Crítica de libros

'Mientras estamos muertos', de José Ovejero: el ansia y la alegría

El escritor deconstruye sin tregua en una novela rota en mil pedazos, a modo de relatos, la historia de una familia en el tardofranquismo

José Ovejero, en un hotel de Barcelona, a mediados de febrero.

José Ovejero, en un hotel de Barcelona, a mediados de febrero.

Ricardo Baixeras

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La vida desde la muerte. La realidad desde la ficción. La locura desde la cordura. La soledad desde la compañía. El ensañamiento desde la moderación. La seriedad desde el humor. El aislamiento desde la compañía. La juventud desde la vejez. El exceso desde la contención. La memoria desde el olvido. La furia desde la serenidad. La soledad desde la compañía. Y la mentira desde la verdad. Desde la exactitud que media entre una distancia y otra José Ovejero (Madrid, 1958) ha escrito, desde la poética del cuento, una novela rota en mil pedazos y anclada en un tiempo marcado a fuego por el tardofranquismo a través de la cotidianidad de unas familias de clase obrera a las que vemos evolucionar en su pretensión de ascenso social. En los dieciséis relatos que forman el libro Ovejero abre, con la precisión de un cirujano, el mapa de unas emociones personales y colectivas que disecciona con el bisturí silencioso y certero de una sintaxis tranquila en su desabrimiento. Pocos escritores tan dotados para escudriñar la crueldad del daño.

Es más que notable la urdimbre que vincula todos estos relatos, urdimbre que hace que el lector tenga la impresión de que está leyendo un texto unitario dominado por una inobjetable unidad de tono y no por la deslavazada unión de unos cuentos conformando aleatoriamente un libro. La poética que despliega con inteligencia Ovejero es la de un escritor avanzando silenciosamente por los entresijos de una literatura que ataca la realidad de cara puesto que escribir “es rememorar justo aquello que desearíamos olvidar a toda costa. Escribir es disfrazar las cosas para poder ver su rostro real.” 

Jugando con el límite que une la propia vida con la ficción y haciendo añicos la manida autoficción, Ovejero no puede ni quiere olvidar que todo es autobiografía en la medida en que todo es verdad porque todo es mentira. En ese clásico triángulo consigue imponer “a la vida una lógica y una estructura de las que carece.” En más de un cuento el narrador explicita un desgarramiento del yo y del propio quehacer con reflexiones sobre su pensamiento en torno a la literatura (“No soy escritor porque me fascina la literatura sino porque me fascina la realidad. La literatura me sirve para acercarme a ella, sentirla más, enraizarse en territorios sobre los que crecer. La literatura es la forma que tengo de tejer los lazos invisibles a los que no he sabido o no he podido aferrarme en la realidad.”) o en relación a la fiabilidad o no de su testimonio (“Es verdad que yo tampoco soy un testigo fiable; al fin y al cabo, soy escritor, y dónde iríamos a parar si los escritores nos viésemos obligados a respetar la veracidad de los hechos, la cronología y las cadenas causales. Francamente, de hacerlo así, la literatura sería una mierda; una crónica de sucesos salpicada de metáforas.”) 

Cartografiando una “vida áspera” que recorre desde la infancia hasta la vida adulta Ovejero entrega un libro memorable porque es punzante, doloroso y porque no da tregua. Un libro sin concesiones y técnicamente atrevido. Una escritura exigente que ensancha el límite de lo que se ha querido llamar realismo en un mundo imaginario cuya banda sonora es la “del ansia y la alegría.”