La caja de resonancia
Cuando la industria también es una bella arte
El hombre que metió a España en las rutas de los grandes de la cultura pop, Gay Mercader, y el disquero, visionario de la latinidad global, Jesús López, así como una escuela con ambición de 360º, el Taller de Músics, han sido distinguidos con la Medalla de Oro otorgada por el Gobierno. Reconocimiento inédito a la importancia de todo aquello que, detrás de los focos, hace posible que florezcan los talentos (y que representan otra forma de talento en sí mismas).
Jordi Bianciotto
Periodista
Jordi Bianciotto
Ante todo, congratulaciones para los artistas distinguidos por la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes: Santiago Auserón, Concha Buika, María Jiménez, Dolores Montoya (la ex Lole y Manuel), Luis Pastor y Víctor Manuel. Si bien puede llamar más la atención que el galardón haya recaído también en actores situados entre bambalinas, alrededor, o muy adentro, de esa industria musical tantas veces tachada de materialista y vil (a veces, con razones, pero no siempre).
Lo del barcelonés Taller de Músics es de justicia meridiana, además de oportuno, porque no pasa cada día que de unas aulas salga un ave fénix como Rosalía, nombre a sumar a un historial que abraza a figuras como Miguel Poveda, Mayte Martín o Salvador Sobral. Más impactante resulta quizá el ascenso definitivo de Gay Mercader al estatus de gloria institucional, él, que en los años 70 se empeñó en que los gañanes del rock’n’roll se ganaran el respeto en una España que saludaba los conciertos de los ‘peludos’ con titulares como ‘La invasión de la cochambre’. Y que, pese a apañárselas para convencer a Lou Reed, los Stones o Patti Smith de que cruzar los Pirineos era una buena idea, solía ser objeto de cordiales improperios desde las revistas musicales, que lo tachaban de pesetero (aunque llegó a arruinarse varias veces persiguiendo sus fantasías).
Las andanzas del señor Mercader, todavía en activo con artistas a los que le unen lazos de confianza (The Cure, Sting, Iggy Pop, Bryan Ferry), ya son medianamente conocidas. No lo son tanto las de Jesús López, el tipo de El Ferrol que comenzó colocando expositores de casetes en los bares y que hoy preside el área de Latinoamérica, España y Portugal de Universal Music.
Un lince que, tras comprobar que una compañía como Movieplay podía acoger a los cantautores más rojos de su tiempo (de Quilapayún a Labordeta) con el apoyo financiero del Opus Dei, extrajo como conclusión que, en la vida y en la música, no había misiones imposibles. Entre las suyas, la más determinante fue vislumbrar, hace más de 20 años, el potencial del mercado hispano. Puso énfasis en el intercambio de ida y vuelta, primero bajo la marca de ‘rock en español’, desde México, y proyectando a Juanes, Luis Fonsi o Alejandro Sanz, ya desde Miami, ciudad afianzada como epicentro del ‘business’ latino.
Precisamente, a Jesús López le hemos oído quejándose de que en España no hay suficiente conciencia del peso industrial de la música. Quién sabe si esta distinción indica que sus protestas han empezado a ser escuchadas.
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