Crítica de cine

'Living': la nueva vida del triste funcionario de Kurosawa

Una adaptación pausada y excesivamente respetuosa con el original de Kurosawa, cuyo interés se eleva gracias a la formidable interpretación de su protagonista, Bill Nighy

Bill Nighy, en un fotograma de 'Living'

Bill Nighy, en un fotograma de 'Living' / Sony Pictures Classics

Quim Casas

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El cine de Akira Kurosawa, el director japonés más influyente en las cinematografías occidentales, había sido adaptado en su acepción más épica: ‘Los siete samuráis’ se convirtió en el western ‘Los siete magníficos’, y ‘Yojimbo’ en el euro-western ‘Por un puñado de dólares’. Es verdad que la historia intimista de ‘Vivir’, realizada por Kurosawa en 1952, cuadra con un tipo de cine británico pausado, algo académico. Y ‘Living’ es esa traslación esperada en todos los sentidos, ya que, además, la acción acontece en el Reino Unido de los primeros años 50 del pasado siglo, con lo que a veces impera en el filme la recreación (decorados, música, colores) antes que la creación.

El guion del nóbel Kazuo Ishiguro no cambia demasiadas cosas del de Kurosawa. Hay un exceso de respeto con el texto canónico que se adapta. Es la misma historia del triste funcionario que ha pasado su existencia bajo el yugo, asumido, del sistema burocrático, y que cuando el médico le diagnostica un cáncer terminal desea aprender a vivir, a sentir, a experimentar todo aquello que antes repudiaba. A recuperar el tiempo perdido, en definitiva. A veces una película se resquebraja por una mala actuación. En otras, una buena actuación eleva el interés del filme. Bill Nighy, actor generalmente extraordinario, borda su papel. Es más, su tono de voz y la manera espaciada de hablar marcan el ritmo de la película.