Opinión | Periféricos y consumibles

Javier García Rodríguez

Javier García Rodríguez

Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo

El cantar de los cantares es un gol en el descuento

Fans de Argentina ven el partido de fútbol  de la Copa Mundial Qatar 2022 entre Argentina y Arabia Saudita en Buenos Aires.

Fans de Argentina ven el partido de fútbol de la Copa Mundial Qatar 2022 entre Argentina y Arabia Saudita en Buenos Aires. / AFP/Luis ROBAYO

Recordemos aquella respuesta displicente y despectiva de Ibrahimović cuando le preguntaron por Pep Guardiola, su entrenador en el Barça. He’s a philosopher”, dijo, despachando así una relación torcida desde el inicio y una forma de entender el fútbol y el mundo. Zlatan clavaba un dardo venenoso casi como un abrazo florentino. Estaba todo dicho: ponía una barrera entre él y la mirada intelectualista, libresca, teórica, del Pep, el hijo del paleta, el tipo reflexivo, el lector de poesía, el amigo de David Trueba (la novela futbolera de este, Saber perder, se la regalaba el entrenador a sus jugadores). Habla mucho, habla demasiado, se decía siempre de Jorge Valdano en su época de entrenador del Real Madrid. Y con ese acento. Además, usaba frases largas y comparaciones atrevidas, y reflexionaba despacio, y hacía cierta pedagogía o didáctica con ribetes de estética. Y citaba a Borges y a otros escritores. Y escribía artículos y libros: El juego infinito, El miedo escénico y otras hierbas, Apuntes del balón. Mejor que se vaya. Total, no es más que otro intelectual de los cojones.

Y ahí es donde estamos. Donde han querido llevarnos. En pedir menos palabras y más hechos contundentes. En ir al grano. En el “con el pito nos los follamos" de aquel Floro. En el pisalo de aquel Bilardo. En las veleidades de aquel Clemente. En el sudor de la frente, y en que las únicas palabras, las únicas reflexiones, la única filosofía y literatura cercanas al fútbol se prescriban en píldoras de textosterona.

Pienso en estas cosas mientras llega el Mundial de Qatar (“catar”, por cierto, significa “ordeñar” en asturiano, o sea “sacar la leche a la vaca de cualquier forma”), que me aburre sin haber empezado, que me pilla a destiempo y destemplado, que no sé si he de ver por vicio (aunque de Luis Enrique solo me gusta su rima con Amunike) o si debería rechazar por coherencia ideológica.

Yo quería escribir hoy sobre el Cantar de los cantares de Salomón para poder recordar -intertextualidad mediante- el verso aquel de “Tus pechos cántaros de miel” que tomaron de allí, quizá sin saberlo, Carlos Mejía Godoy y los de Palacaguina, aquellos copleros nicaragüenses de antes de la Nicaragua sandinista del irreconocible Ortega de antes de la Nicaragua sandinista de Kortatu. Pero ha llegado el Mundial y me siento “igual que un presidente dentro del autobús, / como una Kawasaki en un cuadro de El Greco, / igual que un perro a cuadros, / igual que un gato azul (porque he visto el documental sobre Sabina de León de Aranoa y se me ha quedado pegada la grasa de los años), y del gato de Sabina me he ido al de Roberto Carlos, que este sí que estaba triste “triste y azul”, y Roberto Carlos es ya, presionando en las bandas, el lateral del Real Madrid. Y a partir de ahí no hay más música, ni más filosofía, ni más literatura, ni más compromiso cívico, ni más sandinismo, ni, si me apuran, más cántaros de milf. Y el fútbol se hizo carne y habitó entre nosotros. Y el cantar de los cantares ya es un gol afónico gritado en el descuento.