La caja de resonancia

La rumba catalana llama a las puertas de la Unesco

Siete años después de un intento que se quedó a medias, los rumberos catalanes se arman de fuerzas y argumentos, con la complicidad indispensable de la ‘conselleria’ de Cultura y del Ministerio, para que su arte musical sea reconocido como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Habrá que ver si una alta distinción institucional puede hacer el bien a una música tan libre y ajena a pompas y oficialidades.

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Jordi Bianciotto

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Esta vez parece que va en serio: hay rumberos organizados, hay (aseguran) apoyo institucional (en Barcelona y en Madrid) y constancia del camino a seguir para que la música de sus entretelas alcance la más alta distinción posible, la de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, otorgada por la Unesco. Como el flamenco o el mallorquín ‘Cant de la Sibil·la’, bendecidos en el año 2010, o la misma rumba cubana, incorporada seis años después.

Quizá la melodía suene familiar al lector, puesto que hace unos años, en 2015, se dieron pasos en esa línea, fortalecidos por una declaración de apoyo del Parlament. ¿Qué ocurrió? El entusiasmo inicial acabó empantanándose en la burocracia, y según me aseguran ahora, el prescriptivo dossier ni siquiera llegó a las dependencias del Ministerio de Cultura, que es a quien corresponde presentarlo a la Unesco. La asociación Forcat (Foment de la Rumba Catalana), que mucho hizo por apoyar y divulgar el género, se disolvió discretamente el año pasado.

El nuevo intento corre a cargo de la flamante Plataforma per la Rumba Catalana, que agrupa a músicos y activistas, incluyendo a figuras simbólicas y estimadas como son Amadeu Valentí (hijo del venerable pianista Chacho) y Rosa Pubill (hija de Peret). Avanzan de la mano de Cultura Popular, de la Generalitat, y del Icomos, organismo asociado a la Unesco, así como la SGAE, cuya sede barcelonesa acogerá el 12 de diciembre la puesta de largo del proyecto. En paralelo, los rumberos del norte de los Pirineos, de Perpinyà o Montpellier, trabajan para que Francia se suba al carro. Ahí están los Gipsy Kings, el combo de Nicolás Reyes, apoyando la causa.

La rumba catalana bien puede lograrlo, si bien deberá concretar en la definición de su arte, sujeto a muchas influencias, relativamente moderno (años 50), caracterizado por las palmas, ese ‘taca-taca’ distintivo respecto a la rumba flamenca, así como la guitarra en ventilador y las letras “con sabor a escudella”. Y lograr el aval de la Unesco no puede ser un fin en sí mismo, sino un impulso para que esta música se consolide como capital colectivo y que eso se traslade a nuestros escenarios, ahora que otros ritmos ocupan su espacio y se ve relegada, con frecuencia, a circuitos estancos como el de los congresos y fiestas de empresa.

Ahí pueden flotar las dudas, y los retos: habrá que ver si un reconocimiento institucional puede hacer el bien a una expresión, la rumba catalana, que, por naturaleza, ha sido siempre tan libre y tan ajena a pompas y oficialidades.

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