Cómic

Calpurnio, el arte de leer entre líneas

El dibujante zaragozano, fallecido a los 63 años, deja un legado imprescindible y sin parangón en la novela gráfica europea

cuttlas

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Alberto García Saleh

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Ser bueno en alguna disciplina artística requiere talento. Pero ser único requiere genialidad. Y de esto último muy pocos pueden presumir. En el campo de la historieta, novela gráfica, cómic, tebeo, o cualquier otra nomenclatura con la que quieran definirlo, ha sido un grupo reducido de genios los que han logrado que el noveno arte se convierta en un terreno fascinante como pocos dentro de las diferentes disciplinas que coexisten en el mundo del arte. Y uno de ellos fue un español, de Zaragoza más concretamente, llamado Eduardo Pelegrín Martínez de Pisón, y conocido como Calpurnio, que falleció el pasado 16 de diciembre a la edad de 63 años.

Calpurnio dibujaba las figuras humanas con una sencillez tan aplastante que su técnica era precisamente la no técnica ya que sus viñetas parecían realizadas por un adolescente poco aplicado que mataba el aburrimiento haciendo garabatos durante las clases de matemáticas en el instituto. Pero, lo más curioso de todo, era que sus historietas destacaban por un preciosismo absoluto debido a que el talento del dibujante iba más allá que la simple recreación de seres y paisajes. Su verdadero punto fuerte era el encuadre, las posiciones de las diferentes viñetas, las secuencias casi hipnóticas de las historias, o su capacidad para crear un auténtico universo, cuando se lo proponía, de detalles y anécdotas prodigiosas, dando vida a un microcosmos de información y conocimientos en un espacio muy pequeño. Todo esto lo situaba al nivel de maestros del noveno arte tan importantes como Moebius, Seth o Clowes, cuya sagacidad para describir los vicios y obsesiones humanas no han encontrado quien les vaya a la zaga.

Pero, por supuesto, lo más importante de Calpurnio era la manera en la que reflexionaba sobre todo tipo de cuestiones, poniendo en su punto de mira en muchas ocasiones, la religión, el ejército o el poder esclavizante de las redes sociales y el estrés que supone, por contradictorio que pudiera parecer, vivir en la era de las nuevas tecnologías. Todo ello de una manera un tanto críptica o velada que obligaba al lector a leer entre líneas muchas veces o incluso a volver a releer la historieta para alcanzar el verdadero sentido de su mensaje. Porque, como todos los grandes artistas que se precien, su obra no estaba hecha para gustarte a ti, sino que tú tenías que gustar a su obra. Tenías que esforzarte en encontrar el verdadero sentido, la crítica despiadada, que subyacía en cada uno de sus cuentos.

Personaje

Su personaje más famoso fue El bueno de Cuttlas, una especie de vaquero que vive en un far west un tanto onírico y espacial en tanto en cuanto puede acceder a cualquiera de las prestaciones del mundo moderno y atravesar dimensiones espacio-temporales. Sus aventuras se publicaron en revistas como El Japo, Makoki, El Víbora, El Pequeño País, El País de las Tentaciones y el diario 20 minutos, e incluso protagonizó varios cortometrajes, anuncios y una obra de teatro de títeres, conociendo el éxito fuera de nuestras fronteras. Por un lado, sus correrías podría reducirse a un encuentro con alguno de sus villanos como Jak el Malvado o cualquier de las tribus indias del salvaje oeste, que siempre se resolvían de la manera más inesperada.

O, por el otro, los capítulos podrían centrarse en temas como el amor, la familia, la amistad o el ocio y el trabajo en la manera en la que interactúa con su novia Mabel, con su mejor amigo Jim el vaquero negro, o en la que se sucedían sus encuentros con extraterrestres o sus meditaciones junto al mexicano Juan Bala. Pero la parte verdadera genial de sus cómics eran sus reflexiones sobre la existencia y las relaciones humanas, con momentos especialmente lúgubres y siniestros en los que se introducía por el lado menos amable de la mente, sus llamadas «empanadas mentales» al borde del suicidio a veces pero que acababan con una moraleja final de lo más enriquecedora y productiva.

En este punto se me ocurren dos historietas impagables que definen a la perfección su filosofía. En la primera se refleja el modo en el que criticaba el tipo de vida occidental centrándose en el poder de la caja tonta. La televisión saluda a Cuttlas y le decía «escucha y obedece: comerás bífidus activo, beberás cerveza sin alcohol, vivirás la alegría de otros, vivieras el amor de otros». Y concluye diciéndole: «y ahora a dormir, y mañana a trabajar, y luego a ver la tele». El bueno de Cuttlas se acuesta mientras en su mente sigue el guineo del sonido del aparato como una tortura incesante.

La segunda, sin embargo, es otro de sus puntos fuertes, otra de sus cualidades que lo hacen un autor especial, y que se resumía en su capacidad para reflexionar sobre el cómic dentro del propio cómic. Así sucede en una historia en la que un amigo le pregunta la manera de llegar a u pueblo fronterizo del oeste. Cuttlas lo explica acompañado de imágenes sobre esos escenarios y concluye diciendo que «es un camino largo y difícil» mientras que el extraño le contesta que «a mí se me ha hecho corto». A veces sus historias fueron un homenaje sentido a las diferentes corrientes del arte, como cuando dedicó páginas enteras a describir a la perfección y con humor lo que eran el arte deconstructivista, el grafitti, o el patchwork.

También, y como gran melómano, Calpurnio a veces introducía pasajes deliciosos para los amantes de la música, como cuando le dedicó cuatro historias al grupo alemán precursor del tecnopop Kraftwerk. Aparte de El bueno de Cuttlas, hay que destacar otros trabajos igual de imprescindible del zaragozano. La primera es Mundo plasma en donde, por primer vez, abandona el minimalismo para crear diez personajes con rostro definido, pero que habitan un universo también surrealista en una especie de pensión en la que todo podía ocurrir. La segunda es un trabajo de ilustración para La Odisea y La Iliada de Homero en las que regresa a personajes reducidos a la mínima expresión para recrear las batallas y situaciones más emblemáticas. Y la tercera es otro trabajo de ilustraciones llamada La nueva normalidad sobre dibujos que realizara el autor durante el confinamiento de 2020.

Una obra, en definitiva, singular que demuestra como pocas las infinitas posibilidades de un medio fascinante como el noveno arte y su admirable reflexión sobre el comportamiento absurdo y autodestructivo del género humano.