Crítica de libros

'Tu sueño imperios han sido', de Álvaro Enrigue: el trauma de la historia

El escritor mexicano pone en marcha su propia máquina del tiempo para recrear el gran choque de culturas, ejemplificado en el encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma

Barcelona 04/11/2013 Icult Entrega del premio herralde de novela, ganador Alvaro Enrigue con " Muerte subita ", en el H Condes de B. Foto de RICARD CUGAT

Barcelona 04/11/2013 Icult Entrega del premio herralde de novela, ganador Alvaro Enrigue con " Muerte subita ", en el H Condes de B. Foto de RICARD CUGAT / RICARD CUGAT

Ricardo Baixeras

Ricardo Baixeras

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El momento no sólo forma parte de la historia, sino que se ha convertido ya en pura leyenda. Cuando el capitán general Hernán Cortés y Moctezuma, "el emperador y general supremo de las tropas de la Triple Alianza", se encontraron el 8 de noviembre de 1519 colisionaron dos culturas y dos maneras de entender el mundo que Álvaro Enrigue (México, 1969) no recrea desde la oficialidad de las 'Historias' de Bernal Díaz del Castillo, Fray Bernardino de Sahagún o Fray Diego Durán o desde la carta que escribió en 1521 Hernán Cortés, sino que lo hace ofreciendo al lector el peso cotidiano de los olores y de los sabores de la ciudad de Tenochtitlan. En realidad, sería más conveniente pensar que no se encontraron dos mundos, sino que lo que se mostró ahí en toda su crudeza fue un desencuentro, la marca de una diferencia insalvable. Quizá por eso Enrigue no dirige el dardo de su ficción hacia una historia novelada empeñada en mostrar verdades o falsedades, a pesar de que el libro rezuma investigación histórica, arqueológica y literaria por los cuatro costados, según se lee en ‘Atribuciones’: Calderón, del que proviene el título, Sergio Pitol, Salvador Elizondo, Margo Glantz, Eufemio Zapata, Ramón López Velarde, Borges, León Portilla, Hugh Thomas, José Luis Martínez, Michel Graulich, Alfredo López Austin… La pretensión es más bien dar cuenta de una mirada que imagina muy libremente -casi fantásticamente- los hechos acontecidos a través de unas figuras capitales, muchas veces olvidadas y que aquí se recrean en toda su complejidad: las de los traductores. 

Equívocos históricos

"El principio es el momento en que alumbró el primer sol". Y en ese principio había el Verbo capaz de trasladar no tanto los sentidos inequívocos cuanto los confusos como para querer decir que aquella historia entre Cortés y Moctezuma pudo haber tomado otros derroteros y que, en realidad, se convirtió en la madre de todas las batallas dialécticas y avanzó gracias al malentendido que se pudo producir aquel día porque ya se sabe: ‘traduttore, traditore’. El problema no es tanto entender qué sucedió ahí, sino qué se dijeron y cómo hacer para no confundirse en esa maraña de campos semánticos que Enrigue traslada al campo abierto de la ficción, es decir, hacia aquellos insensatos juegos con el lenguaje que, en realidad, se convierten en este libro en el emblema perfecto de un, ahora sí, verdadero campo de batalla. Porque si "no está claro si somos visitantes o prisioneros", tampoco lo está el hecho de que el problema crucial no haya sido, como le dijeron a Cortés, entrar en aquel mundo, sino cómo salir. 

"Había algo aterradoramente hermoso en que una patria completa se hubiera puesto de acuerdo para hacer de su capital un lugar ante todo puntual, que hubiera optado por la geometría y el escorzo para habitar en él: todo era un cañón de líneas rectas entre las que se producía una coreografía memorizada por todos, como si hubiera sido un artista -y no la casualidad, la suerte, el trauma de la historia- lo que hubiera organizado esa gente". Es así el modo en que Enrigue pone en marcha su propia máquina del tiempo con la pretensión de retrotraernos al grado cero de una conquista recreada a través de unos detalles cuya fuerza imaginativa es conmovedoramente diabólica. 

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