Opinión | Periféricos y consumibles
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Javier García Rodríguez
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Menú del día
Pongan ustedes que el menú del día tiene un entrante con un ángel exterminador de Buñuel descolorido y sin picante. De primer plato, un parásito de Bong Joon-ho con salsa rebajada de Tarantino. De segundo, un secreto no ibérico de Agatha Christie estilo 'french fries' con las formas de la hache veo. Y de postre un sorbete de 'critiquina' santa Catalina previsible e insulso. El menú no lo sirven de momento para llevar a domicilio, pero todo se andará. Por el momento, hubo que cubrir la distancia desde el domicilio familiar hasta el centro comercial, único espacio ya en mi ciudad para las salas de cine.
Sucedió el evento el mismo día en el que el rostro de Cara Delevigne llenaba las páginas de los periódicos digitales mientras los titulares afirmaban que la modelo y actriz británica había donado sus orgasmos a la ciencia. Reivindicaban los más lanzados que, una vez documentados, estos orgasmos pasaran a formar parte del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad de la Unesco, como el toque manual de campanas español. Solo eran unos pobrecillos que habían oído campanas, pero no sabían dónde.
Palabra del día
Cada día trae su propia ración de ficciones diminutas disfrazadas de grandes producciones. Y cada día trae su propia “palabra del día” regalada por una RAE cada vez más aleatoria en sus decisiones, cada vez más 'random' en sus propuestas de sol y sombra. Arrancó la mañana con la palabra “bibliopola”, lindísima bibliopola -también vale en forma esdrújula-, como cultismo para referirse al librero o a la persona que vende libros. Propuse yo entonces para mis adentros, como brindis al sol que más calienta, un encuentro de los libreros de Pola de Lena, de Pola de Gordón, de Pola de Allande, de Pola de Somiedo, de Pola de Siero, de Pola de Laviana, y hasta de Santa Pola si me apuran. Bibliopolas del mundo unidos en la venta de don Quijote pagando las letras de sus negocios a duras penas, masticando facturas, rumiando la grasa de los días, con su menú de ficciones culinarias, orgasmos para la ciencia y palabras del día.
Después, por la noche, canté los 'Cinco lobitos', la estupenda película de Alauda Ruiz de Azua. Y había tanta realidad en ella, en sus seres heridos, en sus maternidades, en sus dolencias, en sus pasados, en sus silencios, en sus cotidianas supervivencias, en sus merluzas a la romana, que me pareció entonces que en el menú del día sobraban ficciones gastronómicas, orgasmos científicos y palabras aleatorias. Y que quizá era hora de platos de cuchara, orgasmos como patrimonio de la humanidad tangible e intangible, y palabras que no se acaben en sí mismas. Porque nos esperan, qué duda cabe, los cinco lobitos detrás de una escoba. Convertidos en lobos.
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