él que era un hombre tan malhumorado se ganaba la vida con la creación más emblemática del sueño americano: la sonrisa sintética”.

La escritora Aura Estrada, en Oaxaca, México.

La escritora Aura Estrada, en Oaxaca, México. / Fundación Aura Estrada

El libro supone también para el estadounidense bucear en su vertiente más latina, esa que le ha llevado a vivir buena parte del año en México, donde los problemas de pertenencia a una comunidad y una cultura le vuelven a asaltar. “Vivo en un país, México, en el que la pérdida de tus seres más queridos suele venir acompañado de violencia, eso me ha ayudado a entender mis propias pérdidas. También ha potenciado mi conciencia de migrante, de no pertenecer a ningún sitio. Soy todo y no soy nada. Así que ser mexicano tiene que ver es para mí productor de la voluntad". Y recuerda aquello que solía decir Chavela Vargas, que nació en Costa Rica: los chilangos [los habitantes de Ciudad de México] nacemos donde nos da la rechingada gana”. Así sea.

El legado de Aura Estrada

Uno de los grandes empeños de Francisco Goldman ha sido la creación del Premio Aura Estrada, de periodicidad bienal, y destinado a autoras entre 18 y 35 años que residan en México, Estados Unidos o Canadá y escriban en español y que en el 2021 llego´a su séptima edición. El galardón sirvió en su momento para dar visibilidad a autoras hoy tan apreciadas como Vanessa Londoño y Liliana Colanzi.

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